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El Tercer Contrato Social de la Educación
Juan Carlos Casco Casco

Juan Carlos Casco Casco

Asesor internacional gubernamental y de organizaciones. Emprendedorex.

Telémaco Talavera Siles

Telémaco Talavera Siles

Coordinar de Kairós

Equipo de FEUP

Equipo de FEUP

Las Universidades Populares, formando parte de Kairós y del diseño y aplicación del Tercer Contrato Social de la Educación, están llamadas a liderar el cambio educativo del siglo XXI.

Una breve historia de la educación: de dónde venimos y adónde vamos

En el siglo XIX se comenzó a fraguar un gran acuerdo social sobre la educación que tuvo su reflejo en el Primer Contrato Social de la Educación en torno a su carácter universal, gratuito y obligatorio. A mediados del siglo XX se forjó el Segundo Contrato Social de la Educación sobre de la necesidad de incorporar a las clases populares a la educación superior. En el siglo XXI ambos contratos han quedado desfasados y estamos abocados a alcanzar un Tercer Contrato Social de la Educación para dar respuesta a las necesidades de un tiempo nuevo.

Nuestros padres y abuelos fueron hijos del Primer Contrato, el cual establecía que todos los niños y niñas debían escolarizarse y, además, como todo contrato, conllevaba unas obligaciones y unos derechos que se podían concretar de manera sencilla en la siguiente propuesta: “Aprende las cosas básicas para desenvolverte en la vida, desarrolla disciplina y obediencia, luego aprende un oficio, y tendrás un trabajo digno para ganarte la vida…”.

Las personas que nacimos en torno a mediados del siglo XX somos hijos del Segundo Contrato. Cuando éramos pequeños, las autoridades, nuestros padres y maestros nos dejaron claro su contenido: “Estudia mucho, esfuérzate, saca buenas notas, haz una carrera y tendrás un buen trabajo de por vida…”.  

Y así lo aceptaron nuestros abuelos y padres, también sus nietos e hijos, y, digámoslo así, el contrato se cumplió de forma aceptable para todas las partes. El problema llegó cuando nosotros pedimos a nuestros hijos que firmaran el Segundo Contrato; ellos aceptaron y acataron su parte del acuerdo, pero el contrato no se cumplió. El resultado es una enorme masa social de jóvenes con estudios superiores que se sienten engañados por una promesa, inermes para enfrentarse a una realidad nueva y compleja en la que el trabajo de por vida se ha convertido en una rareza.

Ineludiblemente, nuestra sociedad no puede continuar con esta trampa que se extiende, con mayor o menor intensidad, por todos los países del mundo; necesita con urgencia elaborar y firmar un Tercer Contrato Social de la Educación, que aún se está por formular, si queremos evitar grandes conflictos y tensiones sociales que pueden estallar de manera violenta en los próximos años.  

Aunque la formulación del Tercer Contrato Social de la Educación aún no se ha concretado, sí podemos intuir algunos de sus contenidos: “Descubre tu pasión, aprende a lo largo de la vida, cultiva nuevas competencias y habilidades, hazte cargo de inventar tu trabajo…”

Igual que los dos contratos precedentes fueron satisfactorios para dar respuestas a las necesidades económicas y laborales de su tiempo, el nuevo ha de ser útil para los jóvenes a fin de que enfrenten su mundo y construyan sus proyectos de vida bajo el desarrollo de nuevas habilidades, competencias y saberes.

*Cuando hablamos de “contrato social” nos estamos refiriendo a ciertos consensos que alcanzan las sociedades en determinados momentos históricos en torno a la educación, acuerdos que acaban trasladándose a las políticas públicas y la institucionalidad, y se consideran durante mucho tiempo un logro conseguido por la sociedad.

El Primer Contrato Social de la Educación

Aunque a lo largo de la historia (Grecia, Roma, Edad Media…) cada época ha tenido su contrato social sobre la educación como apéndice de un contrato social más amplio, nos vamos a centrar a lo acontecido desde finales del siglo XIX hasta las dos primeras décadas del siglo XXI.

El Primer Contrato Social de la Educación se comenzó a fraguar en los países más desarrollados a finales del siglo XIX y se consolidó a principios del XX. Aquí comienza la democratización de la educación. La escolarización, que hasta entonces había sido patrimonio de una minoría, pasó a ser universal, obligatoria y gratuita, un derecho extendido a toda la sociedad que abría la puerta a un mundo más próspero y justo.

Los grandes objetivos de la escolarización obligatoria se concretaban, básicamente, en aprender a leer, escribir, comunicarse, conocer el mundo, memorizar y repetir tareas útiles para la vida laboral como preámbulo para el aprendizaje de un oficio o profesión.

La propuesta, que alcanzó una aceptación social amplia con el beneplácito de las clases dominantes, obedecía en buena medida a la necesidad de dar respuesta a las demandas crecientes de la economía y la producción al generar disciplina laboral entre la población y formar a trabajadores obedientes para cubrir las necesidades de la industria y la Administración.

Esta lógica coincide en el tiempo con la organización científica del trabajo y la producción bajo el modelo taylorista y fordista, que respondía a los principios de economía de tiempo y movimiento en las cadenas de montaje que enunció Taylor en su libro Shop Management (1903), obra en que marcaba la línea que había que seguir para alcanzar una educación que respondía a la perfección a los requerimientos de Ford y que se podían resumir en una de sus célebres frases: “Lo malo, cada vez que pido dos brazos para trabajar, es que vienen acompañados de un cerebro”. Estaba claro que la nueva economía quería trabajadores obedientes, no individuos pensantes. 

El sistema económico y las necesidades laborales de las empresas y la Administración, con su creciente burocracia, se podían sostener gracias a un sistema educativo que preparaba a un reducido número de especialistas técnicos y titulados superiores, una masa de trabajadores disciplinados y una estructura de capataces y supervisores de los procesos productivos para el trabajo en el campo, la oficina y la fábrica. Y así se construyó un modelo de escuela que se asemejaba a las fábricas, con sus horarios, sirenas y organización marcial de las actividades (escuela prusiana).

El Segundo Contrato social de la Educación

Tomó forma a partir de la segunda mitad del siglo XX con la aceptación y universalización de los cuatro pilares básicos de la educación (aprender a ser, a conocer, a hacer y a convivir), cuando la educación avanzaba hacia nuevos horizontes para construir ciudadanía a medida que una gran número de jóvenes se incorporaba a la educación secundaria, técnica y superior con la posibilidad de la ascendencia social, independientemente de su origen humilde.

Toda esta apertura obedecía a una nueva economía de consumo en masa y a la necesidad de incorporar grandes cantidades de profesionales titulados para atender la demanda de las empresas, la Administración y el mercado de trabajo.

Todo ello bajo la ascendencia del crecimiento económico y un paradigma que impulsaba a las sociedades a quemar etapas hacia el desarrollo, una realidad que encarna Rostow en su obra The Stages of Economic Growth (1960), cuyo análisis hace fácilmente entendible el nuevo papel de la educación para dar respuesta a las nuevas necesidades de la industria.

En los años 70 del siglo XX comienza una gran transformación de las economías y, con ello, la aparición del concepto del “trabajador del conocimiento” y la figura del “emprendedor”, abanderado por Drucker. Un cambio de escenario que demandaba un nuevo impulso de la educación y que coincide con la publicación de su libro Managing in Turbulent Times (1980).

El Tercer Contrato Social de la Educación

Desde Drucker ya se podía avizorar la necesidad de un nuevo acuerdo para actualizar la educación, algo enormemente trascendente que nos ha de convocar en estos momentos en los que la nueva realidad económica y social gira en torno al desarrollo de nuevas competencias clave para el siglo XXI (creatividad, innovación, emprendimiento y liderazgo).

Llegar a acuerdos amplios sobre la educación es una labor titánica que exige enormes esfuerzos y es fuente de conflictos; se trata de una tarea que en ocasiones se demora décadas, cuando no generaciones. De hecho, ha costado siglos llegar a donde estamos hoy a través de consensos tácitos que, finalmente, han sido aceptados por la mayoría de la sociedad y valorados como logros colectivos.

El desafío del Tercer Contrato Social de la Educación es democratizar las capacidades del individuo para emprender su vida personal y profesional de manera autónoma, una labor que no acaba de cuajar porque llevamos décadas enredados en cuestiones menores (número de exámenes, ponderación de asignaturas, deberes…), una trampa en la que hemos caído incluso quienes estamos convencidos de la necesidad del cambio y que, por supuesto, ha sido utilizada y promovida por quienes no quieren ―o no les conviene― avanzar para que todo siga igual. De esta manera, se propicia la continuidad del statu quo.

Todo cambio de contrato educativo ha generado sus tensiones y resistencias. Las fuerzas conservadoras y los guardianes del establishment se opusieron radicalmente a la formación universal y gratuita, es decir, al acceso masivo de las clases populares a la educación superior. Como la inercia de los tiempos era imparable, se trabajó denodadamente para devaluar la educación pública dejando abierto el camino a la educación de calidad solo a las élites, que son las que, finalmente, mueven los hilos del poder entre bambalinas y nos diseñan el mundo.

El primer paso para iniciar el Tercer Contrato Social de la Educación nos convoca a todos y todas a buscar un acuerdo en torno a las preguntas: ¿Qué modelo de ser humano queremos? ¿Queremos ciudadanos autónomos, libres, críticos, empáticos, solidarios, creativos, innovadores, emprendedores, líderes…? Y todo ello en torno a los cuatro pilares de la educación, que siguen conservando su validez: aprender a ser, a hacer, a conocer y, sobre todo, al referido a convivir con los que no piensan, sienten o rezan igual.

Todos sabemos que cuando se tocan las fibras sensibles del currículo, el conflicto está asegurado, pues es el proyecto donde se concretan las concepciones ideológicas, socioantropológicas, epistemológicas, pedagógicas y psicológicas, para determinar los objetivos de la educación escolar; es decir, los aspectos del desarrollo y de la incorporación de la cultura que la escuela trata de promover a través de un plan de acción adecuado para su consecución.

La cuestión ahora es: ¿Quién se hace cargo del Tercer Contrato Social de la Educación?

Para los ciudadanos del mundo que piensan que los organismos internacionales, sus gobiernos, instituciones o líderes políticos se están haciendo cargo de la verdadera transformación de la educación, deben despertar de su sueño. ¡Craso error! ¡Asústense! Nadie se está encargando de hacer los cambios que la educación necesita. En el mejor de los casos, los esfuerzos se centran en hacer más de lo mismo perfeccionado la educación que existe para un mundo que ya no existe. Continuamos firmando un contrato social falso con nuestros jóvenes que los lleva, directamente, a un callejón sin salida.

Los gobiernos ―en la mayoría de los casos, con recursos muy limitados y tiempo determinado por el tacticismo de los períodos y los resultados electorales, desgastados por atender las urgencias y por el debate político interno y externo― están muy ocupados en reparar las grietas de un sistema educativo que se cae a pedazos y amenaza con enterrar bajo sus escombros a toda una generación que confió en una promesa incumplida.

Las universidades viven inmersas en las dificultades económicas, presiones externas y contradicciones internas por las demandas y necesidades objetivas y subjetivas de sus propias comunidades universitarias, pero también por la resistencia al cambio de los procesos de transformación que rompan con el statu quo y, por ende, que impiden o, al menos, dificultan la implementación de una nueva educación con fundamentos diferentes a los que sustentan el mandato del Segundo Contrato. La necesaria atención de lo urgente limita enormemente el tiempo, las energías y los recursos para atender lo estratégicamente importante.

El profesorado, en gran medida preocupado por conservar su situación y, a la vez, asfixiado por sus propios problemas personales (económicos, sociales, familiares) y por la necesidad de cumplir unos programas y un modelo que le “obliga” a transferir información para ser memorizada por los estudiantes, se ve completamente limitado para renovar su función docente.

Los estudiantes digitales del siglo XXI se sienten aburridos en unas aulas cuyas formas de aprender y prácticas responden a estándares de los siglos XIX y XX, además de completamente frustrados y desmotivados.

Las familias, con sus esperanzas truncadas al ver que el esfuerzo realizado para que sus hijos estudien no tiene recompensa.

¡Nadie se está haciendo cargo de elaborar y materializar el Tercer Contrato Social de la Educación! Los gobiernos, porque están pensando en las próximas elecciones, y las instituciones, porque viven en la inercia del pasado y tienen miedo de perder sus viejos privilegios. 

Cuando se propuso el Primer Contrato hubo reacciones de las clases dominantes; los que plantearon el segundo recibieron ataques desde el establishment, lo mismo que les ocurrirá a los que se comprometan con el Tercer Contrato Social de la Educación, pero o lo hacemos pronto o el edificio se nos cae encima.

El Tercer Contrato Social de la Educación se enmarca en un cambio de paradigma global

La educación camina de manera rezagada frente a la ciencia, la tecnología, los saberes, la economía, la sociedad o el trabajo.

Todo cambio en la infraestructura precisa de ajustes en la superestructura, de modo que si el cambio en la educación no se hace, corremos el riesgo de tensionar todo el sistema social y laboral.

Cuando nuestro mundo ha sufrido una gran transformación en todas las esferas, el paradigma educativo sigue anclado en el pasado; aunque usamos videoproyectores, internet y plataformas virtuales, los fundamentos del currículo educativo apenas evolucionado en muchos siglos.

Los modelos de Boecio y Casiodoro (Trívium y Quadrivium) aún son reconocibles en nuestra educación; mucho más patente es el influjo de la Ilustración con su ideal académico, así como el posterior modelo de escuela prusiana enfocada en producir personas obedientes y soldados disciplinados, y más tarde las exigencias de la era industrial, que demandaba una escuela para “fabricar” trabajadores que realizasen tareas repetitivas en las cadenas de montaje y la Administración.

Todas las funciones de la vieja educación sirvieron para dar respuesta a las necesidades de su momento histórico, pero hoy han llegado a su fin, pues ya no son capaces de responder a las nuevas realidades y al nuevo paradigma en el que vivimos. La educación está atrapada en una jaula que impide nuestro desarrollo humano y el acceso democrático a las oportunidades que ofrece la Cuarta Revolución Industrial.

El cambio que hemos experimentado en la infraestructura (economía, sociedad) no ha venido acompañado por un cambio en la superestructura. Estamos ante una anomalía histórica.

Una sociedad nueva sigue funcionando con un paradigma educativo obsoleto, y esa disfuncionalidad no se puede mantener en el tiempo, so pena de sufrir una crisis monumental y un ajuste traumático. Nuestros modelos educativos están parcheados, en un proceso de descomposición, remendados a base de medidas cortoplacistas y paliativos, pero sin entender que el cambio educativo solo se puede acometer desde un nuevo paradigma.

No se trata de hacer las mismas cosas y seguir los viejos planteamientos con el pensamiento actual. Aunque multiplicáramos los recursos para la educación, el problema subyacente continuaría vivo.

Sin duda alguna, a pesar de las limitaciones económicas de los organismos e instituciones financieras internacionales y de los países, se requiere destinar muchos más recursos para la educación a todos los niveles y en todas sus modalidades, pero, a su vez, para impulsar y comprometerse con su verdadera transformación, como medio fundamental para la plena realización y desarrollo con justicia, dignidad, respeto, prosperidad y buen vivir de las personas, las familias, las comunidades, los pueblos, los países, las regiones y el mundo entero.

Pese a todo, hay esperanza. En el mundo de la educación hay muchas personas e instituciones que están trabajando por un cambio de paradigma educativo y también están surgiendo líderes y referentes (Gerver, Prensky, Robinson, Flores, Echeverría…), es decir, existen unas energías dispersas que hay que unir en una causa común con el fin de construir la nueva educación entre todos y todas.

Los retos educativos a los que nos enfrentamos son descomunales: hacer frente a los desafíos de una sociedad con grandes riquezas, con un gran acervo de saberes ancestrales, con un gran desarrollo científico y tecnológico (biotecnología, nanotecnología, infotecnología, cognotecnología, ciencia espacial, robótica, etc.) que, además, crece y se transforma a una velocidad vertiginosa, pero que, al mismo tiempo, posee elevados e inaceptables niveles de hambre, pobreza, marginación, intolerancia, violencia, desigualdad, cambio climático…

Como consecuencia de lo anteriormente expuesto, y como parte de esos enormes retos educativos, tenemos que hacer frente al desempleo, llevar a cabo cambios en el mercado de trabajo, en la transformación digital, enfrentar la crisis de los sectores y actividades tradicionales, desarrollar nuevas competencias y respuestas ante la irrupción del Big Data, la inteligencia artificial, la fabricación aditiva, la robotización…

Una nueva realidad que nos obliga al desarrollo de nuevas competencias (competencias clave para el siglo XXI, competencias genéricas o softskills), de la educación a lo largo de la vida, a la educación basada en proyectos, al cultivo de la vocación, al descubrimiento y desarrollo del talento, a nuevas formas y tecnologías del aprendizaje, al papel del profesor como orientador y guía, al rol del estudiante como protagonista de su aprendizaje, a la capacidad analítica, al espíritu crítico, al desarrollo del sentido y criterio y gestión del conocimiento…

Tenemos que asumir un nuevo compromiso histórico, porque delante de nosotros se abre un horizonte apasionante y necesitamos concentrar toda nuestra energía en refundar y resignificar la educación. Es un compromiso ineludible con las futuras generaciones. Cuando se alcanza un nuevo contrato social o se avanza en un nuevo paradigma, no se tienen todas las respuestas a las nuevas interrogantes y, sin embargo, hay que desarrollar el coraje para hacerlo.

Vivimos en la etapa final de un contrato social y nos dirigimos hacia otro nuevo. Nunca el nuevo contrato social es bien recibido en su momento, tendremos que construirlo como se construyeron los otros: uniendo fuerzas dispersas y haciendo camino al andar.

Bases del Tercer Contrato Social de la Educación aprobado en el Congreso Mundial de Educación 2020

  1. El modelo educativo actual está agotado. Desde Kairós reconocemos que estamos iniciando un nuevo tiempo para una educación que sea transformadora para abordar los retos sociales globales y locales del mundo, y construida con la participación de todas y todos.
  2. Contribuimos a la agenda de la transformación mediante la propuesta del Tercer Contrato Social de la Educación reafirmando la educación a lo largo de la vida como un derecho humano universal, un bien público social cuya responsabilidad es de los Estados.
  3. Con el nuevo contrato fortalecemos y actualizamos los cuatro pilares fundamentales de la educación: aprender a ser, aprender a conocer, aprender a hacer y aprender a convivir, y promovemos el cultivo del pensamiento autónomo, crítico y emancipatorio.
  4. Reforzamos el papel de la educación como medio para preservar y transmitir las culturas, conocimientos y saberes de todos los pueblos del mundo, para erradicar el racismo y la xenofobia y construir sociedades interculturalmente justas y equitativas.
  5. Cultivamos las capacidades clave para las personas del siglo XXI desde el aprendizaje a lo largo de la vida, la ética y el uso de la tecnología como base para el desarrollo universal de la creatividad, la innovación, la acción transformadora y el liderazgo centrado en los valores del humanismo.
  6. Nos comprometemos activamente con el descubrimiento y el cultivo del talento de cada persona para el desarrollo de su proyecto vital y el compromiso social.
  7. Reivindicamos la labor docente como promotora de valores, constructora de esperanzas y mediadora pedagógica del aprendizaje en una realidad educativa plural.
  8. Impulsamos una educación para construir un mundo más justo, inclusivo, diverso, democrático y solidario donde nadie se quede atrás, y asumimos como propios los Objetivos del Desarrollo Sostenible al apoyar una economía sostenible, verde y circular que mantenga la biodiversidad y los ecosistemas naturales, al mismo tiempo que genere riqueza redistributiva y empleos dignos.
  9. Adoptamos, desde la solidaridad, la ética y el diálogo de saberes, los avances científicos y tecnológicos de la Cuarta Revolución Industrial, como son la inteligencia artificial y la automatización, así como la ciencia, la tecnología y la innovación como ejes del desarrollo humano y del bien común.
  10. Hacemos propio el planteamiento de que el acceso a internet y, por ende, a la comunicación, información y conocimiento, debe ser considerado un derecho humano.
  11. Invitamos a sumarse a este esfuerzo a las/los estudiantes del mundo, docentes, trabajadores no docentes, familias, comunidad, entidades comprometidas con la innovación educativa y personas que trabajan por el desarrollo sostenible.
  12. Promovemos la integración y la cooperación solidaria, a nivel regional e internacional, las causas de los pueblos originarios y de los sectores históricamente marginados.
  13. Planteamos que se deben destinar más recursos públicos y privados para educación, ciencia, tecnología e innovación a nivel mundial, regional y nacional a fin de aumentar su cobertura, calidad y pertinencia.
  14. Nos sumamos al esfuerzo de las personas, organismos e instituciones de todo el mundo que trabajan por la educación e invitamos a fortalecer las alianzas para hacer realidad su transformación.
  15. Pasemos a la acción impulsando la definición de políticas públicas y el desarrollo a nivel local, nacional, regional y mundial de actividades, planes, programas y proyectos estratégicos con organismos multilaterales, gobiernos, entidades, instituciones educativas y empresas de todo el mundo.

Ahora nos toca liderarlo y materializarlo desde las Universidades Populares.

¡Adelante!!!