Salvaguardar el medioambiente… Es un principio rector de todo nuestro trabajo en el apoyo del desarrollo sostenible; es un componente esencial en la erradicación de la pobreza y uno de los cimientos de la paz.
Kofi Annan
Introducción a la problemática ambiental global
En el informe “Vivir por encima de los límites de la naturaleza en Europa”, publicado en 2019 por el Fondo Mundial para la Naturaleza (más conocido por sus siglas en inglés WWF, World Wildlife Fund), alertaba sobre el preocupante estado de salud de nuestro planeta y la urgente necesidad de cambiar la forma en que nuestra especie se relaciona con él (WWF, 2019). Comenzaba dicho informe resaltando el Día de la Sobrecapacidad de la Tierra, es decir, la fecha en la que la demanda anual de recursos ecológicos y servicios de los seres humanos excede a lo que la Tierra puede regenerar durante ese mismo año (WWF, 2019).
Según los últimos datos disponibles por la organización sin ánimo de lucro Global Footprint Network, en 2021 la sobrecapacidad en el mundo se alcanzó el 29 de julio, en línea con los datos registrados entre 2017 y 2019 (GFN, 2021) (Figura 1).
Figura 1. Evolución del Día de la Sobrecapacidad de la Tierra desde 1970 a 2021.
La serie temporal entre 1970 y 2021, según datos aportados por la misma organización, muestra un adelanto del Día de la Sobrecapacidad de la Tierra en 154 días (GFN, 2021). La excepción de los últimos años la encontramos en 2020, a consecuencia del impacto de las medidas de confinamiento adoptadas para frenar la pandemia de la COVID-19.
El Día de la Sobrecapacidad se calcula comparando la huella ecológica por residente con la biocapacidad globalmente disponible por persona. Por un lado, la huella ecológica mide la cantidad de recursos naturales que utilizamos en superficie de terrenos y mares biológicamente productivos, necesarios para producirlos y absorber los residuos generados. Esta demanda se clasifica en seis grandes áreas en función de la naturaleza del recurso, de tal manera que podemos hablar de la huella ecológica de las tierras de pastoreo, de los productos forestales, de las zonas de pesca, de las áreas de cultivo, de la superficie urbanizada y de carbono (WWF, 2019) (Figura 2).
Figura 2. Representación de las seis grandes áreas de demanda de recursos naturales según su origen.
En el otro lado de la balanza encontramos la biocapacidad, que indica la capacidad de los ecosistemas para renovarse por sí mismos o, en otras palabras, los recursos naturales de los que disponemos (WWF, 2019).
Alcanzar el Día de la Sobrecapacidad antes de la finalización de un año natural significa que, para el resto del año, los seres humanos vivimos a costa de agotar el capital natural de nuestro planeta. Esto implica más emisiones de carbono de lo que los ecosistemas naturales pueden absorber y la destrucción de biomasa como resultado de la deforestación por encima del nivel que la naturaleza puede regenerar o el agotamiento de las zonas de pesca, entre otros (WWF, 2019). En consecuencia, actualmente, la media de los países estamos viviendo por encima de la media de la Tierra con unos niveles de huella ecológica muy por encima del promedio mundial de biocapacidad por persona. Sin embargo, no todos los Estados alcanzan su Día de Sobrecapacidad a la misma velocidad, puesto que este, tal y como se ha mencionado anteriormente, se calcula partiendo de la huella ecológica, un indicador relacionado directamente con los recursos empleados y los residuos producidos por un país. Se trata, por tanto, de un indicador vinculado con el poder adquisitivo, razón por la que países con una renta per cápita menor se encuentran en una situación más próxima al equilibrio ecológico, tal y como se muestra en la Figura 3.
Figura 3. Representación de las diferencias en el Día de Sobrecapacidad de la Tierra entre países.
Gómez (2017) señala que las actividades de la vida cotidiana, estimuladas por un modelo social y económico, favorecen la creación de una serie de problemas medioambientales. Entre todos ellos destaca la contaminación mundial de suelos y masas de agua dulce y océanos, la generación de residuos, la pérdida de biodiversidad o el cambio climático.
A estas peligrosas modificaciones en el medio natural se suman los desequilibrios de una parte de la humanidad, que vive abrazada a un inquietante consumismo, en contraste ofensivo con los miles de millones de seres humanos en situación de pobreza (Gómez, 2017).
Para modificar la dramática dinámica actual en la que se encuentra nuestro planeta y la especie humana, debemos acabar con un crecimiento económico tan pernicioso con el medioambiente y los seres vivos basado en el consumismo, donde prevalecen los comportamientos, valores e intereses individuales, ajenos a las consecuencias que padecerán las generaciones futuras.
Para llevar a cabo con éxito esta misión resulta fundamental promover una educación basada en la solidaridad que rompa con el discurso que fomenta el individualismo y el interés económico propio de las “sociedades líquidas”, con la finalidad de crear una nueva base económica y social que impulse un desarrollo verdaderamente sostenible y sostenido en el tiempo.
Sin embargo, la introducción de programas de educación ambiental, en todos los niveles y áreas de conocimiento de la enseñanza formal, para cambiar un punto clave del desarrollo sostenible, como la economía, no es una labor sencilla. El motivo es la tendencia dominante en la investigación cientificotecnológica que deriva del consumismo como sinónimo de bienestar y que se encuentra fuertemente arraigada en el imaginario colectivo. Ante esta situación cabe preguntarse: ¿Son efectivos los actuales programas de educación ambiental? ¿Son esos programas capaces de cambiar el modo en que el alumnado se relaciona con su medio y su grado de implicación en la actual emergencia climática?
Cuerpo del problema y potencial de la educación ambiental como herramienta para el cambio
Pese a las escalofriantes consecuencias de un agravamiento de la actual emergencia climática, bien sintetizadas en el tercer informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, Intergovernmental Panel on Climate Change) ―aumento de la temperatura media global de 1,5 ºC, incremento de los fenómenos meteorológicos extremos, pérdida de capacidad del planeta para la producción de alimentos o aumento del nivel del mar―, el crecimiento económico sigue siendo el eje principal de la toma de decisiones, y las diferentes sociedades así lo reclaman: el crecimiento del consumo y la inversión del capital que, a su vez, fomenten un aumento de empleos e ingresos que permitan seguir consumiendo (Gómez, 2017).
El desarrollo durante décadas de esta receta económica neoliberal ha llevado a la Unión Europa (en adelante, UE) y a otros Estados del llamado primer mundo (los cuales cuentan con un nivel superior de desarrollo económico y de calidad de vida) a apropiarse de la biocapacidad de otros países y agotar el capital natural de estos. Un ejemplo de ello lo encontramos en la huella ecológica de los productos forestales y de los terrenos de cultivo y pastoreo, que representan el 34 % de la huella ecológica total de la UE, con un impacto dentro y fuera de nuestro continente a través del comercio. La demanda de los consumidores europeos de materias primas como la soja, el aceite de palma o la madera orienta el uso de la tierra, que, a su vez, puede llevar a la deforestación, la conversión de grandes extensiones de bosque y a la consecuente pérdida de biodiversidad causando emisiones sustanciales de CO2 en diferentes países de América Latina (WWF, 2019).
Este funcionamiento corresponde al pensamiento económico imperante de las sociedades de consumo que influye no solo en su economía, sino también en la toma de decisiones, en la cultura o la educación. Por consiguiente, no hablamos solo de una crisis ambiental, sino que en mayor medida es una crisis social y cultural que cuestiona muchos de los aspectos que conforman la civilización (Gómez, 2017). Debe ser, por tanto, la educación uno de los focos de atención frente a la actual emergencia climática y la que analice la efectividad de los actuales programas de educación ambiental, ya que, si no logramos tomar el camino al equilibrio de nuestro planeta, nuestras huellas ecológicas nos abocarán a un mañana impredecible (WWF, 2019).
La educación ambiental (en adelante, EA) es el proceso de reconocer valores y aclarar conceptos para crear habilidades y actitudes necesarias, tendentes a comprender y apreciar la relación mutua entre el conjunto de la humanidad, su cultura y el medio biofísico circundante (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, 1970). Se trata de una definición que habla de transmitir conocimientos y valores como piezas clave para la construcción de habilidades y conductas en pro de valorar el medio natural indivisible de cualquier población humana y con el que mantiene una relación de dependencia. A la anterior, completan otras definiciones posteriores que consideran a la EA como un proceso que nos permite a los seres humanos actuar individual y colectivamente para resolver los problemas ambientales presentes y futuros (Gómez, 2017).
Como primera aproximación sobre la eficacia de los actuales programas de EA, bajo mi experiencia docente, mi visión es pesimista, ya que considero a la metodología expositiva tradicional (aún mayoritaria en las escuelas) incapaz de propiciar el aprendizaje enfocado a la acción que sería necesario para que las presentes y futuras generaciones (actualmente, las alumnas y los alumnos) trabajemos en una solución sostenible y sostenida. López et al., 2017 se preguntan, precisamente, en qué medida el alumnado de Educación Secundaria Obligatoria (en adelante, ESO) deja patente lo aprendido en materia de EA dentro de un currículo académico cargado de contenido y, a veces, alejado de la realidad y la vida del propio alumnado. ¿Cómo puede un/a estudiante de ESO llegar a comprender el impacto global del cambio climático si desconoce los retos ambientales de su entorno local?
López et al. (2017) proponen el uso de un conjunto de secuencias hipotéticas de eventos construidos con el propósito de centrar la atención en los procesos causales y la toma de decisiones que han permitido alcanzar dicha situación. A esta herramienta se la conoce bajo el nombre de “construcción de escenarios de futuro” (en adelante, CEF), y resulta eficaz para promover una conciencia sostenible y global al crear en el alumnado la intencionalidad de cambiar sus conductas en favor de lograr el futuro que ellos/as mismos/as han proyectado.
Otra ventaja de la CEF es que permite trabajar con las y los adolescentes el fortalecimiento de la constancia y la perseverancia como actitudes necesarias para un verdadero cambio de su historia aprovechando, así, las grandes ansias de cambiar el mundo que caracteriza esta fase del desarrollo.
Sin embargo, para evitar que estos escenarios de futuro queden en simples sueños o deseos es necesario aterrizar en la realidad y construirlos junto a otras herramientas como el “aprendizaje por servicio” (en adelante, ApS). Se trata de una metodología activa que consiste en aprender haciendo un servicio a la comunidad. El alumnado identifica en su entorno próximo una situación con cuya mejora se comprometen y desarrollan un proyecto solidario que pone en juego conocimientos, habilidades, actitudes y valores (REAS, 2022).
El primer paso de la metodología ApS consiste en la identificación por parte del estudiantado participante en el proyecto de una situación que requiere una mejora en el entorno local. Un ejemplo de ello es el programa “CamBio mi modelo de consumo”, un itinerario pedagógico ubicado en el Centro Ambiental Los Ruices (Málaga), diseñado para reflexionar sobre los impactos ambientales y la influencia en el cambio climático de nuestros hábitos de consumo (Martin-Jaime & Estrada Vidal, 2018). El conocimiento por parte del alumnado de un enclave de esta naturaleza, en donde son procesados, valorados y eliminados los residuos sólidos urbanos de su ciudad, les permite sensibilizarse con la problemática ambiental actual y la búsqueda de posibles soluciones. Una vez finalizado el recorrido, durante el cual el estudiantado toma conciencia del paisaje, la biodiversidad o el uso antrópico de los recursos naturales y los problemas que ocasiona, valora, a través de un cuestionario, una serie de ítems relacionados con la problemática ambiental, y uno de los más valorados es la gravedad del cambio climático. Junto a este reconocimiento, deben indicar su nivel de compromiso con ciertos cambios en sus estilos de vida, tales como apagar y desenchufar aparatos electrónicos cuando no se usan, optar por la bicicleta o el transporte público frente al transporte privado o reducir el consumo de productos envasados y de bolsas y botellas de plástico de un solo uso.
Tras el conocimiento y el compromiso llega el momento de la acción, de desarrollar un proyecto solidario que los ponga en marcha. En la ciudad de Sevilla, en el distrito de Sevilla, encontramos un buen ejemplo de lo que supone el currículo académico de la EA en contextos reales. En este se encuentra el Colegio Arboleda, un centro privado–concertado de carácter no confesional y titularidad de Euclides Enseñanza Sociedad Cooperativa Andaluza, que abarca desde la Enseñanza Infantil hasta Secundaria. Dos de las claves de este centro (en palabras de Antonio Jesús Rodríguez Baena, miembro del equipo docente) que le han llevado a ser reconocido como escuela mentora (espacio abierto de intercambio y visibilidad de buenas prácticas educativas e innovación docente) son el uso de metodologías activas de aprendizaje (como el aprendizaje basado en proyectos o ApS) y trabajar de acuerdo con la Agenda 2030 de la Asamblea General de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible. Es por este motivo que encontramos diversas experiencias en materia de EA, algunas de las cuales son:
- El proyecto “Recicletas” (curso 2015-2016), de reparación de bicicletas, que ayuda no solo a fomentar una movilidad sostenible y saludable, sino también a aprender a montar en bici a las alumnas y alumnos que no sabían.
- “Creando Papeleras” (curso 2017-2018), mediante la participación del alumnado, familias y profesorado de Educación Infantil, las cuales fueron distribuidas por todo el centro y los comercios del barrio con el objetivo de fomentar el correcto reciclaje de residuos.
- “Construcción de cajas nido” (curso 2018-2019), con la misión de recuperar las aves en los parques próximos al colegio.
La participación en actividades como las descritas anteriormente inciden positivamente en la actitud del alumnado al potenciar un consumo personal responsable de los recursos naturales, reducir la producción de residuos y colaborar activamente con la protección de la naturaleza y la mitigación del cambio climático.
Reflexión final
La progresiva preocupación por los problemas ambientales, como denota, a mi juicio, el extraordinario crecimiento de cumbres ―como la Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático (más conocidas por las siglas COP, Conference of the Parties)―, de informes ―como el anteriormente citado tercer informe del IPCC― o de compromisos internacionales ―como la Agenda para el Desarrollo Sostenible promovida por la Organización de la Naciones Unidas, más conocida como la Agenda 2030― debe traducirse en cambios de las relaciones sociedad–entorno e impulsar valores y hábitos compatibles con la conservación de la naturaleza y el desarrollo sostenible.
La publicación del Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2020, (ONU, 2020) analizando los avances y deficiencias en materia de cumplimiento de la Agenda 2030, pone sobre la mesa las tareas pendientes, algunas de ellas estrechamente ligadas con el contenido habitual de los programas de EA en los centros educativos: uso eficiente y responsable del agua (ODS 6) y uso sostenible de recursos naturales (ODS 12) (Figura 4).
Figura 4. Representación de los retos de futuro para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 6 y 12.
En este proceso de transformación económica y social representa un papel esencial la EA, pero no la basada exclusivamente en los contenidos de los diferentes currículos académicos, sino aquella planteada desde el papel activo que las personas y los distintos agentes sociales debemos desempeñar en relación con la actual crisis ambiental y las posibles soluciones.
Una EA verdaderamente eficaz es aquella que incide en la actitud de las personas que la reciben y en su capacidad para poner en acción los valores inculcados en pro de la conservación de su entorno natural local, un paso previo necesario para comprender la magnitud global de la actual emergencia climática. Para salir de las aulas y los libros resulta fundamental implementar nuevas metodologías activas de enseñanza–aprendizaje, tal y como persiguen los citados proyectos del Colegio Arboleda en relación con el cambio climático o el programa “CamBio mi modelo de consumo” del Ayuntamiento de Málaga, llevado a cabo durante el curso académico 2017–2018 en enseñanza Primaria y Secundaria.
Otro ejemplo más reciente lo encontramos en el programa de “Educación ambiental sobre residuos y reciclaje”, RECAPACICLA, impulsado por la Junta de Andalucía, en colaboración con otras organizaciones del ambiente de la EA y el desarrollo sostenible, con el objetivo de sensibilizar en centros escolares (desde Educación Infantil a universitaria) y de mayores acerca de la problemática de los residuos. Con este fin, RECAPACICLA busca desde 2011 la disminución de la generación de residuos, así como su correcta recolección y reciclaje.
Acabar con un crecimiento económico tan pernicioso con la naturaleza y los seres vivos no resulta una tarea sencilla, pero es nuestra obligación buscar una vida en armonía con el medio en que vivimos ayudándonos de la educación, uno de los instrumentos más poderosos con que contamos a fin de inducir los cambios necesarios para lograr un desarrollo sostenible (López et al., 2017).