El mañana pertenece a quienes se preparan para él
La pandemia de la covid-19 que comenzó en 2020 supuso un momento histórico y terrorífico de la historia humana, pero también fue quizás un instante profundamente didáctico, una circunstancia semejante a un arca de Noé para la educación. Si queremos seguir adelante y honrar a quienes ya no están con nosotros y a quienes todavía hoy sufren, debemos aprovechar esta ocasión para cuestionar, aprender y evolucionar.
Los expertos arguyen desde hace mucho tiempo que nuestro sistema educativo debe explorar sin demora una nueva visión del futuro. Desde mi punto de vista, esta afirmación se ha visto amplificada por la experiencia vivida en los últimos años. Sabemos que no se trató de un episodio que solo sucede una vez en la vida. Los cambios que están teniendo lugar en el ámbito de la tecnología, la geografía, la salud, la ecología y la economía en el mundo implican que el futuro traerá más incertidumbre, convulsiones y dificultades, especialmente para las nuevas generaciones. Por este motivo, el futuro no puede ser más de lo mismo. La educación debe liberarse del ciclo dictado en aras de la eficiencia con más exámenes, más pruebas, más de lo que hemos hecho siempre. Como educadores y educadoras, nos ha llegado la hora de aprender…
En 2018, durante un acto en Madrid, tuve el inmenso honor de entrevistar a Barry Barish, ganador del Premio Nobel de Física por su estudio en profundidad de las ondas gravitatorias. Durante la entrevista, le pregunté cómo seleccionaba a los investigadores e investigadoras que le ayudaban. Para ello se valía de dos criterios, además de sus obvias cualificaciones científicas. El primero era que las personas seleccionadas fueran » tridimensionales». Buscaba personas con vivencias y conocimientos que no se limitaran a su trabajo, que tuvieran aficiones interesantes, que sintieran pasión por el arte, por ejemplo. Su razonamiento era sencillo: sabía que las innovaciones no provienen de personas que se dedican en exclusiva a su labor. La innovación, la investigación real y los avances significativos provienen de personas con mentalidades y experiencias diversas. En sus propias palabras, «personas que tengan el coraje de cuestionar la belleza de la prueba». El segundo criterio ―que me encanta por su combinación de simplicidad elegante y complejidad― es que una persona solo puede aspirar a formar parte de su equipo si es capaz de hacer preguntas tontas. Por supuesto, podríamos pasar todo el día debatiendo si existe tal cosa, pero todos entendemos lo que quiso decir. Necesitamos generaciones que miren más allá de la eficiencia y tengan el coraje y la habilidad de cuestionar lo que existe para crear lo que podría llegar a existir.
Algunos recordaréis que, cuando la pandemia se extendió, la ciudadanía de países como el mío comenzó a hacer acopio de ―nada más y nada menos― papel higiénico. He reflexionado acerca del motivo por el que tantas personas vaciaron los estantes de un producto tan abundante, llegando incluso a perder los papeles y pelearse entre ellas por hacerse con él y levantar montañas de rollos en sus trasteros o cuartos de baño. En realidad, la locura comenzó en Australia principios de 2020. Los ciudadanos y ciudadanas de ese país veían lo que estaba sucediendo en China y dieron por supuesto, erróneamente, que, al cerrar las fábricas chinas, el suministro de papel higiénico se reduciría. Recuerdo ver en el televisor de una sala de embarque en el aeropuerto de Melbourne al entonces primer ministro Scott Morrison dirigiéndose al pueblo australiano para asegurarles que la mayor parte de las existencias se fabricaban en Australia y no en China y que, por esta razón, no habría escasez si nadie seguía acaparándolas.
Debido a que hubo quien publicó en las redes sociales vídeos filmados con sus teléfonos móviles donde se mostraba este caos, el fenómeno del papel higiénico se propagó por el mundo con más rapidez que la misma pandemia. Para cuando llegué al Reino Unido, nuestras estanterías también estaban vacías. ¿Por qué? ¿Por qué lo hicimos? ¿Por qué, en momentos de cambio e incertidumbre, reaccionamos de manera tan aparentemente irracional?
La simple verdad es que no nos educan ni nos crían para vivir en la incertidumbre. Desde muy temprana edad, nos enseñan a buscar la certidumbre y nos aseguran que, cuando la hallemos, seremos recompensados con una vida segura. Nos enseñan que, si nos esforzamos en la escuela y la universidad, gozaremos de buenos trabajos e ingresos estables que, a su vez, nos permitirán disfrutar de un estilo de vida y un hogar igualmente estables. Nos enseñan que, cuando encontramos la certidumbre, debemos agachar la cabeza y protegerla. La consecuencia es que, cuando el mundo gira más deprisa o de un modo impredecible y que escapa a nuestro control, tendemos a dejarnos llevar por el pánico, adquirimos bloqueos mentales, nos escondemos y negamos la evidencia, respondemos con ira o caemos en una desesperación creciente.
Nuestro reto es cómo usar la educación para cambiar esta mentalidad. Es un reto premonitorio que, dependiendo de lo que hagamos, definirá la historia de generaciones. Ya antes de los acontecimientos de estos últimos años éramos testigos del auge de la ira, de la polarización y de los extremismos, alimentados, en parte, por la ansiedad de personas incapaces de controlar sus propias vidas.
Para mí, la respuesta siempre ha estado en el modo en el que los niños y las niñas ven el mundo. Antes de cumplir los cinco años, experimentamos cambios e incertidumbres constantes, pero disfrutamos de la vida alentados por las oportunidades, la creatividad, el asombro y la maravilla. En esos primeros años, la mayoría aprendemos a hablar y a caminar, a entender el mundo de los sentidos que nos rodea y a interpretar el lenguaje corporal y las expresiones faciales. Somos máquinas de aprender animadas por una curiosidad insaciable, pero a medida que nos hacemos mayores y somos «educados», este impulso decae. No nos cuestionamos tanto el mundo ni nos aproximamos a la incertidumbre del mismo modo y tampoco asumimos nuestros errores. Nos preocupa cada vez más la autoconservación, llevar siempre la razón y aparentar inteligencia. En pocas palabras: la mayoría nos esforzamos por cerrarnos en redondo a la vida.
Amigos y amigas, ¡ha llegado el momento! Debemos reunir el coraje y la confianza para mirar más allá de las certidumbres del pasado. Necesitamos despertar de nuevo nuestra curiosidad, hacer preguntas tontas y dejar atrás un mundo delimitado por el mito de que la eficiencia será la solución a todo. Por el bien de nuestros hijos e hijas y de nuestros nietos y nietas, hemos de explorar nuevos paradigmas, cuestionarlo todo y crear un sistema educativo que vele por que el futuro pertenezca realmente a quienes se preparan para él.
Comenzad ahora mismo. Tomad este libro, seguid leyendo y embarquémonos todos a una en una nueva singladura.