La educación de las mujeres debe estar en relación con la de los hombres. Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar de ellos, educarlos cuando niños, cuidarlos cuando mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles grata y suave la vida son las obligaciones de las mujeres en todos los tiempos...
Rousseau, Emilio o De la Educación. Libro V. “Sofía o la Mujer”
El origen del concepto de ciudadanía se sitúa en la Antigua Grecia, donde “los ciudadanos” eran aquellos que tenían derecho a participar en los asuntos del Estado. De este derecho estaban excluidas las mujeres, los esclavos, los campesinos y los extranjeros residentes.
El sociólogo T.S. Marshall lo definió como aquel estatus que se concede a los miembros de pleno derecho de una comunidad, y sus beneficios son iguales en cuanto a los derechos y obligaciones que implica.
Para la filósofa Adela Cortina el concepto pleno de ciudadanía integra un estatus legal (un conjunto de derechos), un estatus moral (un conjunto de responsabilidades) y también una identidad por la que una persona se sabe y se siente perteneciente a una sociedad. Un derecho que les ha sido negado a las mujeres hasta bien entrado el siglo XX y que aún hoy no han conseguido plenamente.
Así, eternas menores de edad, excluidas del espacio público, privadas de derechos y libertades, tuteladas, primero, por el padre y, posteriormente, por el marido, a quien debían obediencia y sumisión, las mujeres han sido educadas a lo largo de la historia para desempeñar el papel de “esposa y madre”, para ser ciudadanas de segunda.
Ana de Miguel afirma que conocer la historia del pensamiento patriarcal y cómo los grandes pensadores y artistas han legitimado la superioridad de los hombres y la subordinación de las mujeres es un imperativo intelectual y moral de toda persona.
En este sentido, resulta especialmente ilustrativa la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), legado fundamental de la Revolución francesa, que viene a exponer los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre al declarar en su artículo 1 que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos…”. Pero aquí “hombre” no significa “ser humano”, es decir, no incluye a la mujer, que de nuevo queda al margen. De esta manera, como explica Celia Amorós, las mujeres quedan excluidas de “lo genéricamente humano”.
Rousseau, el gran Ilustrado, uno de los inspiradores de la Revolución francesa y uno de los padres de la democracia, dedica su obra Emilio o De la Educación (1762) a los futuros varones para hacerlos buenos ciudadanos. Su pedagogía se basa en el principio de que el niño no es un adulto y, por lo tanto, no debe ser tratado como tal. Esta obra, inicialmente dirigida a profesores y tutores, influyó notablemente en la educación y hábitos de la época y estableció las bases de la pedagogía moderna.
Pero ¿qué pasa con las mujeres? ¿Qué piensa de ellas? ¿Cuál debe ser su educación? En Emilio, Rousseau dedica un pequeño capítulo a la mujer titulado “Sofía o la mujer” y, contrariamente a lo que se pudiera pensar en un ilustrado ―supuestamente defensor de la libertad y la igualdad radical entre todos los seres humanos―, deja claro que su sitio natural es el hogar y las aparta del espacio público, por lo que deben ser educadas para garantizar que cumplan su cometido: agradar, ayudar… y criar hijas e hijos. En esa obra, pues, nos da la idea de la importancia que para el gran pensador tienen las mujeres: ser un mero complemento del varón. (Si tenéis ánimo, os invito a leer el capítulo entero; ninguna de sus páginas tiene desperdicio).
En respuesta al trabajo de Rousseau, y profundamente decepcionada por los teóricos ilustrados al excluir de la igualdad a las mujeres argumentando su inferioridad biológica y considerarlas carente de razón, Mary Wollstonecraft escribió en seis semanas Vindicación de los derechos de las mujeres (1792), obra fundacional del feminismo donde argumentó que “si la libertad, los derechos y la ciudadanía se consideran un bien, no hay ninguna razón ni en la naturaleza ni en otro lugar por la cual excluir a la mitad de la humanidad de ese bien”.
Mary Wollstonecraft reclamó la igualdad y la plena ciudadanía para las mujeres. Defendió la educación superior al igual que los varones, para que consiguieran su independencia económica y con ello su libertad, y reivindicó la individualidad de las mujeres y el derecho a elegir su propio destino. Como señala Celia Amorós, es en esta vindicación inicial que reclama lo genéricamente humano para las mujeres donde está la raíz del feminismo, y no en la reivindicación de lo identitario masculino.
A lo largo de la historia se suceden grandes y prominentes pensadores que dejaron claro qué opinaban de las mujeres, cómo nos veían, cómo debíamos ser y, sobre todo, cuál era nuestro sitio, como ilustra una de las célebres frases del matemático Pitágoras: “Hay un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”, el cual influyó en el pensamiento, la cultura y las tradiciones de la sociedad al justificar y legitimar la prohibición de la educación a las mujeres, impedir su acceso al poder, su capacidad de toma de decisiones, su autonomía y, por ende, educarlas para servir y cuidar, “hacer la vida más fácil y agradable a los varones” y construir todo un imaginario de lo que significa “ser mujer” y cuál es su sitio en el mundo.
No quiero cerrar este apartado sin mencionar la misoginia dentro de la Iglesia, dada su gran influencia en el pensamiento y las costumbres de la sociedad, especialmente en todo lo relativo a las mujeres. La Iglesia ha reforzado la imagen de lo masculino y de lo femenino que el patriarcado ha impuesto con la ayuda del cristianismo.
San Agustín (teólogo y filósofo cristiano, considerado doctor de la Iglesia), en una de sus obras, deja patente su idea de la mujer: «No veo para qué ayuda del varón fue creada la mujer si descartamos la razón de la gestación de los hijos».
Por un lado, tenemos la imagen de Dios como ser omnipresente que todo lo ve, que legitima el patriarcado político y social al considerar al hombre “creado a su imagen y semejanza” y, por lo tanto, el centro de todas las cosas (androcentrismo). A su vez, impone un modelo de comportamiento a las mujeres a través de dos imágenes antagónicas: María /Eva. María (virgen y madre) representa la castidad y el sacrificio. Por el contrario, Eva, y por extensión todas las mujeres menos María, es la imagen del pecado, causante del dolor y la pérdida “del paraíso”, arquetipo que servirá a la Iglesia para exhortar la maldad de las mujeres y la necesidad de que estén sometidas al varón. El pecado será su mayor yugo.
Amelia Valcárcel lo expone muy bien en su obra Rebeldes, donde recuerda una de las lecciones que recibió cuando era adolescente en un colegio de monjas, una lección que venía de la mano del padre…: “Cómo vosotras, quizá sin quererlo, podéis ser ocasión de pecado. Cómo vuestro cuidado tiene que ser extremo. (…) O incluso es posible que en el verano os pongáis trajes más cortos que el uniforme del colegio. Pues bien, sabed que eso es la ocasión de pecado; por supuesto, estáis pecando en el momento en que lo hagáis, pero estáis pecando, además, con el pecado que provoquéis, con el pecado del otro. (…) Vosotras sois la ocasión del pecado de ellos y, por lo tanto, vuestra culpa es doble; es decir, que pecaréis vuestro pecado y, además, el suyo”. Una lección que, de una u otra forma, hemos recibido todas las mujeres desde niñas y que explica cómo aún hoy en día la sociedad y la justicia culpa y/o responsabiliza a la mujer cuando ha sido violada o agredida sexualmente: “estaba borracha”, “vestía provocativamente”, “no tendría que haber ido por ese sitio”, “no se opuso con suficiente fuerza”, “ella se lo ha buscado”…
Con tan ilustres precedentes, la historia occidental fue tejiendo, desde la filosofía, la religión, la ley y la ciencia, el discurso y la práctica que afirmaba la inferioridad de la mujer respecto del hombre. Ser objeto de todo tipo de menosprecios, privadas de derechos y sometidas al varón, tratadas de ignorantes (aun cuando tenían prohibido estudiar), inútiles, débiles, menores de edad, depravadas, perversas, etc. con un único valor: su capacidad reproductiva y de cuidado.
Contrariamente a la razón y la lógica, esta valoración sigue perdurando en nuestros días. Recordemos las declaraciones del eurodiputado polaco Janusz Korwin-Mikke en 2017, cuando en el Parlamento Europeo defendió la brecha salarial sobre la base de la supuesta inferioridad de las mujeres: “Las mujeres deben ganar menos porque son más débiles y menos inteligentes“.
Ante este panorama, era lógico, “por supervivencia”, que las mujeres se rebelasen y surgiera el feminismo. Como colectivo humano, supone la toma de conciencia de las mujeres, de la opresión, dominación y explotación de que han sido y son objeto. Forjado a lo largo de la historia, es un proceso de emancipación individual y colectiva, de estrategia frente al patriarcado y de lucha contra la masculinidad hegemónica que denuncia que los hombres ostenten privilegios en todas las esferas, solo por el hecho de serlo, y siempre a costa de que las mujeres estén subordinadas, y defiende un cambio en las relaciones sociales a través de eliminar las jerarquías y desigualdades entre los sexos.
La educación de las mujeres se ha caracterizado por centrarse en lo doméstico. Educadas desde niñas para ejercer el papel de madres y esposas, de ser para el otro, se ha impedido su pleno desarrollo personal, social y profesional. Amelia Valcárcel identifica esta carga que soportamos las mujeres como la “ley del agrado”, consistente en que las mujeres han sido educadas en el agrado, en satisfacer al otro, aunque no sean conscientes de ello, mientras que los hombres sí lo son. Exige a las mujeres silencio, obediencia y cuidado. Así mismo, la autora expresa que esta ley del agrado ha persistido al paso del tiempo y que ha evolucionado a merced de los contextos.
Esta educación machista y sexista condiciona sobremanera las relaciones entre los sexos, el desarrollo y los proyectos vitales de las mujeres y da lugar a una de las consecuencias más atroces que sufren en todo el mundo: la violencia de género en todas sus formas.
Como vemos, la educación ha sido el arma más potente utilizada por el patriarcado para pretender domesticar a las mujeres y hacerlas consentidoras de su destino. La que se rebelaba era señalada socialmente o repudiada y tachada de “bruja”, “malvada”, “mala”… Mientras que a los varones se los educa para lo público, que es lo más valorado y reconocido, tanto social como económicamente, a las mujeres se las reconoce por su capacidad reproductiva y de cuidados, relegándolas al ámbito privado, sin apenas reconocimiento social y, por supuesto, sin valor económico.
¿Os habéis planteado por qué la mayoría de las personas que se quedan al frente del hogar y deciden no trabajar para atender a las criaturas y el hogar son mujeres?
Se suele pensar que elegir “ser ama de casa” es una decisión “libremente tomada”, pero en realidad tiene sus raíces en siglos y siglos de adoctrinamiento patriarcal que, a través de los mandatos de género, ha conseguido que las mujeres asuman la maternidad y los cuidados como sus roles principales, por los que serán reconocidas y valoradas. Roles que, a su vez, condicionan las profesiones elegidas por ellas. Todo aquello que tenga que ver con los cuidados y la salud, la educación y las humanidades tiene rostro de mujer.
Por si hubiera dudas, los datos son representativos:
En España, el 57’66 % de las mujeres inactivas lo son por dedicarse a las tareas del hogar y el cuidado (en la UE, el 19,3 %). Los hombres alegan esta causa en el 2,6 % de los casos, mientras que el resto lo son por jubilación y prejubilación (UE 3,4 %) (OIT).
- 6 de cada 10 mujeres (58 %) dejan su carrera profesional al ser madres, frente al 6 % de ellos. (Estudio de la asociación “Yo no renuncio”).
- Más del 85 % de las excedencias por cuidado de hijos, hijas u otros familiares fueron solicitadas por mujeres (“suelo pegajoso”), frente al 14’68 % por hombres (EPA 2020).
Estos datos ponen de manifiesto un grave déficit democrático. Indican que esta sociedad está sustentada en el poder desigual de los hombres sobre las mujeres y señalan la falacia de nuestra democracia, construida a expensas de la ciudadanía incompleta de las mujeres. Como dice Carole Pateman, nuestro modelo de ciudadanía se construye sobre la base del contrato sexual vigente: los hombres como ciudadanía activa y las mujeres como ciudadanía pasiva.
¿Pero cómo es posible que este sistema se mantenga cuando oprime a más de la mitad de la población? Para la historiadora Gerda Lerner, el sistema patriarcal funciona gracias a la cooperación de las mujeres. Por lo que cabría preguntarse cómo es posible que las oprimidas colaboren en su propia opresión.
Esta colaboración se consigue de varias maneras: la inculcación de los géneros; la discriminación en el acceso a los recursos económicos y el poder político; la prohibición de su educación; la negación e invisibilización de la historia de las mujeres, impidiéndolas que conozcan su propia historia; el enfrentamiento entre ellas, que las divide según sean consideradas “respetables” o “desviadas” a partir de sus actividades sexuales; mediante la represión y la coerción total (social y punitiva), y al recompensar con privilegios de clase a las mujeres que consienten.
Así, se ha ido modelando psicológicamente a las mujeres para que asuman e interioricen su propia inferioridad y colaboren en el proceso de su propia subordinación.
Hoy, en pleno siglo XXI, a pesar de vivir en sociedades formalmente igualitarias donde se ha alcanzado la igualdad legal, seguimos luchando por la ciudadanía plena. A pesar de los avances conseguidos, no existe ningún país en el mundo en el que se pueda decir que se ha logrado la igualdad real, y asistimos con estupor y gran preocupación a los graves retrocesos en derechos, como los que sufren las mujeres y niñas de Afganistán a manos del gobierno talibán o el reciente fallo del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América en el que se ha derogado el derecho al aborto.
Sin duda, el lema acuñado por Kate Millett en los 60, “Lo personal es político”, está más vigente que nunca y cobra su sentido más radical, porque para conseguir la ciudadanía plena es preciso favorecer el cambio de las condiciones de vida de las mujeres.
Una mirada al mundo desde la perspectiva feminista
Necesitamos de la perspectiva feminista como teoría crítica para analizar la realidad de manera inclusiva y también como práctica política para construir una nueva organización social, política y económica bajo la confluencia de reconocer, redistribuir y representar en equidad.
Carmen Castro
Se tiende a pensar que vivimos en una sociedad igualitaria, donde varones y mujeres tenemos los mismos derechos y oportunidades y todo el mundo puede ser lo que quiera ser. La educación mixta, el acceso de la mujer al trabajo y su mayor presencia en los espacios de poder, nos hacen pensar que la igualdad está conseguida. No es raro encontrar a muchas mujeres con esta idea generalizada que las lleva a rechazar las políticas de igualdad.
Cuando vemos una mujer en el poder decimos: “¿Ves?, las mujeres también ocupan puestos de poder y si no hay más es porque no hay, no valen o no quieren…”. Es lo que se conoce como “sobregeneralización”, una distorsión cognitiva por la que sacamos conclusiones de algo tomando solo una parte de las pruebas o indicios que tenemos para ello.
¿Pero realmente podemos decir que vivimos en una sociedad justa, que trata igual a mujeres y varones, que les ofrece las mismas oportunidades, que tienen la misma capacidad para acceder a los recursos?
La realidad es que vivimos bajo el espejismo de la igualdad, una realidad distorsionada hasta el punto de hacernos creer que la igualdad es un logro ya conseguido. Esta creencia mantiene y sustenta la estructura patriarcal que, ante los avances en derechos de las mujeres y el temor a perder el poder y los privilegios asociados, sigue reinventando nuevas formas de opresión y sometimiento.
La sociedad patriarcal,capitalista y neoliberal en la que nos situamos ha colonizado las vidas de todas las personas; el libre mercado, la propiedad privada y un individualismo feroz se han impuesto frente al bien común mercantilizando los cuerpos y las vidas de las mujeres. No olvidemos quién establece las reglas del juego. Hoy todo se puede comprar y vender, el cuerpo de las mujeres también, bajo una supuesta “libertad para decidir”, como muy bien explica Ana de Miguel en su teoría del mito de la libre elección.
El patriarcado es un sistema de organización social en el que los puestos clave de poder (político, económico, jurídico, social, religioso y militar) se encuentran, exclusiva o mayoritariamente, en manos de varones que, como estamos comprobando, no están dispuestos a ceder espacio a las mujeres.
Esta estructura se rige por el sistema sexo/género que sostiene una relación desigual de poder entre mujeres y hombres y se sustenta en la división sexual del trabajo, la familia nuclear y la heterosexualidad obligatoria.
Alicia Puleo identifica dos formas de manifestación del patriarcado: por una parte, el patriarcado del consentimiento, en el que expone cómo las propias mujeres serán las que, como sujetos “libres de elección”, buscarán cumplir con la normativa moral capitalista y patriarcal. Por otra parte, el patriarcado de coerción, aquel que se hace visible por hacer uso frecuente de la fuerza y sus formas más o menos explícitas de imposición y subordinación. Mantiene unas normas y leyes muy rígidas que marcan lo que es ser mujer y ser hombre en un contexto dado, y su desobediencia puede ser letal. Como todo sistema de dominación, cuenta con numerosos recursos para perpetuarse y reactivarse, desde los discursos neomachistas (neoliberales, conservadores y fascistas), que han hecho creer a la sociedad que el feminismo promueve una guerra de sexos, a los mensajes negacionistas de la violencia de género, que fomentan y legitiman esta violencia.
Aún hoy, en pleno siglo XXI, es indiscutible que el poder económico, jurídico, militar y religioso está en manos de los hombres. En España, tan solo el poder ejecutivo es paritario, ¡y ha sido gracias a la ley de Igualdad! Un principio sumamente frágil cuando no se cree en la igualdad de género y se incumplen las leyes, como hemos podido comprobar recientemente con el Gobierno de Castilla y León, el menos paritario de España, con solo tres mujeres en su ejecutivo.
Recientemente, asistíamos con asombro al menosprecio de una de las mujeres con más poder de Europa, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Layen, por el presidente de Turquía, Erdogan, quien la relegó a un asiento secundario apartado, y situar a su lado el presidente del Consejo, Charles Michel, jerárquicamente con un cargo inferior y quien no dudó ni un segundo de cuál era su sitio natural como hombre.
Es solo un ejemplo de las muchas situaciones discriminatorias por razón de sexo que viven a diario las mujeres en los ámbitos político, social, económico y cultural.
Educadas en esta sociedad machista, que trata de forma diferente y desigual a niñas y niños, a mujeres y varones, hemos aprendido a normalizar muchas situaciones que son claramente discriminatorias, sexistas, dificultando la detección y toma de conciencia de las desigualdades y discriminaciones que sufrimos.
Por ello se hace imprescindible cuestionar las relaciones de género. Decimos que es necesario “ponernos las gafas violeta” y aprender a mirar el mundo de forma crítica y consciente, ser más permeables, detectar las desigualdades y discriminaciones basadas en el género y las violencias que sufren las mujeres por el mero hecho de serlo.
En las últimas décadas estamos asistiendo a una proliferación de los discursos negacionistas de la violencia de género y al ataque de la ultraderecha a las políticas de igualdad y de lucha contra la violencia hacia las mujeres, caldo de cultivo de la violencia machista.
Urge actuar ya o la brecha de género, lejos de reducirse, seguirá aumentando, y con ella, las violencias hacia las mujeres.
Desde las Universidades Populares hacia la ciudadanía plena
Sin lugar a duda, las Universidades Populares, símbolo de la educación universal, un proyecto de educación popular a lo largo de la vida que busca no dejar a nadie atrás, y donde las mujeres son mayoría entre su alumnado, se han convertido en espacios de ciudadanía. Entre sus objetivos están la defensa de los valores de cooperación, la igualdad de oportunidades y la accesibilidad universal a la cultura al educar para la ciudadanía plena.
Su acción trasciende del aula a la comunidad en la que se integra tejiendo redes de aprendizaje y cooperación para contribuir al cambio hacia la equidad y la justicia social.
Por ello, se convierten en el mejor espacio para contribuir a la ciudadanía plena. Pero esto solo será posible si incorporan entre sus principios la transversalidad de género. Avanzar hacia la igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres y eliminar la discriminación por razón de sexo se convierte en un imperativo inaplazable y para ello deben integrar la perspectiva de género en el diseño, planificación, desarrollo y evaluación de toda la programación formativa y actividades.
Entre otras medidas, se requeriría:
- Utilización del lenguaje no sexista en toda la documentación interna o externa. “Porque lo que no se nombra, no existe”. El lenguaje crea conciencia e influye poderosamente en nuestro pensamiento, actitudes y comportamientos. Se puede decir que el lenguaje crea y recrea realidades.
- Los datos deben estar desagregados por sexo.
- Prever el impacto de la actuación en la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Para ello se deben emplear los indicadores de género. Recordemos que ninguna acción es neutra en cuanto al género y, por lo tanto, aplicarlos nos ayuda a identificar posibles impactos negativos, para corregirlos y conseguir una mejor programación.
- Conocer el acceso a los recursos por las mujeres y varones.
- Conocer la disponibilidad de tiempo de mujeres y hombres.
- Analizar la situación laboral de mujeres y hombres.
- Establecer medidas que permitan compensar las desigualdades de partida.
- Reajustar la intervención si se detecta un impacto negativo.
Con ello se da cumplimiento a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Agenda 2030, concretamente el objetivo 4: “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos” y el Objetivo 5: “Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas”.
Así mismo, se recomienda la implementación de un plan de Igualdad en la Universidad Popular, tal como recomienda la Ley Orgánica 3/2007 de 22 de marzo Para la Igualdad Efectiva de hombres y mujeres, pues permite, tras el correspondiente diagnóstico de situación en materia de igualdad, “alcanzar en la entidad, la igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres y a eliminar la discriminación por razón de sexo” (Art. 46).
Sin duda, la sensibilización y concienciación de la dirección y equipos de trabajo hacia la igualdad y la erradicación de la violencia machista resultan imprescindibles, de ahí la importancia de una formación especializada en la materia.
“Es tiempo de construir una nueva realidad en la que la identidad de las mujeres como sujetos políticos y económicos no esté cuestionada ni tutelada. Y es tiempo ya de asumir que el derecho a decidir de un pueblo o comunidad como sujeto colectivo solo se puede construir desde el derecho a decidir de las personas, de cada una de ellas; y esto necesariamente ha de incluir el derecho a decidir de las mujeres, sobre sus vidas y sobre sus cuerpos”.
Carmen Castro
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