Las Universidades Populares son una de las experiencias más longevas e interesantes de la amplia historia de la educación popular en España. Conviene recordar que este extenso campo educativo no formal ha dado lugar a iniciativas valiosas en los dos últimos siglos, como es el caso de las clases nocturnas de adultos en las escuelas públicas, los cursos para obreros organizados por muy diversas instituciones, las conferencias públicas de divulgación científica, la extensión universitaria, las bibliotecas populares y clubes de lectura, los orfeones y grupos teatrales y artísticos, las misiones pedagógicas, los cursos y programas de intervención social, las clases para personas adultas o las actividades de alfabetización en diversas lenguas, algunas de las cuales han dejado un rastro interesante e incluso se han mantenido hasta la época reciente. Entre todas ellas, las Universidades Populares han ocupado un lugar propio, aunque resulta obligado reconocer que su evolución ha implicado la adopción de formas y actuaciones cambiantes con objeto de adaptarse a las circunstancias de cada momento histórico.
Las Universidades Populares españolas aparecieron en la primera década del siglo XX siguiendo la estela de las creadas en Francia en los años finales del XIX. Tan solo unos pocos años más tarde de la puesta en marcha de la pionera experiencia francesa, se crearon las Universidades Populares de Valencia, Madrid o La Coruña, entre otras, seguidas después por alguna tan afamada como la de Segovia. No obstante, hay que reconocer que, ni por sus dimensiones cuantitativas ni por sus rasgos característicos, supusieron una continuidad de la experiencia francesa, aunque algunos de sus promotores, como Vicente Blasco Ibáñez, lo tuvieran muy a gala.
En realidad, esas primeras Universidades Populares españolas mantuvieron una conexión estrecha con el coetáneo movimiento de extensión universitaria que tan admirablemente encarnó la Universidad de Oviedo y que fue seguido por otras universidades españolas, sobre todo (aunque no solamente) las de mayor influencia institucionista. Si en Francia o en otros países europeos se planteó, por un lado, una distinción conceptual y práctica entre el acercamiento de la Universidad al pueblo (caso de la extensión universitaria o los settlements ingleses) y, por otro, la actuación educativa democrática del propio pueblo (caso de las Universidades Populares francesas), en España esa distinción apenas fue perceptible. Tanto por las características de sus promotores como por el estilo de actuación o incluso por las denominaciones utilizadas, ambas iniciativas estuvieron estrechamente ligadas y, en muchas ocasiones, resultó difícil su separación.
Aunque las Universidades Populares de esta primera etapa fuesen pocas, tuvieran una actuación limitada y una vida generalmente corta, entre sus rasgos característicos se manifestaron algunos de gran interés. Por una parte, mantuvieron un contacto estrecho con varias de las iniciativas pedagógicas más relevantes de su tiempo, al estar presentes en muchos foros y mantener relaciones con instituciones culturales de primer nivel, como la Institución Libre de Enseñanza o el Ateneo de Madrid, por citar solamente algunas. Por otra parte, aglutinaron tanto a representantes de las clases populares y las organizaciones obreras como a miembros de la burguesía reformista, y entroncaron de ese modo su actuación con los esfuerzos de reforma social del periodo de entresiglos. Así, aunque no llegasen a expandirse de manera considerable y su actuación fuese modesta en términos generales, desarrollaron una interesante actuación orientada a dar respuesta (aun con limitaciones) a los desafíos educativos y culturales que se planteaban en la España finisecular, muchas veces en un contexto de conflicto social más o menos abierto.
Tras ese primer periodo de fundación, la segunda etapa de las Universidades Populares tuvo lugar durante la Segunda República, cuando tantas fuerzas y energías se movilizaron para intentar construir una nueva España. Algunas de las preexistentes sirvieron de puente entre ambas etapas, como es el caso de la segoviana, que sirvió de modelo para la de Cartagena, creada en periodo republicano por Carmen Conde y Antonio Oliver y que pretendió servir de enlace con la nueva etapa, aunque con un éxito limitado.
La principal novedad de esa segunda oleada estuvo en el papel activo asumido por la Unión Federal de Estudiantes Hispanos (UFEH) para la creación de nuevas Universidades Populares. Su voluntad se manifestó en su congreso nacional de 1931 y fruto de esa voluntad fue la creación de varias de ellas, como las de Madrid, Valencia, Sevilla, Zaragoza o Granada. Aunque la UFEH pretendió servir de nexo de coordinación entre todas ellas, lo cierto es que ni lograron crear tantas como pretendían ni consiguieron coordinarlas eficazmente. En cualquier caso, las Universidades Populares creadas por el movimiento estudiantil experimentaron un claro impulso durante los años republicanos que merece la pena ser destacado.
Las características de estas Universidades Populares de la segunda oleada no se distinguieron excesivamente de las anteriores, al menos en su estilo general de actuación. El tipo de actividades fue similar al de las antes mencionadas, colaboraron en ellas académicos, docentes y divulgadores, acogieron a un público diverso y apenas consiguieron sistematizar su actuación. También mantuvieron gran cercanía con otras actividades de extensión universitaria y educación popular. Por ejemplo, algunas de ellas colaboraron en el desarrollo de misiones pedagógicas entre 1932 y 1936. En algunos casos, la presencia de estudiantes politizados influyó en sus propuestas, iniciativas o declaraciones, pero, en general, su actuación no rompió radicalmente con las prácticas preexistentes.
Tras la sublevación militar de 1936, algunas de estas Universidades Populares (especialmente, las que quedaron en la zona rebelde) desaparecieron, mientras que otras (las de la zona republicana) se integraron en el aparato cultural de la España fiel a la República. Así, algunas participaron en las Milicias de la Cultura, pusieron en marcha programas de alfabetización o se integraron en otros organismos oficiales, como el Consell de l’Escola Nova Unificada (CENU) de Cataluña o el Ministerio de Instrucción Pública. En cualquier caso, tras el final de la guerra, terminó abruptamente la segunda etapa de las Universidades Populares españolas, puesto que se vieron directamente afectadas por las nuevas condiciones políticas desfavorables a su simple existencia.
La tercera etapa de las Universidades Populares españolas ha estado ligada a la recuperación de la democracia y la convicción de que hacían falta instrumentos de esta naturaleza para contribuir a lograr la ansiada modernización del país. Al igual que sucedió con la primera oleada, la influencia extranjera también se dejó sentir en la tercera. En este caso, quienes vivimos de cerca ese proceso pudimos comprobar el apoyo concedido por la socialdemocracia alemana, a través de medios como la Fundación Friedrich Ebert. No quiere ello decir, obviamente, que las directrices vinieran impuestas desde fuera, pero no cabe minusvalorar la colaboración que prestaron para conseguir el éxito de la iniciativa.
Como es sabido, la primera Universidad Popular de la tercera oleada, la de San Sebastián de los Reyes, fue creada en 1981. En 1982 se celebró en Murcia el I Congreso de Universidades Populares, con la asistencia del ministro José María Maravall. Y allí mismo se constituyó la Federación Española de Universidades Populares (FEUP), que acogió a un buen número de las que se fueron creando en años posteriores. Se ponía así en marcha un movimiento que estaba en buena manera conectado con la constitución de los nuevos ayuntamientos democráticos. En efecto, si los impulsores de la primera oleada habían sido dirigentes obreros y reformadores sociales, y estudiantes universitarios los de la segunda, ahora serían fundamentalmente los ayuntamientos democráticos quienes impulsasen la tercera.
La historia de las Universidades Populares de las últimas décadas aún necesita estudios de conjunto. Se han llevado a cabo estudios singulares o de escala reducida sobre sus características y actuaciones, así como sus promotores, avatares y evolución. Pero ha faltado una voluntad más expresa de elaborar una síntesis amplia y rigurosa del movimiento, cuando lleva ya cuatro décadas de historia. Es muy interesante, por ejemplo, conocer más a fondo el papel desempeñado por las Universidades Populares en el desarrollo de las mujeres, por supuesto, desde el punto de vista educativo y cultural, pero no solamente. Las Universidades Populares han permitido la alfabetización de muchas personas (sobre todo, mujeres), la realización de estudios, la adquisición de diversas competencias personales y profesionales. El movimiento en favor del aprendizaje a lo largo de la vida no se puede explicar en España al margen suyo, pero tampoco se puede olvidar que las Universidades Populares han servido como escuela de vida o, como analizan los historiadores sociales, de entramados de sociabilidad. Sin pretender reducir a ello su actuación, tampoco se puede dejar de lado la contribución que han realizado para la construcción de modos de vida abiertos, activos y democráticos. Esa carencia que nos legó el franquismo, con su obsesión por el control social, fue en buena medida superada por la actuación de instituciones como las Universidades Populares.
Dada mi convicción acerca del relevante papel desempeñado por las Universidades Populares para el desarrollo educativo, cultural y personal de la población española, sobre todo en las últimas décadas, agradezco muy sinceramente la invitación que me trasladan para introducir esta publicación. Los estudios elaborados por los actores de la experiencia constituyen piezas de gran valor para reconstruir esa visión rigurosa de conjunto que antes reclamaba. En ella hay que prestar atención a una pieza importante que los editores del libro se han propuesto abordar y que se refiere a la influencia que las Universidades Populares han tenido en los diferentes territorios en que se han implantado. Sabemos que su presencia ha sido mayor en algunas comunidades autónomas (como es el caso de Extremadura o Castilla-La Mancha), pero nos faltan análisis que expliquen convincentemente esa distribución y, sobre todo, su efecto. Por ese motivo, merece la pena apoyar publicaciones como la que ahora tiene el lector en sus manos, que se acercan a esa problemática.
Sabemos que las Universidades Populares han desempeñado históricamente, y continúan hoy desempeñando, una importante tarea de formación personal y ciudadana y no me cabe sino expresar mis mejores deseos de que así siga siendo en los próximos tiempos. Vivimos circunstancias complejas para el desarrollo de las sociedades democráticas y no podemos renunciar a ninguno de los instrumentos que nos pueden ayudar a ese empeño. Así pues, les deseo todo lo mejor a las Universidades Populares y sus actores. La tarea pendiente merece el esfuerzo de todos nosotros.