@import url('https://fonts.googleapis.com/css2?family=Lato:ital,wght@0,100;0,300;0,400;0,700;0,900;1,100;1,300;1,400;1,700;1,900&display=swap');
El papel de las Universidades Populares en los nuevos movimientos y tendencias
Luis Pérez Lara

Luis Pérez Lara

Exconcejal de Cultura de San Sebastián de los Reyes. | Director del Centro de Arte Blas de Otero.

Me piden escribir sobre las Universidades Populares y de pronto me vienen a la memoria recuerdos y experiencias inolvidables de una gran riqueza cultural y social que marcaron varios años de mi vida (cuando era concejal delegado, entre otras cosas, de la primera Universidad Popular de España, en San Sebastián de los Reyes). Como diría el gran dramaturgo Antonio Buero Vallejo, “fueron tiempos insólitos fijos en la memoria como un denso presente que no acaba”.

Estábamos dando los primeros pasos en el novedoso sendero de la democracia, tras cuarenta años de dictadura precedidos del golpe de Estado del general Franco y de tres largos años de una guerra cruel y devastadora que dejó a nuestro país hecho un erial desde el punto de vista económico, social y, especialmente, cultural.

Los mejores hombres y mujeres de la cultura, de la educación, del arte y de la intelectualidad fueron, unos, asesinados, otros, obligados a exiliarse, condenados a largos años de cárcel, o, en el “mejor” de los casos, se les prohibió ejercer su profesión.

Las maestras y maestros de la República son un doloroso ejemplo de la crueldad del dictador hacia todos los representantes de la cultura. Atrás quedaron los valores de la República: el libre pensador, la Institución Libre de Enseñanza, las Misiones Pedagógicas…

El pueblo español quedaba sumido en el hambre y el abandono, sin acceso a las ventajas sociales, a la cultura y desconectado de los avances tecnológicos.

¿Cómo recuperar a la mayoría de aquella población que el régimen franquista dejó atrás?

Con la celebración de las primeras elecciones municipales en 1979, tras 40 años de dictadura, a los ayuntamientos llegó la democracia, llegaron los alcaldes y alcaldesas, las concejalas y concejales democráticos. Naturalmente, no había experiencia ni tenían conocimiento de la gobernanza de las entidades públicas. La ausencia de partidos políticos, sindicatos y asociaciones de todo tipo habían dejado a varias generaciones alejadas de la práctica democrática, del conocimiento, de sus estructuras. El funcionariado que se encontraron, en su gran mayoría, era adepto a la dictadura. La Administración y su funcionamiento nada tenían que ver con dicha práctica. Pero la mayoría de los que fueron elegidos en esos comicios traían en su mochila largos años de lucha por la libertad y la democracia, un sueño de cambio para recuperar las esencias de la II República, para implantar en España un sistema democrático pleno, y enseguida se pusieron manos a la obra.

Como se puede entender, el cambio fue radical: de la ausencia de todo tipo de libertades a la libertad plena. Sin embargo, estaba todo por hacer.

Las primeras medidas tuvieron que ver con la educación, con la cultura en general.

Apenas había transcurrido un año de las elecciones municipales, cuando se pusieron en marcha las primeras Universidades Populares. No era casualidad. Tuvimos cuarenta años para ir construyendo un proyecto alternativo a la ausencia de toda libertad, a la cruel represión de las ideas, de la educación, de la cultura, y resultó que la mejor herramienta para que España empezara a recuperarse de tanta represión y tanto atraso no podía ser otra que las Universidades Populares. El referente más cercano habían sido las Misiones Pedagógicas en la II República.

Después de algunos intentos en otras ciudades o pueblos del país, el 10 de septiembre de 1980 se fundó la primera Universidad Popular de España en San Sebastián de los Reyes: un grupo de soñadores, al frente de los cuales estaba José M.ª García-Rayo, emprendieron la extraordinaria aventura de rescatar a los hombres y mujeres más humildes del abandono y el olvido, y les abrieron la ventana de acceso a la educación y la cultura de la que habían sido privados por la dictadura.

La respuesta de las vecinas y vecinos de Sanse fue unánime. Los cursos, talleres y actividades que ofrecía la Universidad Popular eran acogidos con gran entusiasmo. El cambio que se produjo, no solo en el acceso al conocimiento, sino también en la convivencia, en la posibilidad de relacionarse, fue extraordinario. La libertad ofrecía formas de vida desconocidas y alentadoras, inéditas para la inmensa mayoría.

Las escasas infraestructuras del Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes hicieron un hueco a la Universidad Popular para que pudiera iniciar su andadura, hueco que le ha seguido haciendo a lo largo de todos estos años.

No obstante, los recursos dedicados a esta noble tarea, y en general a la cultura, son manifiestamente insuficientes si tenemos en cuenta la enorme rentabilidad que se logra con los objetivos que se marcan las Universidades Populares.

La Federación Española de Universidades Populares lo define como “proyectos de desarrollo cultural que actúan en el municipio, cuyo objetivo es promover la participación social, la educación social, la formación y la cultura, para mejorar la calidad de vida de las personas y la comunidad”.

Para este ambicioso y necesario objetivo son necesarios presupuestos acordes con los avances que se pueden lograr para las personas y la para la sociedad en su conjunto.

Aquí sí que podemos afirmar que pocas cosas son tan rentables como la labor que llevan a cabo las Universidades Populares. También es necesario (imprescindible, diría yo) un personal suficiente y cualificado que dé un impulso de calidad a las enseñanzas necesarias a fin de seguir colaborando para que nadie se quede atrás.

Quiero destacar algo que creo no se ha analizado suficientemente y que tuvo y tiene una importancia capital. Las Universidades Populares se pusieron en marcha en los primeros años de la democracia, como he señalado al principio, cuando la mayoría de la población no había vivido nunca en un régimen democrático. La experiencia de vida que supuso esa ventana abierta a la libertad y al acceso al conocimiento no solo ayudó a buena parte de la población a tomar conciencia del extraordinario cambio que se había producido, sino que, además, significó un fortalecimiento de las nuevas estructuras democráticas, sobre todo durante los primeros años, llenos de peligros y amenazas con dar al traste con el cambio democrático que la lucha del pueblo había conseguido.

Han pasado 42 años. Se han producido grandes cambios en todos los sentidos, pero las diferencias sociales siguen siendo abismales y la mayoría de las ciudadanas y los ciudadanos no han podido seguir el paso de esos grandes cambios, porque en la sociedad sigue habiendo barreras infranqueables para que la parte más humilde de la sociedad pueda acceder a las transformaciones que se producen. Esa parte de la población se sigue quedando atrás en este mundo en constante evolución. Las Universidades Populares siguen siendo, ahora más que nunca, la herramienta para rescatar a los olvidados de siempre, para seguir propiciando su participación y el aprendizaje a lo largo de la vida.

La situación actual, desde el punto de vista político, económico, social, y no digamos cultural, es preocupante. El distanciamiento entre las cúpulas gobernantes y las ciudadanas y los ciudadanos es cada vez mayor, y los populismos de todo tipo están al acecho, amenazando con llevarnos a un retroceso histórico nefasto.

En mi opinión, en esta nueva etapa las Universidades Populares pueden desempeñar un papel primordial al propiciar novedosos proyectos para hacer frente a las nuevas tecnologías y a las enseñanzas necesarias para que la sociedad civil, personalmente y a través de los organismos sociales, pueda participar en la gobernanza de las instituciones públicas.

No debemos olvidar que la participación es el fundamento de un sistema genuinamente democrático. El aporte que pueda añadir la sociedad civil fortalecería las estructuras democráticas y acortaría así la brecha existente entre gobernantes y gobernados, lo que supondría un avance considerable desde todos los puntos de vista, sobre todo en cuanto al fortalecimiento de una democracia plena y culturalmente avanzada.

En este contexto, con el compromiso de las entidades públicas y la sociedad civil, las Universidades Populares tienen asegurada una larga vida.

Basadas en la rica experiencia de estos 42 años, se trata de poner en marcha las herramientas necesarias, en consonancia con las nuevas tendencias, para dotar al sector más humilde de la población de las capacidades necesarias para acceder al empleo y, no menos importante, al ocio.

Debemos tener en cuenta que sin Universidades Populares no habría una democracia plena, y sin democracia no tendríamos Universidades Populares.

Todos y todas podemos y debemos aportar nuestro granito de arena para que así sea.