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Feminismo en la Era Digital
Fernanda Jaramillo Polo

Fernanda Jaramillo Polo

Directora de Social&Tech. Integrante de la Escuela Feminista Estatal FEUP Paca Aguirre

Hablar de la tecnología, del ciberespacio y de las redes sociales nos sitúa nada más y nada menos que en el mundo actual, ese que tenemos a nuestro alcance cada día, que tenemos en la palma de nuestra mano. La transición de la sociedad analógica a la digital es un hecho y el uso del instrumento digital en sus diferentes manifestaciones es algo cotidiano. Desde un punto de vista global y objetivo, podemos decir que somos miembros de la sociedad digital tanto como ciudadanas y ciudadanos de nuestros pueblos, ciudades y países.

La cuestión radica entonces en determinar si esta nueva sociedad, que está en evolución, ha tomado en consideración los valores y principios que inspiran las sociedades democráticas e igualitarias, o si solo los ha adoptado desde un punto de vista formal y no material.

Por tanto, la pregunta es obvia: ¿cómo afectan las tecnologías a los derechos? En concreto, y desde una perspectiva de género, ¿qué valor se da en este nuevo espacio social a los derechos de las mujeres? ¿Es la sociedad digital un lugar con mayor libertad e igualdad para las mujeres o, por el contrario, estamos ante un espacio de mayor violencia sexista y con menos reconocimiento de derechos?, ¿seguimos alimentando los estereotipos de género sexistas en la era digital?

Cuestiones que no dejan indiferente y sobre las que se podría hablar largo y tendido.

Por otro lado, también sabemos que las formas comunicacionales del feminismo se están transformando. Cada día más acontecimientos, que tienen a las mujeres como protagonistas, muestran que las redes sociales empiezan a constituirse como ámbitos que propician el desarrollo de fenómenos de ciberactivismo y tecnopolítica.

Aquí las preguntas que nos surgen tienen que ver con cuál es el papel que están jugando estas plataformas, si son accesibles para toda la ciudadanía y cómo suturar la brecha digital de género que existe en el mundo. Preguntas a las que trataremos de dar respuesta desde esta reflexión compartida y sobre las que las Universidades Populares tienen mucho que decir.

El trabajo por la igualdad no solo es un eje transversal en las Universidades Populares, entendidas como agentes de cambio social y participación ciudadana, sino que a través de la Escuela Feminista Estatal Paca Aguirre de la Federación Española de Universidades Populares se promueve la igualdad de forma específica y se llevan a cabo múltiples actuaciones.

Feminismo en la era digital: cuando la tecnología resta

Si analizamos de cerca cómo se producen las interacciones que proporciona la tecnología, es sencillo llegar a la conclusión de que en el mundo virtual se reproducen los estereotipos sexistas como consecuencia del traslado del ideario de la sociedad analógica a la digital.

En las relaciones que se producen a través de Internet no solo se encuentran los mismos prejuicios discriminadores que aparecen de forma estructural en nuestra sociedad, sino que se derivan también consecuencias respecto a los derechos de las mujeres, pues la brecha digital sigue siendo todavía muy importante, y la propia estructura de las redes ayudan a perpetuar la cultura patriarcal.

La ONU Mujeres ha identificado los ocho desafíos que les esperan a las mujeres en los próximos años. En el segundo puesto de esa lista se encuentra la brecha digital de género.

La brecha digital de género se reconoce como un acceso desigual a las TIC. Según el Colegio Oficial de Ingenieros/as en Telecomunicaciones, esta es una cuestión persistente en España, aunque la pandemia de la covid-19 ha introducido algunos interesantes matices al respecto que fueron recogidos por el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) en su informe de 2021 “Indicadores de género de la sociedad digital”[1].

El informe constató que con la pandemia la digitalización se ha acelerado más rápidamente que en el resto de la última década. En este contexto, la brecha digital de género se habría reducido hasta prácticamente desaparecer, si se atiende solo al concepto de uso de internet. Esta observación coincide con los datos aportados por el Instituto Nacional de Estadística en el período 2017-2021[2]. Incluso en la franja de edad que va de los 25 a los 54 años, las mujeres usan regularmente internet más que los hombres.

¿Pero hace solo referencia al uso desigual de las TIC el concepto “brecha digital de género”? La respuesta es no; uso no es igualdad.

Cuando se presta atención a aspectos concretos del uso de internet, en realidad se han acabado reforzando algunos sesgos de género preexistentes, asignando una vez más roles tradicionales a las mujeres en el mundo digital en ámbitos ya feminizados socialmente, como la atención a las personas del hogar y a la familia en general, la salud y la educación.

Además, se confirma que hay una menor proporción de mujeres con habilidades digitales avanzadas que de hombres, en casi todas las franjas de edad. Esta es una característica que se da también a nivel europeo, y es sin duda una de las causas principales de la brecha digital.

Es por lo que deberíamos hablar de brechas digitales y no de brecha: las tres brechas digitales de género, relativas al desigual acceso a las infraestructuras y herramientas digitales; el nivel de competencias digitales y de usos de internet, que coloca a las mujeres en una posición desfavorable respecto a las oportunidades que ofrecen para el empleo las nuevas herramientas digitales, y la tendencia a colocar a los hombres en el centro de los espacios de participación sociopolítica digital.

El informe “Brecha digital de Género” del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (2022)[3] arroja algunos datos interesantes como muestras de estas otras brechas digitales de género son datos como:

  • Solo el 5,7 % de las empresas españolas cuenta con especialistas femeninas en tecnologías de la información, un sector al que solo se dedica el 1,6 % de las mujeres trabajadoras
  • Únicamente el 6 % de las mujeres se siente muy segura cuando accede o navega por internet.
  • Ellas suponen el 26 % de las personas matriculadas en Ingeniería y Arquitectura en universidades españolas; el 74 % son hombres. Este dato contrasta con el total de universitarios, donde el 57 % son mujeres y el 43 % son hombres.
  • El 73 % de las mujeres busca información sobre temas de salud en internet, frente al 66 % de los varones. Destaca la mayor prevalencia relativa de actividades online relacionadas con los cuidados y la salud entre las mujeres, y las relacionadas con la economía, el comercio y la información entre ellos.

Otro espacio de especial atención y en relación a lo expuesto y al traslado de los sesgos y los roles de género a la comunidad digital, y en concreto a las redes sociales, es que aparecen nuevas formas de violencia de género y también se intensifican las “violencias tradicionales”, puesto que se ha generado un potente instrumento de dominación y control que, además, se refuerza con las características del medio (viralidad, permanencia y descentralización) y se implementa no solo en el ámbito de la pareja, sino también por la familia y la comunidad (escuela, entorno laboral, social, deportivo, etc.).

Esta nueva forma de ejercer violencia de género a la que se denomina “violencia de género digital” o “ciberviolencia digital”, está afectando, particularmente, a colectivos vulnerables, como el de la adolescencia. Así se refleja en las cifras del estudio realizado por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género[4] “El ciberacoso como forma de ejercer la violencia de género en la juventud: un riesgo en la sociedad de la información y del conocimiento”, en el que se muestra un aumento de las conductas de violencia de género digital en adolescentes.

Entre estas conductas, el ciberacoso supone una forma de limitación de la libertad que genera dominación y relaciones desiguales entre hombres y mujeres que tienen o han tenido una relación afectiva; supone una dominación sobre la víctima mediante estrategias humillantes que afectan a la privacidad e intimidad, además del daño que supone a su imagen pública. Se produce, generalmente, sin que haya coincidencia física y la reiteración se convierte en la estrategia de invasión de la intimidad más utilizada por los acosadores. Por ejemplo, la insistencia en el envío de mensajes o las peticiones recurrentes para conseguir algo se convierten en la fórmula para acosar a la víctima. O tras la ruptura de la pareja, los ciberacosadores utilizan internet para alcanzar a la víctima, y es el chantaje emocional la estrategia comunicativa utilizada para lograr volver a mantener una relación directa con la víctima.

Es importante incidir en esta nueva forma de ejercer violencia de género, ya que es frecuente, sobre todo en la adolescencia y la juventud, una percepción muy baja de sus efectos perniciosos, que son entendidos como molestias irrelevantes o inocuas.

Internet y las redes sociales constituyen un ámbito en el que la población más joven se encuentra muy cómoda y en los que desarrollan sus capacidades y relaciones sin las limitaciones impuestas en otros ámbitos. Por ello, determinados patrones de uso de internet que pueden ser interpretados como prácticas de riesgo (intercambiar información o imágenes privadas, el control por parte de la pareja a través de las redes sociales, quedar con un desconocido por internet, etcétera) no se perciben como un peligro, sino como algo “normal”.

  • Acosar o controlar a tu pareja usando el móvil.
  • Interferir en relaciones de tu pareja en internet con otras personas.
  • Espiar el móvil de tu pareja.
  • Censurar fotos que tu pareja publica y comparte en redes sociales.
  • Controlar lo que hace tu pareja en las redes sociales.
  • Exigir a tu pareja que demuestre dónde está con su geolocalización.
  • Obligar a tu pareja a que te envíe imágenes íntimas.
  • Comprometer a tu pareja para que te facilite sus claves personales.
  • Obligar a tu pareja a que te muestre un chat con otra persona.
  • Mostrar enfado por no tener siempre una respuesta inmediata online.

Sin embargo, aunque estás puedan ser las formas de violencia “más evidentes”, la reproducción de roles de género en el entorno digital nos lleva a afirmar que existe una desigualdad, producto del sistema patriarcal en el que se han creado las herramientas digitales.

La justificación de esta afirmación se puede encontrar con un somero análisis de cómo aparecen y se relacionan las mujeres en las redes sociales. En ellas no solo cuenta la palabra, también los emoticonos o los GIF. Si se observa, por ejemplo, cómo se representan en estos proveedores de emociones, es fácil constatar representaciones estereotipadas y sesgadas que aluden, fundamentalmente, a imágenes y comportamientos sexistas que son reproducidos en bucle, perpetuando dichas manifestaciones patriarcales y ayudando a su interiorización como adecuadas socialmente.

Esta brecha digital de género también afecta a los algoritmos que rigen el ciberespacio y la inteligencia artificial. Los algoritmos y la inteligencia artificial ejercen un papel fundamental en esta tarea de propagación de los elementos machistas contra los que luchamos.[5]

Si tenemos en cuenta que los algoritmos son creados por hombres pertenecientes a grupos sociales privilegiados, lo más probable es que sus aplicaciones y utilidades vayan a representar y favorecer las necesidades de esos hombres y no las de las mujeres (mucho menos, las de aquellas que no pertenecen a estos grupos privilegiados). La escasa presencia de mujeres en el diseño y producción de tecnologías contribuye a que dichas tecnológicas no contemplen las opiniones, intereses y prioridades de las mujeres y a que haya, entre otros aspectos, escasos referentes femeninos en los medios digitales.

Además, los algoritmos analizan nuestro comportamiento en la red y nuestra forma de interactuar, lo que lleva a que se nos ofrezca información sobre aquello en lo que estamos interesadas y se nos aleje de la que nos genera rechazo. Lógicamente, esta segregación y selección en los mensajes que recibimos impide que se difunda el discurso discrepante más allá de quien esté dispuesto/a a recibirlo. Por lo tanto, al final esa pretendida función de expansión del conocimiento y de la información tampoco resulta tan real. De hecho, el juego de los algoritmos lleva a que la información de contenido machista se reproduzca en los círculos de machistas y que la feminista permanezca en los ámbitos de influencia de las personas que defienden la igualdad, lo que lleva no solo al no intercambio de discursos, sino a la polarización de ellos.

La mayor parte de los estudios sobre los sesgos de género en inteligencia artificial se han centrado en los presentes en los sistemas de reconocimiento de imagen y de voz, como por ejemplo los asistentes de voz virtuales que incorporan los dispositivos tecnológicos actuales, y aquellos presentes en las grandes empresas tecnológicas y de servicios. En este sentido, numerosas investigaciones sugieren que se tomen medidas para que las aplicaciones que adoptan roles femeninos (tomemos de ejemplo a Siri, Alexa o Cortana) no persistan en situar a las mujeres en papeles secundarios y ligados a los roles tradicionales de género, de cuidados y provisión de ayuda.

Por otra parte, son pocos los estudios que abordan los sesgos de género ―por ejemplo, poca presencia de mujeres entre las poblaciones consideradas― en la generación, tratamiento y análisis de datos masivos (Big Data), lo que pone de manifiesto la urgente necesidad de examinar las deficiencias de la calidad de los datos que se toman como referencia para el diseño de políticas de impacto social, como puede ser la salud, la educación o el consumo.

Todo ello confirma que el uso de la tecnología no es neutro desde el punto de vista del género; entre otras razones, por el modo en que se reproducen los comportamientos. Si prestamos atención, por ejemplo, al mundo influencers, tampoco resulta difícil constatar cómo hay una importante ausencia de relato femenino en ámbitos técnicos o científicos y un importante incremento de la feminización del discurso. De hecho, existe cierta asociación en el ideario colectivo entre el término influencer y mujer, mientras que los hombres son más asociados con papeles de streamers o youtubers.

Volviendo a las influencers, la mayoría de estas mujeres centra sus informaciones en ámbitos como la maternidad, la familia y la educación de los hijos, la alimentación, la belleza o la moda; y también, mayoritariamente, sus seguidoras son chicas jóvenes que interiorizan patrones de comportamiento como los que se esperan de ellas, condicionando una mirada absolutamente sexista de los roles y funciones que hay que cubrir en la sociedad. Así, no resulta extraño el retroceso que, en materia de igualdad y derechos, se observa en las nuevas generaciones.

Además, la “cosificación” femenina, la perpetuación de roles de cuidado o el renacer del estereotipo de la mujer pasiva sexualmente son el caldo de cultivo adecuado para el incremento de las violencias de control y dominación.

Es importante no olvidar que la información que se obtiene de todo aquello que hacemos o decimos a través de los elementos tecnológicos (bien sea obteniéndose de manera coactiva o subrepticia) proporciona una importantísima arma al maltratador que, de esta manera, obtiene unos datos muy valiosos para llevar a cabo conductas, fundamentalmente, de acoso. No solo en relación con sus parejas o exparejas, también hacia mujeres anónimas que ven cómo su proyección digital puede verse mermada mediante los ataques masivos que sufren, bien por ser mujeres que ocupan puestos de responsabilidad política, institucional o empresarial, bien por emitir opiniones feministas, bien por el simple hecho de discrepar de lo que afirma un hombre con autoridad, a pesar de ser discutible su manifestación.

Esto nos invita a reflexionar sobre la adquisición de competencias digitales en torno a la ciberseguridad como herramienta para evitar situaciones de vulnerabilidad y proporcionar la posibilidad de protección.

Feminismo en la era digital: cuando la tecnología suma

Pero no todo son amenazas respecto al uso y desarrollo de la tecnología; afortunadamente, la era digital trae de la mano una gran cantidad de oportunidades para la promoción de la igualdad y la lucha feminista.

Como decíamos al inicio, las formas comunicacionales del feminismo se están transformando. Las plataformas digitales posibilitan a los actores sociales nuevos espacios de manifestación pública y se convierten, en muchos casos, en epicentro de protestas y demandas.

Un conjunto de acontecimientos que tienen a las mujeres como protagonistas muestran que las redes sociales empiezan a constituirse como ámbitos que propician el desarrollo de fenómenos de ciberactivismo y tecnopolítica. Las redes sociales permiten que gente que quizás no se sintió representada en un partido o agrupación política pueda participar espontáneamente, de modo intermitente, compartir una causa, pero no otra. Se puede teletransportar a su espacio de “militancia” virtual con un solo clic. Pero para que su acción no caduque, ese participante necesita después un espacio de pertenencia, elaboración, discusión…

En esta reconfiguración de las dimensiones discursivas de la esfera pública, producida por la aparición de las nuevas tecnologías, surgió una nueva forma de protesta política definida como “ciberactivismo”.

Las tecnologías de información y comunicación, en especial internet y las redes sociales, han inaugurado nuevas formas de activismo al constituirse el ciberactivismo como una expresión de movilización y acción política; sucedió en el año 2010 en el mundo árabe, y le siguieron varias movilizaciones a nivel mundial que dieron por “inaugurado” el ciberactivismo. Así, en 2011 tuvieron lugar el movimiento de los indignados (rebelión española) del 15M y el movimiento Occupy Wall Street en los Estados Unidos; en 2012 surge #YoSoy132 en México; en 2013, las protestas en Brasil, y en 2014, en Venezuela, protagonizada por estudiantes, y las protestas de Hong Kong con la famosa “revolución de los paraguas”. Estas y otras movilizaciones no solo tomaron fuerza en el mundo digital, sino que también se expresaron en las calles.

Para el activismo, el espacio digital se presenta como una nueva vía de participación donde se pueden debatir las distintas problemáticas que afectan a los sistemas sociales. En efecto, el uso de la tecnología con fines políticos ha permitido el auge de movimientos online: ecologistas, pacifistas, religiosos, sindicales, feministas y defensores de derechos civiles.

Se trata de un nuevo escenario que deja atrás el momento reactivo frente a las plataformas digitales para ingresar a un período propositivo que las ve como lugares donde también puede desarrollarse la actividad de influencia para cambiar los espacios públicos y los derechos, que son de todos y de todas y, al mismo tiempo, de nadie. En sintonía con esa idea, la apropiación que las personas usuarias hacen de las tecnologías de la información y la comunicación las convierte en tecnologías del aprendizaje y el conocimiento, al tiempo que proporcionan empoderamiento (Reig, 2012).

Tanto así que, desde hace unos años, una ola global de movilizaciones feministas digitales sacude el mundo. Gracias al altavoz que supone la comunicación en redes digitales, las luchas de las mujeres, las protestas contra las violencias machistas y el feminicidio interpelan el mundo.

Estas movilizaciones sociales vividas en los últimos años en diversas partes del mundo anuncian lo que ya, sin duda, puede ser definido como “la cuarta ola feminista”. La magnitud de algunas de estas movilizaciones y el hecho de que se hayan producido en distintos continentes casi al mismo tiempo han convertido al feminismo en un movimiento de masas por tercera vez en su historia. Solo dos veces, con el movimiento sufragista en el siglo XIX y con el feminismo radical de los años setenta en el siglo XX, el feminismo ha llegado a ser un movimiento de masas.[6]

Hablamos de una cuarta ola feminista impulsada sin duda por el uso de los medios digitales, ya que, sin duda, internet ha posibilitado esta globalización de la protesta. Ahora es posible organizarse en redes sociales para denunciar hechos que suceden bajo la indiferencia de los medios de comunicación.

Cientos de miles de mujeres se han manifestado el 8 de marzo de 2018 y 2019 en las calles de ciudades y pueblos españoles tras una jornada pacífica de huelga. Hacía años que no se recordaban manifestaciones tan masivas ni tampoco tan intergeneracionales. Mujeres de todas las edades, con una presencia rotunda de jóvenes, exigieron el fin del acoso sexual, de la brecha salarial, de la violencia patriarcal o de la prostitución. Sin embargo, estas manifestaciones no tuvieron lugar solo en nuestro país. Mujeres de países tan diferentes culturalmente, como Argentina o Turquía, entre otros muchos, protagonizaron diversas acciones políticas y se movilizaron en defensa de sus derechos. Y las movilizaciones feministas prosiguen en distintas partes del mundo, como Arabia Saudí́ o Israel.

Movimientos como el #MeToo o #YoSiTeCreo han explotado las oportunidades de instantaneidad, alcance y gratuidad que ofrecen los medios digitales, para poner el acento en la lucha contra la violencia de género y las políticas efectivas de igualdad, al dar una dimensión global a la lucha, necesaria para afirmar un terremoto en los cimientos del patriarcado y proclamar una nueva ola del feminismo que se expresa a través de internet, que ha dicho “¡basta!” ante las agresiones sexuales y que sale a las calles para reclamar una igualdad real en todos los ámbitos.

El ciberactivismo feminista ha abierto una puerta para forjar alianzas, debatir y analizar necesidades, así como para consensuar medidas inclusivas y representativas, como también para conseguirlo, gracias a la presión social, grandes logros en la lucha feminista. No obstante, las mujeres todavía tienen grandes hitos por alcanzar, como son la igualdad de oportunidades laborales o un reparto equilibrado en los puestos de dirección, medidas que, gracias a esta acción colaborativa amplificada a través de los medios digitales, ocupan cada vez más un lugar destacado dentro de la agenda setting de los gobiernos. [7]

Por todo ello podemos afirmar que este es sin duda un gran momento para la lucha feminista y que el uso de la tecnología ha facilitado un calado en la sociedad y una movilización coordinada a nivel mundial casi sin precedentes.

Aprovechemos los recursos a nuestra disposición, aprovechemos los medios, las redes, agitemos las conciencias, movilicemos al mundo. Es la hora del feminismo.


[1] Informe 2021. Indicadores de Género en la Sociedad Digital

[2] Instituto Nacional de Estadística 2017 – 2021

[3] Brecha digital de género, del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (2022).

[4] Estudio Delegación del Gobierno para la Violencia de Género

[5] Mujeres y digitalización. De las brechas a los algoritmos, Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades. Ministerio de Igualdad.

[6] Rosa Cobo Bedia. Servicios Sociales y Política Social (abril-2019). XXXVI (119), 11-20. ISSN: 1130-7633

[7] Marián Alonso-González, Activismo social femenino en la esfera pública digital

Womens’s Social Activism in the Digital Public Sphere

Ativismo social femenino na esfera pública digital.