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La importancia histórica de las Universidades Populares en la promoción y el desarrollo cultural
Pablo García Rayo

Pablo García Rayo

Director del Museo Etnográfico de San Sebastián de los Reyes. | Programador y director del programa “Los viernes de la tradición”.

Cuando una programación cultural enfila previsiblemente su última etapa, después de muchos años de permanencia y continuidad, y, por consiguiente, en plena consolidación, es cuando mejor puede hacerse un balance sosegado y reflexivo de lo que ha aportado esa actividad al sector de población al que iba dirigida.

Hay ciertas actividades culturales que van indisolublemente unidas a la institución que las crea y, desde mi punto de vista, no son concebibles sin su cobertura y apoyo. Pasado el tiempo, estas se revisten con un cierto halo de romanticismo, como algo que surgió y fue factible realizar entonces, cuando todo estaba por hacer, después de salir renqueantes de un oscuro periodo de desierto cultural propiciado por demasiadas décadas de conformismo y resignación. Una ilusionante eclosión de ideas, una férrea voluntad de aprovechar el tiempo perdido se abrió paso a principios de la década de los ochenta del siglo XX, justo cuando echaban a andar las primeras Universidades Populares.

Una de ellas, la de San Sebastián de los Reyes, se convirtió pronto en el mascarón de proa de las demás y llegó a ser el referente en el ámbito de la animación sociocultural y la educación de adultos.

En efecto, un extraordinario grupo de adelantados a su tiempo se encargaron de coger el toro por los cuernos y comenzaron a planificar y diseñar las bases de un nuevo orden cultural que contaba con hacer partícipe a una sociedad desencantada, pero hambrienta de conocimientos y nuevas experiencias. Los nuevos tiempos ya permitían ―cada vez más alejado el fantasma de la censura y el encorsetamiento, de la uniformidad y la mediocridad cultural que se arrastraba desde hacía décadas― el progresivo e imparable ejercicio de la libertad.

Supongo que quienes vivieron y experimentaron esos inicios estarán de acuerdo en calificar aquel periodo como el de la “época romántica” de las UU. PP., en contraste con el actual, más sólido y consolidado, pero, quizás por ello, más rutinario y previsible. Así pues, a partir de los primeros años de la década de los 80 las UU. PP., acordes con la normalización democrática que ya se iba haciendo cada vez más patente en la sociedad, acometieron la inmensa e intensa tarea de movilizar a una parte significativa de la sociedad a través de programas culturales y educativos al normalizar una situación que llevaba demasiado tiempo anclada en el confort de la conveniencia conservadora.

Resulta verdaderamente conmovedor a estas alturas evocar la frenética actividad cultural de aquellos años, la participación masiva y agradecida, el trabajo esforzado y sin contrapartidas de sus promotores y propulsores, sorteando todo tipo de obstáculos (administrativos, técnicos, políticos…), todo ello con el fin de integrar y hacer partícipes a los ciudadanos de aquel proyecto que nacía con vocación de futuro, como después se comprobó. Es, en efecto, muy edificante comprobar cómo se hicieron las cosas y se dio rienda suelta a programas imaginativos, aun en ausencia de la revolución tecnológica en ciernes que se intuía y vislumbraba, pero que tardaría algunos años en llegar y, más aún, en afianzarse. Sin Internet ni redes sociales, sin los recursos técnicos que hoy en día facilitan tanto la labor educativa y cultural. A recursos limitados, imaginación desbordante y voluntad de superación.

En aquellos tiempos, pues, una persona llamada José María García-Rayo (recién asumidas sus responsabilidades como director y dinamizador de la primera UP de España), aplicando su propia experiencia de juventud como aficionado a la música folk y miembro él mismo de un efímero grupo de un pueblo del llano manchego, creó y puso en marcha, entre muchos otros programas culturales, la Muestra de Música Tradicional, a la que siguieron casi de inmediato la de Baile Tradicional y Villancicos Tradicionales. Este novedoso despliegue de monográficos, que tendría una larga continuidad en el tiempo (hasta nuestros días), requirió la cobertura técnica de un centro especializado, dependiente y subsidiario de la UP que se dedicó a la recopilación, el estudio y la difusión de la cultura tradicional. La incesante actividad que en él se desarrolló implicó una necesaria ampliación y un continuo incremento de lo que, en sus inicios, solo fueron incipientes colecciones de todo tipo de material etnográfico que se adquirían bien a través de donaciones, bien a través de compras. Unos años después, este gran volumen de objetos dio lugar a la creación de un museo etnográfico. Entre las actividades complementarias con las que se pretendía afianzar este museo se creó un ciclo de conciertos didácticos de música tradicional que llevan 16 años ininterrumpidos haciendo las delicias del público aficionado a este tipo de música. Toda esta labor fue reconocida y premiada con la concesión de varios prestigiosos premios a nivel nacional.

Es, sin duda, muy satisfactorio comprobar hasta dónde puede llegar y en qué puede convertirse una simple, pero entrañable, afición de juventud.

Otros programas, similares o no, de otras UU. PP. de España, probablemente, hayan recorrido este largo y productivo trayecto, y quizás sigan perdurando hasta hoy, siempre que no se les haya privado del tiempo que requieren para consolidarse de un mínimo de recursos y, sobre todo, se les haya aplicado una enorme dedicación y, por qué no decirlo, un extra de cariño.

Han pasado más de cuatro décadas desde entonces y en la Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes aún continúan algunos programas que han resistido, como sólidos baluartes, al tiempo y a las circunstancias.

Sin embargo, a mi modo de ver, es pertinente plantearse la siguiente pregunta: ¿Es conveniente que un programa cultural se prolongue demasiado en el tiempo? Entendiendo por demasiado, digamos, 16 años…

Este es el caso de Los Viernes de la Tradición (LVT), actividad que viene desarrollándose regularmente (excepto los meses de marzo, abril y mayo de 2020 a causa de la pandemia de la covid-19 en que hubo de suspenderse gran parte de la programación) desde el año 2006. Por esta programación han pasado cerca de 400 grupos y solistas que interpretan un repertorio muy concreto relacionado con la música tradicional (con sus muchas variantes). En estos momentos acaba de finalizar el 33.º ciclo y ya se está programando el 34.º para el otoño de 2022.

¿Es demasiado tiempo? ¿Es una oferta cultural aún viable o, por el contrario, acabará convirtiéndose en tediosa y reiterativa? ¿Merece ya darle fin y renovar la programación con otras iniciativas?

La verdad es que cuesta desprenderse de algo tan consolidado y que goza hoy con el mismo poder de convocatoria que en sus mejores tiempos. Sería, valga el símil, como un suicidio programado sin venir a cuento, una ocasión desperdiciada cuando ninguna influencia interna o externa ejerce presión de ningún tipo para jubilar los veteranos ciclos. Hasta el momento, claro. Pero habría que reconocer que, de haberlas en la actualidad o en un futuro más o menos cercano, ya se habría cumplido con creces el objetivo que se marcó desde sus inicios.

Supongo que este ejemplo es aplicable a otros programas culturales que otras Universidades Populares han dilatado el tiempo suficiente para plantearse esta cuestión.

Un criterio a favor para seguir manteniendo LVT es el déficit, en general, que existe en nuestro país de programaciones estables de este tipo de músicas a lo largo del año (con excepción del periodo estival, donde proliferan todo tipo de festivales, muestras, recitales, encuentros, certámenes, concursos…), máxime cuando históricamente no resultan favorecidas por la publicidad y difusión de las que otro tipo de manifestaciones musicales sí disponen en los medios masivos de comunicación (radio, TV, prensa nacional…). A pesar de que Internet y las redes sociales han implementado su relevancia cultural, ya que ahora sí pueden llegar a cualquier lugar por muy alejado que esté, los músicos necesitan, sobre todo, mostrar y expresar su trabajo delante de un público que reciba y valore el resultado de sus esfuerzos. Programaciones anuales estables y duraderas como LVT, concebidas, podríamos decir, fuera de temporada, afianzarían en los intérpretes ese punto de confianza que les proporcionaría una red organizada de lugares donde pudieran presentar y exhibir sus trabajos. No es lo mismo, como se ha podido comprobar en esta pandemia, actuar online para un público ciertamente receptivo que hacerlo arropado por un público más o menos numeroso en el calor de un prometedor directo.

Con todo, por muy lejos que llegue en el tiempo un programa cultural fidelizado, nunca ha de desvincularse de sus principios porque, en caso contrario, se convertiría en otro tipo de oferta cultural.

A lo largo de todos estos años, el programa LVT ha seguido la línea que se marcó en sus inicios atendiendo a cuatro criterios que han conformado sus características:

  • Periodicidad

Cualquier programa cultural que nazca como proyecto creativo y que tenga el fin de ocupar un espacio cultural entre su público potencial ha de tener un tiempo mínimo de rodaje y asentamiento, hasta poder comprobar su viabilidad y recepción.

  • Calidad

Esta es una condición que facilitaría la consolidación del programa, si este tuviera la fortuna de no verse afectado por factores exógenos de carácter político o administrativo.

  • Diversidad

En la medida de lo posible, hay que intentar abarcar todas las facetas que puedan integrar un determinado movimiento cultural. La heterogeneidad suele incrementar el interés que el público pueda mostrar en las actividades que se le ofertan.

  • Tradición e innovación

Una programación cultural no expresamente específica ha de destacar las diversas manifestaciones artísticas que existen dentro de una misma tendencia cultural que cuente por décadas su desarrollo histórico. En nuestro caso, la llamada música folk. Es evidente su continua evolución desde la década de los sesenta del siglo XX hasta nuestros días.

En todo caso, la afinidad e implicación y personal que los técnicos de cultura apliquen a los trabajos que realizan y el apoyo y reconocimiento por parte de su administración local será lo que pueda llegar a darle consistencia y perspectivas de futuro al proyecto, aunque este lleve décadas programándose. Es evidente que esta unión de esfuerzos lo hará, al menos, duradero.