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Las necesidades de la ciudadanía y la intervención integral ante la soledad no deseada como pandemia creciente del siglo XXI
Charo Arroyo Arroyo

Charo Arroyo Arroyo

Educadora Social CPEESM. Secretaria de la Asociación contra la soledad. Miembra de la Red Soledades.

La anciana y su hijo, con autismo, llevaban muertos más de un mes

El pasado martes 29 de marzo del 2022, alertados por el hedor que desde hacía días salía de una vivienda, los vecinos de la calle Atocha llamaron al 112. Los efectivos de emergencias accedieron a la vivienda a través de la ventana y encontraron dos cuerpos en descomposición. Los cadáveres pertenecían a una mujer de 91 años y su hijo, de 49 años, diagnosticado con autismo, a quienes nadie visitaba. Por el estado de descomposición de los cuerpos, debían llevar “muchos días” muertos. La madre falleció por muerte natural y el hijo por inanición.

(30 de marzo de 2022. Fuente: https://zonaretiro.com)

Noticias como esta aparecen a menudo en la prensa, pero pasan desapercibidas entre otras muchas noticias más del día a día. Esta es una de las últimas que nos ha llegado acerca de un fallecimiento en soledad.

La soledad no afecta únicamente a las personas mayores

Son muchas las personas que se pueden ver afectadas por esta nueva pandemia que recorre el siglo XXI. Y un claro ejemplo es la noticia anterior: una persona mayor con la carga de un hijo dependiente. La soledad no deseada es la pandemia del siglo XXI y toca a:

  • Adolescentes rechazados por su grupo de iguales, muchos de ellos con adicción a los videojuegos y su consiguiente aislamiento social, además de empeoramiento del rendimiento académico, pérdida de la noción del tiempo o ataques de ira ante las limitaciones para jugar;
  • personas aisladas con pocas habilidades sociales, con miedo a las relaciones, miedo al rechazo, problemas de autoestima y problemas de ansiedad;
  • personas con diferentes capacidades y con dificultades tanto físicas como psíquicas;
  • mujeres con cargas familiares que no tienen tiempo para sí mismas ni para relacionarse;
  • personas que viven en zonas rurales y que no cuentan con los recursos sociales esenciales;
  • personas inmigrantes que han perdido su población de referencia y se encuentran con dificultades de relación en un entorno ajeno, con costumbres diferentes, y también
  • personas mayores a las que el entorno se les va haciendo cada vez más pequeño debido a pérdidas de familiares cercanos, amigos y vecinos.

Son diferentes situaciones que acrecientan cada vez más el aislamiento. Situaciones que se pueden dar en la vida de todos y cada uno de nosotros.

Todo esto unido al ritmo de vida que llevamos, sin darnos tiempo de mirar a la persona que tenemos al lado. Llenamos la vida de actividades que no nos dejan tiempo para pensar, para ser, para estar y, mucho menos, para ver qué es lo que están sintiendo o necesitando las personas de nuestro entorno.

Ser conscientes del problema

La Cátedra Amoris Laetitia, en colaboración con la Fundación Casa de la Familia, hizo una encuesta para el Informe España en enero de 2020 sobre soledad en la Comunidad de Madrid. El 90,5 % de los encuestados afirmaba que la soledad y el aislamiento social están aumentando en nuestra sociedad.

La concienciación es fundamental para el inicio de tomas de decisiones tanto personales como sociales que nos permitan comenzar a atajar este problema.

En el mismo estudio, el 86,1 % piensa que en la sociedad actual la gente no se preocupa suficientemente por los demás. Nueve de cada diez personas tienen una mirada muy crítica sobre la soledad y el individualismo.

Estar en soledad no significa vivir solo, sino, a pesar de tener personas en el entorno, no sentirnos parte de la comunidad, ni arropados ni acompañados.

Son más de dos millones de personas mayores en España las que viven solas y pueden morir solas. Esta población es susceptible de sentir soledad no deseada. Sufrir los riesgos físicos y psíquicos que la acompañan provocan, además, el aumento de enfermedades crónicas y muerte temprana por abandono.

En los cursos con personas mayores, cuando trabajamos la prevención del deterioro asociado a la vejez o la preparación para el final de la vida, son muchas las dificultades con las que nos encontramos para abordar estos temas.

Hablar con franqueza sobre la soledad sigue siendo difícil, pero es un problema de salud pública que urge afrontar.

Son los estereotipos los que nos dificultan la aceptación de la vejez. Tendemos a valorar a las personas mayores como carga social, tendemos a utilizar un lenguaje paternalista (“nuestros mayores”), que, de tantas veces utilizado, se ha normalizado.

Deberíamos hablar en primera persona, pues la vejez forma parte del proceso de la vida. E, independientemente de la edad que tengamos cada persona, somos dueños de tomar nuestras propias decisiones. Debemos tomarlas en libertad y conscientes de las consecuencias que estas conllevan.

Nos han educado para equiparar el concepto de “vida” con “vitalidad”; nos cuesta ver la vida desde el punto de vista de la dependencia. Sin embargo, igual que tenemos dependencia en el nacimiento, podemos ser dependientes en la vejez, de igual modo que, por diversas enfermedades, nos hacemos dependientes a lo largo de la vida.

Somos seres sociales y necesitamos tener relaciones interpersonales, vínculos e interacción con otros; en esta etapa de nuestra vida, las relaciones sociales se van perdiendo: la viudedad, el síndrome de nido vacío, etc. son cambios de situación a los que nos vemos llevados por el transcurso de la vida.  La falta de otras personas a nuestro alrededor causa tantos problemas de salud como los derivados de un estrés psicológico continuado.

En momentos de duelo, rabia o decepción necesitamos aislarnos y buscar la tranquilidad en la soledad, pero cuando llega esa tranquilidad llega también la necesidad de sentir la compañía y el apoyo.

Son muy pocas las personas que deciden quedarse solas por decisión propia, ya que la necesidad de ser vistos y recibir el reconocimiento y cariño de los demás es un requisito indudable.

Hoy día sigue siendo tabú abordar estos temas. No queremos hablar del dolor, de la enfermedad, de la muerte… ¿Quizá por miedo? ¿Quizá no estamos preparados para hacernos conscientes? ¿Quizá preferimos que otros decidan por nosotros? ¿Y cuando no hay otros…? O ¿por qué deben decidir otros?

Todas estas reflexiones debemos hacerlas cada uno de nosotros, nada más y nada menos que para ser libres, para ser dueños de nosotros mismos, dueños de nuestras vidas y de nuestras decisiones.

Para encontrar las respuestas adecuadas a estas reflexiones debemos ser conscientes de nuestras fortalezas y debilidades. Evaluar nuestras posibilidades para así poder tomar unas decisiones realistas y viables que no nos lleven a la frustración ni a la soledad no deseada.

La soledad es un concepto mal entendido y estigmatizado

Una de las mayores dificultades que tienen los agentes sociales es la detección de personas que ya sufren esta soledad. Por lo que es necesario hacer campañas de sensibilización y colaboración dirigidas a toda la sociedad. Educar para colaborar, saber cómo echar una mano, a dónde acudir o qué hacer ante situaciones de soledad que vemos a nuestro alrededor.

Es muy difícil que una persona afectada de soledad no deseada pida ayuda. Son varios los motivos y el principal es que nos cuesta mostrar nuestras debilidades; a lo largo de la vida hemos aprendido a tirar hacia adelante, a ser capaces, por lo que pedir ayuda nos hace sentir más vulnerables, y ya somos muy vulnerables dentro de la soledad. Así pues, como la primera reacción de una persona en soledad es el rechazo a esa mano tendida de un desconocido, la relación con el entorno más cercano es esencial.

El entorno más cercano, como familiares y amigos, son los primeros en detectar los síntomas de soledad no deseada. El que una persona esté triste o irritable puede ser una llamada de atención de los demás. Quizá está pidiendo que alguien la escuche. La empatía, el apoyo, la comunicación, ofrecer tiempo de calidad van a ser la mejor forma de paliar esta soledad.

Debemos incidir en la educación tanto en las aulas como en las empresas, asociaciones, etc., de modo que todos identifiquemos la soledad no deseada y los profesionales tengan los mecanismos necesarios para abordarla.

Los programas sociales deben estar adecuados a las necesidades

La intervención social supone un proceso largo para poder evaluar los cambios sociales que se van produciendo. No deben estar supeditados a modas. Los programas contra la soledad no deseada requieren políticas estables.

El acceso a los recursos se debe facilitar y adecuar a las capacidades de los ciudadanos. Como nos dice el artículo 28 de la Ley 39/2015 del Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas en su punto 2. “Los interesados tienen derecho a no aportar documentos que ya se encuentren en poder de la Administración actuante o hayan sido elaborados por cualquier otra Administración. La Administración actuante podrá consultar o recabar dichos documentos salvo que el interesado se opusiera a ello. No cabrá la oposición cuando la aportación del documento se exigiera en el marco del ejercicio de potestades sancionadoras o de inspección”.

Continuamente, para solicitar el acceso a los recursos sociales es necesario presentar documentación que obra en poder de la Administración y muchas personas abandonan la solicitud de estos recursos, pues, sin ayuda, no se ven capaces de conseguir terminar los trámites requeridos, lo que se ha agravado tras la pandemia con la necesidad de petición de cita previa para la entrega de documentos. Personas en soledad con miedos, inseguridades y problemas de relación tendrán muchas más dificultades a la hora de acceder a dichos recursos.

Convendría, además, que estos documentos estuvieran redactados de forma sencilla para facilitar la comprensión a todos los ciudadanos, independientemente de sus capacidades, y conseguir, así, unas instituciones más democráticas y accesibles.

Los profesionales deben ser referentes de los procesos. No es fácil para una persona exponer sus debilidades una y otra vez a unos profesionales y a otros. Para poder intervenir, sobre todo con personas en soledad no deseada, es necesario que estas confíen en el profesional. 

Los programas de intervención deben ser evaluados anualmente para modificar las líneas de actuación que sean necesarias a fin de conseguir los objetivos marcados. Dichos programas deben contar con equipos multidisciplinares:

  • Terapeutas ocupacionales, que adecuarán los espacios para la perfecta realización de las actividades y, si es necesario, la adecuación del domicilio, de modo que faciliten la vida en él para que permanezca allí el mayor tiempo posible.
  • Psicólogos, que detectarán los problemas de deterioro cognitivo y realizarán actividades para su prevención, a la vez que estarán coordinados con los recursos sanitarios para la derivación de personas con problemas de depresión o baja autoestima.
  • Educadores sociales, que se encargarán del trabajo con los grupos y las relaciones con el entorno, además de con otras generaciones. 
  • Trabajadores sociales, que tramitarán recursos e informarán a las familias en los momentos que sea necesario.

La Asociación contra la Soledad presentó en la Comisión de Políticas Sociales del Senado un informe en el que indica que el Plan Estratégico contra la Soledad “Ha de implicar acciones positivas que mejoren la situación actual.

En los años 80, en España, se iniciaron las acciones positivas, desde planes integrales y transversales. Primero hacia las mujeres y, a continuación, hacia el resto de los colectivos de la población. Entre estas acciones positivas se han contado aquellas que conducen a promover el envejecimiento activo y erradicar la soledad de las personas mayores.

La estrategia debe proponer un trabajo transversal a todas las áreas de gobierno de las administraciones, con medidas específicas para cada una de ellas. Esto supondrá fortalecer una cultura de colaboración entre organismos e instituciones diversas. Realizando una coordinación continúa con las escuelas, institutos, bibliotecas y servicios sanitarios”.

Es importante también estar en coordinación con los comerciantes de cada zona para que puedan ofrecer recursos que les ayuden a la integración social, recursos de cercanía adaptados a las necesidades requeridas en estos momentos de fragilidad.

Acciones desde el entorno

Proyectos, como el de “Escalera colaborativa”, en los que se pone en relación vecinos de un mismo edificio, son fundamentales para crear una red de cercanía y compañía.  Con esta red se detectan las personas más vulnerables, las personas que viven solas. A continuación, se descubren los nexos y las aficiones que tienen cada una de ellas, de forma que puedan realizar actividades comunes y se den posibilidades de colaborar unos con otros dependiendo de sus capacidades.

Estamos obligados a educar para la convivencia, a respetar la diversidad sin emitir juicios y ofrecer ayuda para combatir el individualismo, que es la verdadera amenaza de la sociedad actual.

Los centros de mayores “son equipamientos de Servicios Sociales no residenciales, destinados a promover la convivencia de los mayores, propiciando la participación y la integración social. Ofrecen actividades socioculturales, ocupacionales, artísticas y recreativas”. Esta frase aparece en la página del Ayuntamiento de Madrid como descripción de este recurso.

Hace un tiempo, hablando de soledad con la coordinadora de uno de los distritos, me dijo: “El combatir la soledad va dentro del ADN de los centros de mayores”. Efectivamente, las actividades que se llevan a cabo en ellos son meras excusas para facilitar la convivencia. Carece de importancia si se aprende inglés, francés o macramé, lo fundamental es establecer relaciones de cercanía entre los grupos.

Detectar las situaciones de dependencia y facilitar los recursos necesarios es una tarea de los profesionales que trabajan en los centros para personas mayores.

Crear una cohesión grupal en la que se facilite la comunicación y se hagan actividades más allá de la vida de los centros. De esta forma, todos están pendientes de las faltas de asistencia de alguno de los participantes. El propio grupo es el apoyo para las necesidades de cada uno de sus miembros. Evitaremos el activismo, dejaremos de dar importancia al hacer por hacer y llenaremos nuestro día a día de actividades que, a veces, lleva incluso al estrés y la falta de tiempo, y se llenará nuestra vida de relaciones de calidad con un verdadero aprendizaje.

Es fundamental que todos los miembros de los grupos sean conscientes de esta necesidad y del apoyo que el propio grupo va a facilitar. Hablaremos y explicaremos los objetivos de estos cursos y expondremos los dos objetivos claros:

  • Aprendizaje de la materia que se va a tratar.
  • Acompañamiento a cada uno de los miembros del grupo.

Cuando se trabaja de esta forma se consigue una actitud mucho más solidaria por parte de todos los miembros del grupo. Nos hace sentir necesarios y, por lo tanto, protagonistas, algo que aumenta la autoestima y nos empodera a todos.

Cambiar el nombre de los centros ayudaría a abrir los centros de mayores al entorno, a la vecindad. Llamarlos Centros de Dinamización Social de la Comunidad invitaría a otras generaciones a participar en ellos, y se desarrollaría así un verdadero diálogo intergeneracional.

Es necesario que la sociedad conozca y reconozca estos recursos; nada mejor que acercarse a ellos, independientemente de la edad. Seguro que hay algún centro en nuestro barrio o nuestro pueblo. Y los trabajadores estarán encantados de recibirnos e informarnos, pues una de sus funciones es ser referente de participación en el entorno más cercano.

Centros residenciales. Son muy pocas las personas que desean ir a vivir a una residencia. Muchas veces me he puesto en esta situación y he valorado lo que me puedo llevar en una maleta para pasar el resto de mis días fuera de mi entorno, con las mermas propias de la edad, del paso de los años y con personas desconocidas… Y da vértigo imaginarlo.

No obstante, debemos tener en cuenta que es un recurso, hoy por hoy, necesario que resuelve situaciones de dependencia tanto física como psíquica. No estamos preparados para asistir a la población de mayores en su domicilio.

De ahí la necesidad de humanizar dichos recursos, normalizarlos, abrirlos al entorno.

Así, conseguiremos mejoras tanto para los residentes como para la sociedad en general.  Los residentes se sentirán parte de la sociedad, de la vida de su comunidad. Y la comunidad, a su vez, luchará contra los estereotipos, al normalizar una parte más de la vida, como es la vejez. Y así evitaremos el edadismo.

Actualmente, las residencias deben ser un recurso más en el devenir de la comunidad, un recurso activo cuyos miembros sean tenidos en cuenta como ciudadanos de pleno derecho.

Esta participación debe ser transversal a todas las generaciones. Cuando hablamos de relaciones intergeneracionales tendemos a referirnos a menores. Pero las relaciones intergeneracionales se establecen cuando personas de grupos de edad diferentes comparten conversaciones, vivencias y actividades de todo tipo de forma continuada en el tiempo. Y deben ser continuadas en el tiempo, pues, de otra forma, no conseguiremos la calidad, la cercanía y la confianza en el otro, fundamentales para combatir la soledad no deseada.

Son muchas las necesidades de espacio que tiene la sociedad en general, espacio para ensayos, por ejemplo. Y la mayoría de los centros residenciales cuentan con un pequeño escenario. A su vez, los grupos dedicados a la actuación, como músicos, actores, poetas, no tienen muchas facilidades para acceder a locales en los que poder ensayar. Facilitar estos espacios a cambio de que los ensayos estén abiertos a los residentes o a cambio de que les dediquen un tiempo a ellos puede ser un ejemplo de apertura e intercambio que abra las puertas a la convivencia vecinal.  

Cohousing. Es una alternativa de vivienda en comunidad y consiste en compartir espacios comunes mediante una gestión colaborativa y autogestionada. Esto facilita hacer un proyecto según sus necesidades reales. Los cooperativistas o residentes deciden sus propios modelos de convivencia y unos servicios comunes con actividades socioculturales. Esta covivienda facilita la relación entre vecinos y consigue muchos beneficios económicos y ambientales, además de evitar la soledad.

Las historias de vida, patrimonio inmaterial de la sociedad

Cuando preguntamos sobre el grado de satisfacción con la vida, nos encontramos con que la nota es mucho más alta cuanta más edad tiene la persona. Este dato nos indica que las personas, a lo largo de la vida, tienen un aprendizaje de superación que supone un patrimonio inmaterial en su vida y en la de la sociedad. Un patrimonio que se debe compartir. Es tarea de las personas mayores la difusión de lo vivido o aprendido, del mismo modo que es tarea de las siguientes generaciones escuchar y dar valor a estas historias de vida. Debemos empoderar a las personas susceptibles de soledad no deseada, hacerles conscientes de sus valores, de sus capacidades, de sus sueños e ilusiones para que, de esta forma, mejoren su autoestima y su capacidad a la hora de tomar de decisiones. Y es recomendable analizar las necesidades de cada persona, conocer su historia de vida y sus circunstancias actuales, el modelo de atención integral y centrado en la persona.

En mi experiencia laboral con EducaThyssen (utilizando del arte como vehículo para la comunicación y el autoconocimiento y con el grupo frente a los cuadros) he comprobado que se crea un clima de cercanía y familiaridad que nos lleva a contar estas vivencias, a ser escuchados y que afloren emociones.  Personas sin comunicación con el entorno, tanto por soledad como por falta de oyentes con quien poder comunicarse, se convierten en protagonistas, son el centro de atención del grupo y dejan así de ser invisibles para la sociedad.

El aprendizaje es el que sienta las bases a la hora de conseguir los cambios terapéuticos en los mayores, de que sean conscientes de sus capacidades, de sus conocimientos y de ser reconocidos por el entorno.

Compartir el relato de las personas que participan supone el descubrimiento del legado que porta cada ser humano y del placer y el aprendizaje de compartirlos.

Cada persona es responsable de su felicidad

La prevención contra la soledad no deseada debe ser una tarea preparatoria en la vida de cada uno de nosotros. Todos nos hemos encontrado alguna vez en uno de esos días de apatía, sin ganas de salir ni de relacionarnos en el que caemos en el abandono, incluso de cuidado o de higiene. Si nos dejamos llevar por la falta de actividad, que la jubilación o el desempleo pueden propiciar, poco a poco iremos perdiendo las relaciones familiares y los hábitos de cuidado e incluso de higiene. Este abandono es un tobogán hacia la soledad y a la dependencia: cada vez me hago más dependiente y cada vez seré menos consciente de ello. Por lo que, constantemente, debemos invertir en relaciones familiares, de amistad y con el entorno. Participar en actividades nos hará adquirir un sentimiento de pertenencia, además de estar acompañados y sentir afinidad con los demás componentes del grupo.

Somos responsables de nuestra felicidad, de buscar ilusiones, de disfrutar de las pequeñas cosas que la vida nos ofrece.

Debemos potenciar lo que nos gusta, lo que funciona, lo que nos hace sentir bien. Una persona cambia si se da cuenta de que debe cambiar; cuando nos sentimos bien nosotros mismos buscamos ese cambio.

Si nos dejamos sorprender cada día por cada persona, sin juzgar, con respeto y cordialidad, poco a poco nuestra red de contactos irá creciendo y se establecerán relaciones de calidad para, de esta forma, estar acompañando por personas a quienes respetamos, valoramos y por quienes nos sentimos apreciados.

Está comprobado que mediante la comunicación se curan dolencias graves. Una mano que acoge, a la vez que unas palabras transmiten tranquilidad hacen que la ansiedad baje y que el corazón se acompase.

Continuamente, las circunstancias que nos rodean van cambiando, por ello debemos adaptarnos a los cambios, cambios que nos vienen dados. Sin embargo, la actitud ante ellos es algo en lo que podemos incidir y decidir. Por lo que es fundamental el aprendizaje a lo largo de la vida, el conocimiento de uno mismo, de nuestros sentimientos y el aprendizaje de habilidades sociales para relacionarnos.

Tener una actitud positiva ante la vida. Centrarnos en la búsqueda de soluciones. Hacernos protagonistas de nuestras vidas y de nuestras decisiones. Todos y cada uno de nosotros tenemos mucho que ofrecer a la sociedad.