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Prólogo del Libro las Universidades Populares ante el reto de liderar los nuevos movimientos y tendencias culturales
Ana Isabel Velasco Rebollo

Ana Isabel Velasco Rebollo

Sirvan estas líneas para mostrar mi más profundo reconocimiento al valioso trabajo realizado por las Universidades Populares a lo largo de su ya dilatada existencia. Sin duda, estas han garantizado, entre otras cosas, el derecho a aprender y el desarrollo personal y social de muchas personas adultas en los diferentes territorios en los que se encuentran, además de fomentar la cultura y contribuir a generar procesos democráticos e igualitarios para la transformación social.

Es evidente que la cultura es un elemento de cohesión e integración social, es un sector económico generador de empleo, crecimiento e ingresos, y es el nexo necesario para establecer una verdadera ciudadanía.

Es un sector en permanente reestructuración, muy dinámico y flexible, con perfiles no definidos, pero con profesionales con experiencia y talento contrastado que, sin duda, contribuyen a la cohesión social, la promoción de la diversidad cultural, la circulación de información y conocimiento, así como a generar valores específicos.

No obstante, para hacer esto posible, los profesionales de la cultura, los agentes sociales y culturales debemos trabajar para analizar e interpretar las necesidades y problemáticas de la propia sociedad. Solo de esta manera ―entendiendo la cultura como un proceso de intercambio, de enriquecimiento y de crecimiento mutuo, de “diálogo cultural”― seremos capaces de conseguir el desarrollo sostenible que necesita nuestra sociedad.

Las transformaciones en la sociedad española de los últimos años se han caracterizado por la aceleración y la profundidad de los cambios en los pilares fundamentales de su entorno social y económico hasta el momento conocidos. Unido a esto, la crisis sanitaria inesperada ha traído un escenario de incertidumbre y también cambios de comportamiento de uso y consumo, pero, por otra parte, ha puesto en evidencia el valor de la cultura para sobrellevar estas nuevas situaciones que se presentaron de forma repentina. Durante el confinamiento, la cultura sirvió como entretenimiento, como conexión con el exterior, como distracción y como lugar común en momentos de distanciamiento social; asimismo, ha demostrado ser insustituible en cuanto a la formación de personas libres y responsables, de una ciudadanía reflexiva y de unos profesionales creativos en entornos cambiantes.

Dicho escenario de incertidumbre ofrece la posibilidad de aproximarse de forma distinta al valor de la cultura y marcar distancia con la que ha predominado hasta la actualidad. Lejos de apreciarlo o percibirlo como apocalíptico, tenemos la oportunidad de verlo como la apertura de una nueva ventana de oportunidad con flamantes posibilidades de respuesta a partir de la innovación social y la articulación de nuevas bases. Se debe poner el acento en la creación de valor social, de elementos efectivos, intangibles y de la experiencia, asociados a la cultura. Integrar esta perspectiva equivale a entender la cultura como un bien público que aporta beneficios a la ciudadanía y a la sociedad en general.

No se debe trabajar solo para generar eventos, productos o actividad, hay que hacer una política cultural planificada que tenga claro para qué se hace, para quién se hace, qué se va a generar con ella y qué transformaciones vamos a ser capaces de llevar a cabo, con el objetivo ineludible de hacerla accesible a nuestros ciudadanos. Esto supone hacerla cercana a una diversidad compleja, ya que la ciudadanía no es uniforme ―está compuesta por diferentes niveles educativos, sociales, económicas y diferentes capacidades―.

Unido a ello vemos cómo las tecnologías digitales están exigiendo una transformación de las instituciones culturales y están forzando un cambio de los paradigmas tradicionales a la hora entender, recoger y poner a disposición de las personas el patrimonio cultural demostrando enormes beneficios en cuanto a eficiencia, economización de recursos, visibilización e inclusión social y educativa, pero también mostrando la brecha ―o diferencia― en cuanto al acceso y a los conocimientos sobre el uso de estas nuevas tecnologías, brecha que aún existe y que debemos corregir por completo.

Internet está transformando toda la cadena de valor cultural, desde la creación hasta los nuevos modelos de consumo y de acceso a la cultura, y dibuja una nueva realidad e importantes retos para la cultura que exigen un compromiso con la transparencia, no solo en el ámbito público, sino también en el privado. Cada vez se hace más necesario establecer instrumentos de evaluación que permitan hacer estimaciones y análisis objetivos de las políticas e intervenciones culturales públicas.

Es necesario establecer mecanismos que fomenten nuevas fórmulas de cooperación pública- privada y establecer fórmulas de cooperación entre el sector cultural y otros sectores productivos que permitan canalizar su creatividad y la capacidad de innovación en su desarrollo a través del incremento de la eficacia y el potencial competitivo de sus productos y servicios.

En este contexto, se hace necesario buscar medios adecuados que apoyen el desarrollo del talento y la creatividad como principales activos y factores de innovación del sector y promover unas condiciones adecuadas para el progreso de los oficios artísticos y técnicos, así como la creación más contemporánea a través de la investigación y una mayor movilidad de los creadores y los productos culturales, tanto dentro de España como a nivel internacional, para compensar las desigualdades territoriales.

Por otra parte, el respeto a la diversidad y la incorporación de prácticas de innovación no solo vinculadas con las tecnologías, sino a los procesos participativos y organizativos, ha de ser un elemento fundamental en el desarrollo de las organizaciones, iniciativas y proyectos culturales. Una innovación que proporcione nuevas vías de desarrollo cultural al poner como eje fundamental a las personas y su entorno, de modo que aporten valor y evalúen su impacto en la sociedad.

La accesibilidad de las personas a la cultura para conseguir la plena inclusión ha de ser otra constante en el planteamiento de las iniciativas y proyectos culturales. Los profesionales de la cultura deben incorporar en sus procesos de trabajo y en el desarrollo de los proyectos mecanismos que faciliten la inclusión, la igualdad y la participación de las personas. Pensar en las personas y contar con ellas, y facilitar el acceso a la cultura y a los procesos creativos de todas en igualdad de condiciones. Es decir, llevar a cabo unas acciones que contribuyan a sentar las bases de una transformación global que conduzca hacia modelos de desarrollo incluyentes, igualitarios y sostenibles.

Por todo lo anteriormente mencionado, es evidente que hoy en día la cultura y sus agentes tienen grandes retos y oportunidades por delante para lograr un entorno y un futuro sostenibles. Asimismo, pueden desempeñar un papel fundamental a la hora de abordar los desafíos globales marcados por los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La agenda de los ODS, que deberá cumplirse en el año 2030, debería estar presente en los planteamientos de los diferentes proyectos culturales que se lleven a cabo. Quizás este sea nuestro principal reto.