Nuestro pasado y presente: una visión de futuro
Las Universidades Populares han sido, con total seguridad, el proyecto de educación popular con mayor trascendencia política y social de la historia de España. El largo y difícil recorrido desarrollado desde su aparición, a principios del siglo XX, hasta la actualidad constituye un ejemplo de la fuerza y tenacidad con la que las ideas de progreso social, traducidas en proyectos para el desarrollo de la humanidad, resurgen constantemente en contra de las fuerzas que se le oponen.
En el caso de las Universidades Populares españolas, tras su persecución y eliminación por la dictadura franquista, reaparecieron en plena Transición democrática. Desde entonces, los más de cuarenta años de actividad continuada nos proporcionan una memoria colectiva amplia y consistente, suficiente para “reconocernos” en nuestra singularidad dentro de las diferentes iniciativas de educación popular existentes[1].
Cuando avanzamos en el primer tercio del siglo XXI, en un mundo globalizado y cambiante, marcado por la incertidumbre que nos produce la reaparición de pandemias y guerras que amenazan el orden mundial en el que nos creíamos seguros desde mediados del siglo XX, es ahora el momento en que debemos volver la vista atrás para disponer de una perspectiva histórica que nos permita situarnos ante el futuro. Al igual que el saltador evalúa los metros que tiene que retroceder para coger el impulso necesario y alcanzar así la distancia que quiere alcanzar, es necesario revisar nuestro pasado y presente para poder proyectarnos en el futuro.
Por tanto, no se trata tanto de efectuar un relato reuniendo nombres y fechas ordenadas cronológicamente como de encontrar y definir el hilo conductor que ha constituido nuestra identidad. Este elemento ha sido, a mi modesto parecer, la capacidad de adaptar su acción, en cada lugar y tiempo, para solucionar los grandes problemas de la sociedad, en particular los de las clases populares. Es decir, que ha respondido a una causa determinada y ha buscado un efecto concreto y objetivo, siempre transformador de la realidad y fundamentado en un código de principios y valores de progreso.
Los hitos del pasado
Existe suficiente bibliografía sobre la historia de las Universidades Populares españolas a la que nos podemos remitir[2], por tanto, no trataremos de estos detalles, sino que intentaremos hacer un análisis de su devenir teniendo en cuentas que, por tratarse de iniciativas dispersas territorialmente, solo nos centraremos en sus elementos comunes.
Las primeras experiencias a finales del siglo XIX y principios del siglo XX
El siglo XIX, consciente de los cambios sociales resultantes de la Revolución Industrial del siglo anterior, fue fecundo en reflexiones sobre lo que hoy venimos denominando la “educación popular”, es decir, las soluciones históricas para que las masas obreras alienadas construyeran su espacio en la sociedad a partir de la “instrucción”. Dos planteamientos aparecen en la mitad de siglo en Europa:
- el krausista, que en España se configura en 1855 por las propuestas de Sanz del Rio, el cual pretende una integración social mediante la elevación intelectual de las clases obreras permitiéndoles alcanzar una formación académica y ética (que el sistema les niega) y construir así una nueva sociedad interclasista y armónicamente unida; y
- el marxista, que se empieza a fraguar a partir de la publicación del Manifiesto Comunista en 1848 y que formula la educación como la formación de los obreros en el materialismo dialéctico con el fin de adquirir una conciencia de clase que propicie su liberación a través de una transformación revolucionaria de la comunidad.
Ambos planteamientos coincidían en conseguir un “hombre nuevo”, despojado de los prejuicios de la religión, y capaz de labrar en libertad su propio destino en el seno de la humanidad.
Junto a estos planteamientos, y a veces como reacción a ellos, aparecerán iniciativas para la formación de los obreros y, de forma particular, de las mujeres, auspiciadas por la Iglesia, especialmente la católica, con la intención de frenar la laicidad de la sociedad fomentada por el incipiente movimiento obrero.
La primera experiencia que surge con la denominación de “Universidad Popular” será en 1899 en París, respaldada por Georges Deherme y que viene a recoger e institucionalizar la tradición de las sociedades obreras francesas de fomentar actividades para la formación de sus afiliados, más o menos abierta a una población adulta en general, mediante conferencias impartidas por personas cualificadas y especializadas, procedentes o no del mundo académico. Este modelo, que ya había sido experimentado en Inglaterra como “University Extension” en Cambridge, Oxford o Londres, está basado en el prestigio de sus conferenciantes; sin embargo, no consiguió cuajar por la falta de una sistematización pedagógica que ordenara los aprendizajes pretendidos. A pesar del arranque poco exitoso, este modelo empieza a extenderse por el resto de Europa, especialmente por Italia o España.
Las primeras Universidades Populares en España
En el contexto de una España agraria y caciquil con un analfabetismo generalizado en las zonas rurales y atrapada en las consecuencias económicas y morales de la crisis de 1898, la emergencia política de las élites progresistas republicanas se centraba en las ciudades y, especialmente, en los círculos obreros industriales y mineros. En 1876 Giner de los Ríos funda la Institución Libre de Enseñanza con el objetivo de renovar el sistema educativo del país al introducir los métodos e ideales del krausismo, y la concibe como un instrumento para sacar a España de su atraso tradicional, modernizar sus instituciones y fomentar la educación (desde la edad escolar hasta la edad adulta) con un nuevo sistema de valores. En su defensa del laicismo, coincidió con la actividad de las logias masónicas que incorporaban este principio a su ideario y a su misión de transformar a los individuos en ciudadanos, útiles y conscientes de su valor social[3].
Siguiendo el modelo francés, la primera Universidad Popular que se funda en España será en Valencia por iniciativa de Vicente Blasco Ibáñez en 1903. Inicialmente, su fundador la creó como una alternativa al proyecto de “Extensión Universitaria” promovido por la Universitat de València, además de como la formulación práctica de los ideales krausistas que inspiraban la Institución Libre de Enseñanza. Sus principales representantes intervienen como conferenciantes en su primer curso. Formalmente, apareció ligada a la propia organización política republicana que presidía Blasco, proclamaba su carácter interclasista y se dirigía a la formación tanto de los obreros como de los empresarios.
Durante la primera década del siglo XX se fundaron Universidades Populares de las mismas características e ideario en Madrid (1904), Sevilla (1905) o La Coruña (1906)[4]. También en Cataluña, Francisco Ferrer y Guardia, a partir de la pedagogía anarquista de la Escola Moderna, establecería una Universidad Popular para adultos que funcionaría hasta su fusilamiento en 1909.
En la mayor parte de los casos, son promovidas por profesores como Antonio Machado en Segovia en 1919, por periodistas y escritores como Blasco Ibáñez en Valencia o Wenceslao Fernández Flores en La Coruña, o por toda una suerte de prohombres locales de profesiones liberales ligados a la burguesía reformista local de sus ciudades y comprometidos políticamente con el republicanismo, la Institución Libre de Enseñanza o la francmasonería, y, en muchos casos, con las tres a la vez.
El desarrollo de estas iniciativas, atendiendo a su propia naturaleza y metodología, fue desigual y mantuvieron su actividad durante el primer tercio del siglo de forma discontinua, en función de la de sus propios promotores y de las condiciones políticas y económicas de cada momento.
Debemos incluir en este apartado a la pujante y tardía Universidad Popular de Cartagena, fundada en 1932 por Carmen Conde y Antonio Oliver que, si bien sigue el modelo de estas primeras Universidades Populares, comienza a programar otras actividades más innovadoras: excursiones, pases cinematográficos, etc., junto a las series de conferencias tradicionales.
Las Universidades Populares de la Segunda República
La Segunda República supuso una verdadera revolución en el campo de la educación, y, especialmente, de la educación popular. Al amparo de las nuevas libertades conseguidas, los movimientos de renovación pedagógica y, en particular, los promovidos desde la Institución Libre de Enseñanza se extendieron por todos los rincones del país impulsados por las entusiastas promociones de maestros de escuela, dispuestos a extender la educación pública y laica como base para consolidar el nuevo régimen.
En ese contexto, las Universidades Populares vivieron un nuevo periodo de florecimiento impulsado por la Federación Universitaria de Estudiantes (FUE). Así, entre 1932 y 1933 se reactivaron las Universidades Populares de Madrid, Valencia o Sevilla y aparecieron otras muchas, incluso en poblaciones rurales que no albergaban sedes universitarias, promovidas por las secciones locales de la FUE, como fue el caso de la de Lorca (Murcia) u otras muchas.
A diferencia de las anteriores Universidades Populares, aunque se mantienen los ciclos de charlas culturales, se incorporan programas de alfabetización y cultura general, casi académicos, dirigidos a la población que más dificultades tenía para acceder a los bienes culturales y educativos. Pronto estas campañas constituyen la actividad principal de las Universidades Populares y aparece entonces una sistematización de los contenidos hasta ese momento desconocida.
También se produjo una cierta coordinación territorial de los diferentes proyectos locales para responder a un programa general de todas las Universidades Populares del Estado. Con el respeto a la autonomía de cada una de ellas, van coincidiendo en planteamientos comunes, tanto en su finalidad ya definida en 1932 en las Bases de la Universidad Popular de Sevilla como en su organización: matrícula gratuita, órganos de gobierno participativos de profesores y alumnos, etc.
Por otra parte, estas actividades, si bien son impartidas por profesores y especialistas universitarios, también cuentan con los propios estudiantes, organizados en una forma de voluntariado cultural que se extiende por barrios y zonas rurales siguiendo el modelo de las Misiones pedagógicas.
La agudización del conflicto político que precedió a la Guerra Civil repercutió en este movimiento estudiantil y provocó una radicalización de sus posturas, que se tradujo formalmente en una tendencia “obrerista” que desplazó definitivamente los postulados interclasistas de las primeras Universidades Populares. El Golpe de Estado de 1936 y el inicio de la guerra no afectó a su funcionamiento, al menos en un primer momento; todo lo contrario, se incrementó el número de cursos, especialmente los de alfabetización, y de participantes, que en Valencia llegaron a alcanzar el millar de asistentes en el curso 1936-1937.
Durante los siguientes cursos las necesidades bélicas restaron recursos económicos y también efectivos humanos, tanto por la movilización para atender al frente como por la represión en las zonas ocupadas por el ejército franquista.
La derrota de la República y la instauración de la dictadura acabaron con las Universidades Populares en todo el Estado. Identificadas como instituciones republicanas, la represión franquista se cebó con quienes habían sido sus promotores, profesores e incluso simples asistentes a sus actividades.
Las Universidades Populares desde 1978
Tras el fin de la dictadura volvieron a resurgir las Universidades Populares, esta vez promovidas por los primeros ayuntamientos democráticos que venían así a recuperar la memoria de las antiguas experiencias locales, pero también debido al regreso de muchos exiliados que habían conocido las Universidades Populares en Austria o Alemania.
Las nuevas Universidades Populares, en función de su diseño diferente de otras iniciativas de educación popular heredadas del franquismo, se constituyeron como una gran herramienta para conseguir generar la ciudadanía democrática y participativa que requería la consolidación del nuevo régimen constitucional, todavía amenazado por los restos de la dictadura.
Tras las titubeantes iniciativas de Rekaldeberri y San Adrián del Besós, en 1981 se fundó la primera Universidad Popular en San Sebastián de los Reyes (Madrid). En los años siguientes se fundaron otras en Gijón, Puertollano, Elche o Cartagena, y en el año siguiente ya se llegó a las veintitrés, fundadas por la Federación Española de Universidades Populares en el I Congreso de UU. PP. en Murcia en diciembre de 1982.
A partir de ese momento empieza un periodo de crecimiento del número de Universidades Populares. En 1988, la implantación territorial de las Universidades Populares en el Estado español presentaba un despliegue desigual. En algunas comunidades autónomas, como Extremadura y Castilla-La Mancha, tanto los municipios como las diputaciones provinciales asumieron su creación como entidades de ámbito exclusivamente local desde las que se podían desarrollar las políticas culturales municipales, así como los servicios de formación de personas adultas y, en cierta medida, las de servicios sociales.
En otras comunidades autónomas la extensión tuvo un carácter más puntual; aparecieron primero en capitales de provincia o en las ciudades más importantes (Albacete, Zaragoza, Yecla, Vigo, Valencia, Ronda, Puertollano, Puerto de la Cruz, Las Palmas, Palencia, Murcia, Mérida, Lorca, Linares, Gijón, Fuerteventura, Elche, Cartagena, Cáceres, Badajoz, etc.) y, posteriormente, otras muchas en municipios cercanos. Incluso, debe destacarse la aparición y el funcionamiento de UU. PP. auspiciadas por diputaciones provinciales, que desarrollan su actividad en diferentes municipios agrupados así para optimizar recursos.
En este trabajo de expansión tuvo una gran importancia la recién creada FEUP en la medida que establecía un marco común de referencia, pero también por su labor de impulso y apoyo a las iniciativas incipientes al desplazarse a aquellos municipios que requerían de su asesoramiento para poner en marcha su proyecto, asesoramiento y ayuda que se prestaban igualmente desde las Universidades Populares cercanas que ya estaban en funcionamiento. La FEUP fue en ese sentido un proyecto cooperativo de las personas implicadas en su desarrollo, cualquiera que fuera el municipio al que pertenecían, sabiendo que todas las aportaciones que se realizaran repercutirían en el resto de las Universidades Populares federadas.
En ese sentido, fueron los seminarios permanentes de la FEUP, de carácter monográfico, los puntos de encuentro donde se ponían en común propuestas y proyectos y donde todos los asistentes aprendían y enseñaban para volver con nuevas ideas a su UP de origen y ponerlas en marcha. Estos seminarios sirvieron también para crear redes de personas y vínculos de amistad cimentados en un sentimiento de pertenencia a un proyecto nuevo y prestigioso que se estaba creando en la base de las propias Universidades Populares, de abajo arriba.
También debe destacarse el trabajo de la FEUP a la hora de representar a las Universidades Populares en todos los foros nacionales e internacionales y conseguir un reconocimiento social y un apoyo político que difícilmente se hubiera alcanzado desde cada una de las UU. PP.
Sin embargo, el logro más importante de la FEUP fue facilitar una identidad al proyecto “Universidad Popular”, una entidad propia en el ámbito de la enseñanza no reglada y no formal en el que se integraba la animación sociocultural y las teorías emancipadoras de Paulo Freire y le dotaba de una singularidad que le diferenciaba de otros proyectos de Educación Popular y también de los servicios de Educación de Personas Adultas, de carácter eminentemente reglado cuya competencia pertenece a la Administración educativa de las comunidades autónomas.
En el III Congreso de las Universidades Populares (diciembre de 1988), bajo el lema “Educación popular y participación social”, se manifiesta que “La participación de los ciudadanos es condición necesaria para la profundización de la democracia y también para el desarrollo social, cultural, educativo y económico de nuestra comunidad”. Se perfila así el nuevo modelo que establece como objetivo principal “Promover la participación social para que los ciudadanos puedan cambiar solidariamente su vida, en la medida de sus necesidades”[5]. Organizativamente, se da un paso importante al fomentar la creación de asociaciones provinciales o regionales de UU. PP. como elemento de coordinación intermedio.
Será en el V Congreso, celebrado en Cartagena en diciembre de 1991, cuando se aprueben las primeras bases conceptuales que contienen la definición de las Universidades Populares, definición que, con pequeñas variaciones, está actualmente vigente: “Las UU. PP. son un proyecto de desarrollo cultural, en el municipio, dirigido a promover la participación social y la educación continua para mejorar la calidad de vida”. Pero más allá de la mera definición, son los conceptos desgranados, la fijación de los objetivos, el diseño de las estrategias y el manifiesto de intenciones donde podemos reconocer el trabajo desarrollado en los siguientes treinta años.
Otra importante aportación fue la aprobación de unos criterios para identificar una UP, una relación de nueve puntos en los que se resumían los requisitos básicos para que se pudiera reconocer a una UP como tal, más allá de su mera denominación, y establecer el estándar que permitiera formar parte de la FEUP.
Por otra parte, en estos documentos se sistematiza el conjunto de acciones que en la práctica se siguen desarrollando por las Universidades Populares. Este marco se traza con tres líneas de actuación:
- Los cursos y talleres (ampliando los tradicionales de alfabetización y cultura general, considerados herramientas básicas para integrarse en la sociedad), que se extienden a toda clase de disciplinas: lenguas, artesanías, expresión artística, corte y confección, informática, etc.
- Las actividades culturales: exposiciones, conferencias, excursiones, visitas a museos, etc.
- Los programas de intervención social e inserción laboral con mujeres, jóvenes, minorías étnicas, tercera edad, etc.
Como hemos visto, históricamente las UU. PP. han pretendido transformar la realidad al actuar con respuestas concretas a problemas objetivos centrados en las necesidades de los sectores de población más vulnerables. Primero, las actividades culturales (conferencias) para clases populares; después, los cursos sistemáticos (especialmente de alfabetización) para obreros, que se pusieron en funcionamiento en las primeras etapas. En esta tercera etapa se incorporan los programas dirigidos a la resolución de los problemas específicos de cada uno de los colectivos con mayor riesgo de exclusión social atendiendo a los factores que comportan esta exclusión.
Esta innovación es de especial importancia, ya que permite la construcción de un sistema transversal entre las actuaciones en materia, cultura y servicios sociales en los municipios, reflejada en la definición de las Universidades Populares que hemos visto al resolver muchas de las limitaciones que presentaban los incipientes servicios municipales y llegar hasta donde estos no podían. En el desarrollo de estos programas de intervención social tuvieron una especial importancia los seminarios permanentes de la FEUP de los que ya hemos hablado.
Otro elemento que incidió en el desarrollo de las Universidades Populares en este periodo fue la consecución de nuevas fuentes de financiación para sus actividades, gracias a las subvenciones conseguidas para los proyectos presentados por la FEUP a convocatorias de programas para la inserción laboral, tanto nacionales como internacionales: IRPF, SARA, etc.
Una de las cuestiones que también se abordó a principios de los años 90 fue el marco jurídico en el que funcionarían los diferentes proyectos de las Universidades Populares. Su condición de iniciativa municipal, surgida al amparo de la autonomía de los ayuntamientos y diputaciones, configuraba una base heterogénea que, mayoritariamente, se decantó por la constitución de patronatos como forma de gestión directa de una actividad que, no siendo una competencia municipal, se encontraba definida entre las que, voluntariamente, se podían realizar por los ayuntamientos. El Patronato, posteriormente Organismo Autónomo Municipal, debía permitir una mayor participación del tejido social y una flexibilidad de la gestión que no permitía la estricta Administración municipal.
A lo largo de estas cuatro décadas, las Universidades Populares han sufrido diferentes coyunturas en función de los vaivenes políticos, pero, en general, han conseguido el reconocimiento por parte de los equipos de gobierno que se han sucedido en los ayuntamientos donde actúa.
En cuanto a la actividad desarrollada, en general, se ha evitado caer en la llamada “academia barata”[6], es decir, en un modelo exclusivamente de cursos y talleres dirigidos a una ocupación constructiva del tiempo libre, de mero entretenimiento, pero carentes de la carga programática que sustenta el proyecto de la Universidad Popular.
En esta etapa actual, iniciada en 1981 y en la que, consideramos, siguen en la actualidad las UU. PP., podemos seguir siempre unas líneas comunes en las que los problemas (especialmente los endémicos) y las soluciones se acumulan sin modificarse notablemente en su esencia respecto a las anteriores etapas, pero con nuevos matices marcados siempre por la aparición de nuevos factores de exclusión social. Desde entonces, las UU. PP. han ido consolidando un espacio propio e indiscutible en los municipios al adaptar estrategias y acciones en una constante renovación y adecuación a los problemas de cada momento.
Cabe destacar que los conceptos, entonces calificados como utópicos y desvinculados de la realidad, que fundamentaron aquellas Universidades Populares (participación social, igualdad, feminismo, exclusión, cambio climático, intervención social, etc.) son los que ahora priman en los altos despachos de la Administración.
Para facilitar una visión histórica de conjunto podríamos trazar el siguiente cuadro en el que se indican los rasgos principales de cada de las tres etapas analizadas:
Tabla 1: Comparativa de evolución histórica de las Universidades Populares
1.ª Etapa 1900-1930 | 2.ª Etapa 1930-1939 | 3.ª Etapa 1981-2020 | |
Causa | Falta de formación de los trabajadores | Analfabetismo | Necesidad de consolidar la democracia |
Objetivo principal | Instrucción | Alfabetización y culturización | Participación social |
Planteamiento | Interclasismo | Revolución | Desarrollo cultural |
Población destinataria | Clases populares | Clases populares y obreros en particular | Población en general, específicamente para colectivos vulnerables |
Actividades | Conferencias | Conferencias,Campañas de alfabetización Cursos de cultura general | Conferencias y actividades culturales.Campañas de alfabetización Cursos de cultura general, lenguas, artes, etc.Programas de intervención social |
Promotores | Prohombres republicanos, krausismo-ILE, logias masónicas | FUE | Ayuntamientos democráticos |
Financiación | Privada y suscripción popular | Suscripción popular y subvenciones | Pública |
Coordinación territorial | Ninguna | FUE | FEUP |
Presente y futuro de las Universidades Populares
Dicen que el presente ya ha pasado y el futuro ya es el ahora.
Los nuevos retos en los que trabajan las Universidades Populares
En la actualidad, ciento veinte años más tarde, es cierto que siguen existiendo grupos socialmente vulnerables y que persisten los mismos factores de exclusión. A pesar de la labor realizada durante estos últimos cuarenta años,
- siguen existiendo casos de analfabetismo, especialmente funcional, y el resultante con la emigración (que se confunde, a veces, con el simple aprendizaje de la lengua de acogida);
- la formación continua a lo largo de la vida ha pasado a ser un derecho y una necesidad del propio sistema productivo;
- sigue siendo necesario un trabajo específico con determinados colectivos para facilitar su inclusión social, y
- es fundamental fomentar la participación social y fortalecer el tejido social para garantizar el funcionamiento democrático de la sociedad.
Por tanto, la acción de las UU. PP. sigue siendo necesaria en estos campos de trabajo, pero, en estos años de intensa mundialización y cambios muy rápidos en la sociedad, han ido apareciendo facetas que constituyen otros nuevos para la acción de las UU. PP., que, en realidad, están conectados con los que motivaron su aparición.
En ese sentido se configuran los siguientes:
- La crítica de la sociedad digital
Las Universidades Populares están actuando desde hace años para reducir la llamada “brecha digital”, lo que podríamos considerar como el nuevo factor de exclusión de amplias capas de la población que, especialmente por edad y a causa de la digitalización de las empresas y de la Administración, no están capacitadas para realizar procesos simples, pero necesarios para la vida cotidiana. El analfabetismo como principal causa de exclusión ha sido sustituido por la falta de competencias en las nuevas tecnologías.
- La creación del pensamiento crítico frente al pensamiento único.
La implantación de esta sociedad digital ha tenido otras consecuencias: ha afectado a la capacidad de relación entre personas y a las formas de sociabilidad; ha alterado los mecanismos normales de la información y el conocimiento, y ha dado lugar a una sociedad de la desinformación (la posverdad) y al populismo.
Como consecuencia de lo anterior, en una sociedad “líquida”[7], ha crecido el dominio del pensamiento único (el impuesto por una creencia subjetiva y mayoritariamente extendida, refractaria a cualquier contraste de opinión, expresada en forma de fanatismo), frente al desarrollo del pensamiento crítico, el resultante del pensamiento racional, es decir, sólidamente fundamentado en el análisis, el contraste y la reflexión. El fomento de la tolerancia como base de la convivencia es un principio básico de las UU. PP.
- El cambio climático.
La evidencia de que los cambios producidos por la humanidad en la naturaleza están afectando directamente nuestra calidad de vida y nuestra salud, y la conciencia de que somos los seres humanos los únicos capaces de evitar los futuros desastres a partir de las pequeñas acciones individuales constituye un campo de trabajo inexcusable de las Universidades Populares.
Estos factores nos conectan, salvada la distancia cronológica, con la pedagogía krausista que inspiró a las primeras Universidades Populares. Desde ellas se propugnaba una conciencia liberadora del ser humano, fundamentada en el conocimiento y en la naturaleza. Estos principios deben impregnar las acciones futuras que se desarrollen, aprovechando la formación impartida, para la adecuación tecnológica en las aulas de las UU. PP. e introducir una visión crítica sobre los elementos negativos que comporta la sociedad digital estableciendo unas capacidades de análisis para la conversación tolerante y una conciencia científica del aprendizaje.
Y el futuro… ya está aquí
Pero más allá de este presente en el que nos encontramos y de la atención que se presta a los problemas actuales, se nos avecina una era de grandes cambios en los que las Universidades Populares deben estar en condiciones de actuar con los mismos principios que la han inspirado tradicionalmente.
Desde los cambios que provocará la llamada Cuarta Revolución Industrial, que afectarán al mundo del trabajo y a la economía en general, hasta la ruptura del orden internacional conocido desde mediados del siglo XX, será en las próximas décadas, o en los próximos años, cuando la sociedad realice necesariamente un importante proceso de readaptación.
Los análisis contenidos en el Libro Blanco de las Universidades Populares, la definición de objetivos y los planes de actuación que se derivan de ellos constituyen una inmejorable hoja de ruta de lo que serán las UU. PP. del futuro.
Alguna consideración final
Las Universidades Populares actuales poco tienen que ver con las de los 80. Hemos indicado algunos rasgos de la evolución vivida desde entonces, pero en todo caso se mantiene la importancia dada al proyecto que las identifica como tal, tanto hoy como mañana. La visión de las Universidades Populares se sustenta en un proyecto que promueve una sociedad democrática que fomente la educación como productora de valor social público, transformadora de la realidad, correctora de la desigualdad, activa contra la exclusión e impulsora del desarrollo dentro del respeto al medio natural.
En ese sentido, es necesario recordar constantemente que, por su condición de iniciativa de la Administración local, es un servicio público y debe ser capaz de producir un valor social público que, en el caso de las Universidades Populares, se puede definir como la construcción de una ciudadanía participativa y que debe quedar diferenciado del valor particular o privado adquirido por cada una de las personas participantes en la Universidad Popular.
Uno de los riesgos que sufre el proyecto es que la actividad desarrollada se limite a la mera enseñanza de conocimientos o técnicas para un aprovechamiento individual, un entretenimiento intelectual y estéril socialmente. Por ello, es fundamental promover la formación de los animadores y formadores a fin de que recuerden el porqué y el para qué de las acciones que desarrollan, elementos teóricos que dan sentido a su trabajo y a la misma Universidad Popular donde trabajan. Entendido como factor de compromiso personal, esta aportación de valor social se convertirá en la mayor garantía de que, cuando los servicios públicos sean evaluados, las Universidades Públicas seguirán manteniendo su alto reconocimiento por la sociedad.
El desarrollo de las Universidades Populares en estos últimos cuarenta años ha sido posible gracias al trabajo de algunos miles de personas que han trabajado en sus aulas como formadores/as, animadores/as, técnicos/as, directores/as, administrativos/as, etc. Para muchos, recién salidos de la Universidad, fue el inicio de la vida laboral al combinar la construcción de un puesto de trabajo con la construcción de un proyecto formativo nuevo e ilusionante que requería un alto grado de compromiso personal. Hoy esta generación está abandonando las Universidades Populares, en el mejor de los casos, porque se jubilan; otros, porque cambiaron hace tiempo de trabajo, aunque no hayan olvidado su experiencia, y algunos… porque se quedaron por el camino. El legado del trabajo realizado será juzgado por las generaciones futuras.
BIBLIOGRAFÍA
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[1] Los historiadores, al trabajar con la memoria colectiva, no se dedican simplemente a recuperar hechos que estaban enterrados bajo las ruinas del olvido, sino que utilizan su capacidad de construir a partir de la diversidad de elementos del pasado que tienen a su alcance “presentes recordados” que puedan contribuir a que la conciencia colectiva responda a los nuevos problemas que se le presentan, pero no extrayendo lecciones inmediatas de situaciones del pasado que no se repetirán, sino creando escenarios contrafactuales en los que se puedan encajar e interpretar los nuevos hechos que se nos presentan: escenarios en los que el pasado se ilumina, por decirlo con palabras de Walter Benjamin, en el momento del reconocimiento.
FONTANA, Josep (2003): ¿Qué historia enseñar? Clío & Asociados. Universidad Nacional de La Plata. La Historia Enseñada / número 7.
[2] En el apartado de Bibliografía se señalan diversos artículos y obras que analizan la historia de las Universidades Populares en general, así como algunos sobre la Universitat Popular de València en particular.
[3] Sobre el papel coincidente de la francmasonería y el krausismo, ver LÁZARO LORENTE, Luis Miguel (2021). La nueva Atenas del Mediterráneo. Vicente Blasco Ibáñez, cultura y educación en Valencia (1890-1931). Institució Alfons El Magnànim, 2021.
[4] No considero que deban tenerse en cuenta otras iniciativas que, aun utilizando el mismo nombre, respondían a otro concepto, como sería el caso de la Universidad Popular de Oviedo de 1901 con que se denominó a la Extensión Universitaria de dicha ciudad, o la Universidad Popular Católica de Valencia de 1906, aparecida como oposición a la fundada por Blasco.
[5] En los estatutos aprobados se definen a las Universidades Populares como “Un proyecto de educación de adultos y animación sociocultural para la promoción de la participación social”.
[6] Concepto introducido por la investigadora Jeanette Hernández Briseño en 1989 en su tesis doctoral titulada “Las Universidades Populares: Un análisis sociológico”, Universidad Complutense de Madrid.
[7] En el mundo de la modernidad líquida, la solidez de las cosas, como ocurre con la solidez de los vínculos humanos, se interpreta como una amenaza. BAUMAN, Zygmunt (2005): En la modernidad líquida.