“El saber no ocupa lugar”. ¿Quién no ha oído alguna vez este conocido proverbio de la cultura popular? El saber no debe ocupar, sino rellenar, dotar, poner alas para que, como sociedad, volemos mejor y más alto.
La cultura es el mundo creado por los seres humanos.
Cuando el término “cultura” surgió en Europa se refería a un proceso de mejora tecnológica. En el siglo XIX pasó a referirse al mejoramiento o refinamiento de lo individual a través de la educación y, luego, al logro de las aspiraciones o ideales nacionales.
Algunos utilizaron dicho término para referirse a la capacidad humana universal.
Otros han hablado de él para referirse a costumbres, actividades o comportamientos transmitidos de una generación a otra.
Mi preferida, la mejor y más poética definición de la palabra “cultura” es de Cicerón, quien la describió como el “cultivo del alma” sirviéndose para ello, y de una manera acertada, de una metáfora agrícola.
Por eso, la misión de cultivar, educar, formar e inspirar sigue siendo una de las más hermosas. Las Universidades Populares han contribuido mucho a esta noble misión.
Sin cultura, sin educación, pocas sociedades consiguen desarrollarse.
Necesitamos la educación, para crear sociedades humanas más sanas. Necesitamos educación para que nuestra sociedad sepa invertir de forma inteligente en salud pública, en bienestar.
Nos falta educación cuando, en todo el mundo, miles de millones de personas carecen de acceso a los servicios más básicos indispensables (agua, saneamiento, higiene, etc.) para proteger su salud. Nos falta educación cuando los riesgos ambientales y profesionales evitables causan alrededor de un cuarto de los fallecimientos en el mundo.
Sabemos que la inversión en entornos más saludables que garantice salud ofrece uno de los mejores rendimientos en cuanto a inversión para la sociedad. Por ejemplo, un dólar invertido en el fortalecimiento de la ley de aire limpio de los Estados Unidos de América se ha transformado en una ganancia de 30 dólares para los ciudadanos estadounidenses en términos de mejora de la calidad del aire y de su salud.
Enfrentamos grandes desafíos a los que tenemos que responder simultáneamente: los relacionados con la lucha contra la mortalidad prematura, los problemas de salud que siguen afectando la esperanza de vida de los niños (principalmente, debido a enfermedades infecciosas, como la malaria, la tuberculosis y las enfermedades respiratorias y diarreicas) y la terrible malnutrición que aún nos acecha.
Según la OMS, para el año 2030 habrá más personas mayores de 60 años en el mundo que niños menores de cinco años.
El reto entonces será combatir la aparición de enfermedades crónicas, el cáncer, las enfermedades cardíacas, los problemas de salud mental, etc. en estos adultos. Siempre según la OMS, entre 2030 y 2050 el cambio climático provocará 250 000 muertes adicionales al año. ¿Los problemas ambientales tienen un impacto en nuestra salud? Rotundamente, sí.
Nuestra salud está íntimamente ligada a nuestro ecosistema, a la biodiversidad.
Actualmente, más de siete millones de personas fallecen cada año a causa de la exposición a la contaminación del aire. Más del 90 % de las personas respiran aire en el exterior con niveles de contaminación que superan los valores de referencia establecidos en las directrices de la OMS sobre la calidad del aire. Dos tercios de esta contaminación exterior se deben a la combustión de los mismos carburantes fósiles que causan el cambio climático.
Y, sin embargo, la tendencia a la baja del precio de las fuentes de energías renovables y de su almacenamiento sigue a la baja, mientras aumenta su fiabilidad y el número, la seguridad y la remuneración de los puestos de trabajo en el sector.
Una transición mundial rápida hacia el uso de energías no contaminantes no solo supondría alcanzar el objetivo del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático en cuanto a mantener el calentamiento global por debajo de los 2 oC, sino que también mejoraría la calidad del aire, hasta el punto de que los beneficios para la salud resultantes serían dos veces superiores al costo de la inversión.
Las enfermedades debidas a la falta de acceso a alimentos o a los regímenes alimentarios poco saludables y altos en calorías son actualmente la principal causa de salud precaria entre la población mundial, y, además, aumentan la vulnerabilidad ante otros riesgos; la obesidad y la diabetes, por ejemplo, figuran entre los principales factores de riesgo de morbilidad y mortalidad entre la población.
Si el mundo lograra cumplir las directrices de la OMS en materia de alimentación, se salvarían millones de vidas, se reducirían los riesgos de enfermedad y se lograrían reducciones importantes de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
Más de la mitad de la población mundial vive actualmente en ciudades, las cuales son las responsables de más del 60 % de la actividad económica y de las emisiones de gases de efectos invernadero. Puesto que las ciudades se caracterizan por una densidad de población relativamente alta y un tránsito saturado, muchos desplazamientos se pueden realizar de forma más eficiente en transporte público, a pie o en bicicleta mejor que en automóvil privado. Estos medios de transporte también son muy beneficiosos para la salud, ya que reducen la contaminación atmosférica, los traumatismos por accidentes de tránsito y la mortalidad debida a la falta de actividad física, a la que se atribuyen más de tres millones de defunciones anuales.
Muchas de las ciudades más grandes y dinámicas del mundo han reaccionado haciendo las calles peatonales y multiplicando los carriles para ciclistas facilitando una sociedad menos sedentaria.
En el mundo, cada año se destinan alrededor de 400 000 millones de dólares de impuestos pagados por los contribuyentes en subvencionar directamente los combustibles fósiles que contribuyen al cambio climático y contaminan el aire. Además, los costos privados y sociales generados por las repercusiones de esta contaminación en la salud, por ejemplo, no se reflejan generalmente en el precio de los carburantes y la energía. Si se tienen en cuenta los daños a la salud y al medioambiente que causan, el valor real de las subvenciones se eleva a más de cinco billones de dólares anuales, es decir, más de lo que gastan en salud todos los gobiernos del mundo y unas 2000 veces el presupuesto de la OMS.
Hacer que el precio de los carburantes contaminantes refleje los daños que provocan permitiría reducir aproximadamente a la mitad los fallecimientos debidos a la contaminación del aire en el exterior, además de disminuir en más de una cuarta parte las emisiones de gases de efecto invernadero y recaudar ingresos equivalentes a un 4 % del PIB mundial. Deberíamos dejar de pagar la factura de la contaminación con nuestros impuestos… y con nuestros pulmones.
En la mayoría de los países, los gobiernos dirigirán la elaboración del conjunto de medidas que impulsarán la recuperación económica tras la pandemia de la covid-19. Dada la estrecha relación entre el medioambiente, la salud y la economía, también es importante que los dirigentes del ámbito de la salud participen directamente en este proceso, presenten informes sobre las consecuencias que las medidas pueden tener en la salud pública a corto o largo plazo y den su aprobación.
La protección de la salud y el bienestar depende también del apoyo de la población. Un ejemplo de ello son los millones de jóvenes que se han movilizado para exigir medidas no solo en favor del clima y la biodiversidad, sino también por el derecho a respirar aire puro y por su futuro en un planeta habitable. Ciencia, innovación, planificación urbana saludable, determinantes ambientales de la salud, medioambiente, enfermedades crónicas, sedentarismo, obesidad, salud mental… Todos nuestros grandes retos en salud global necesitan estrechar lazos con la educación, con el “cultivo del alma”, con quien tiene la misión de formar, de fomentar la cultura, la educación.
Estoy segura de que en este libro del área de Salud de la editorial FEUP podremos encontrar muchos colores para pintar mejor las soluciones a los grandes retos de salud pública. La unión de cultura, educación y salud solo puede dar buenos frutos.