Cambio de paradigma en la sociedad del conocimiento
Actualmente, vivimos en una época de transformación constante debido a numerosos cambios sociales enmarcados en una variación de las estructuras de nuestra sociedad, las cuales están conformadas por nuevos valores éticos y culturales, normas, símbolos y productos culturales.
Dicha transformación viene influida por una creciente globalización, la cual ha modificado comportamientos y formas de vida que van más allá de lo económico y político y que afectan a la identidad de nuestras sociedades.
En los últimos treinta años, observamos cómo la estructura mediante la que se han asentado los parámetros socioeconómicos y culturales, los cuales sirvieron de base en la sociedad industrial, se ha visto afectada dado que ya no responde a las necesidades reales de la nueva era a la que nos enfrentamos.
Estamos en una nueva era protagonizada por los factores tecnológicos, que son los causantes del cambio de paradigma hacia una sociedad donde los avances, el desarrollo y la innovación han sido elementos clave en nuestra evolución. Estos avances han ido incorporándose a nuestra rutina velozmente y se han instaurado en nuestras vidas requiriendo una sutil metamorfosis en nuestra sociedad a través de un proceso complejo y multidimensional.
Por lo tanto, tras la transición del Antiguo Régimen a la sociedad industrial, ahora nos encontramos ante otro cambio histórico de gran relevancia dentro de nuestra era contemporánea. Estamos ante la sociedad del conocimiento, en la que se adquieren otras capacidades ―como la inteligencia, la experiencia o la creatividad― y surgen nuevos modelos de aprendizaje generando un impacto que afecta a diferentes dimensiones de nuestras vidas.
La primera dimensión alude a una sociedad con numerosos ejes de desigualdad al poner en contraposición altos niveles de riqueza, en unos casos, y mayores ámbitos de exclusión social, en otros. Esto ha provocado la necesidad de realizar cambios en los sistemas públicos de salud y de pensiones con el fin de regular situaciones de riesgo.
La economía también se ha visto afectada por el hecho de que ha pasado a estar cada vez más enfocada al sector terciario. La globalización ha sido un factor determinante en este aspecto al producir un efecto negativo en las políticas de empleo mediante procesos de precarización laboral que, inevitablemente, atañen a gran parte de la población.
Otra dimensión que hay que resaltar es la que concierne a la familia y a las relaciones de género. Surgen nuevas formas de convivencia más plurales que no responden solamente a la rigidez del estándar que alude a la familia nuclear al cuestionarse también los papeles tradicionales de género. Esto da lugar a la creación de un espacio político de género que afectará de manera transversal a nuestro modo tradicional de vida en pro de unas políticas más igualitarias para la población.
En definitiva, una serie de cambios acaecidos, fruto de una era de transformación constante, que pone de manifiesto la necesidad de recapitular y tomar partido para mejorar nuestras condiciones de vida. Esto no es posible sin una mirada transformadora que sea capaz de revertir esos cambios hacia un progreso social que se adapte a las necesidades que han ido surgiendo a lo largo de esta nueva época, donde la inclusión social tiene un valor fundamental.
Cómo evitar la nueva exclusión social
Los cambios sociales a los que hemos hecho referencia anteriormente vaticinan la inmersión del estado del bienestar en una crisis. Esto se debe a la aparición de una serie de alteraciones en nuestra estructura social que desembocan en hechos como la transformación en las relaciones de producción, la globalización de las economías, los grandes flujos migratorios o la irrupción de las nuevas tecnologías en nuestras vidas. Si, además, añadimos la crisis económica que atravesamos, observamos cómo se ha producido un aumento de las condiciones precarias en parte de la población y un descenso de la calidad de los servicios públicos.
Estas situaciones traducen la necesidad de redefinir el concepto de “exclusión social” que, ante esta vorágine de cambios, también se ve afectado en cuanto a los factores que lo conforman. Hablamos de un concepto multidimensional que no solo hace referencia a la falta de dinero, sino que se centra en variables como la acumulación de dificultades o un alejamiento del espacio central de la sociedad.
La exclusión social, entendida como un término que se refiere a situaciones dinámicas y cambiantes, se enmarca dentro de una serie de desigualdades que conviven en esta nueva realidad. Estas desigualdades se convierten en un conjunto de procesos que pueden afectar a pilares dimensionales, como la salud, la vivienda, la educación, el empleo, los ingresos, la participación política y las situaciones de aislamiento o conflicto social que perjudican a personas o colectivos con un alto grado de vulnerabilidad.
No es, por lo tanto, un fenómeno unidimensional, sino que catalogaríamos la exclusión social como la sucesión de un cúmulo de circunstancias no favorables que suelen guardar una correlación, con lo cual no puede tratarse únicamente de manera sectorial. De modo que ha de abordarse de manera multidimensional, desde la práctica institucional y las políticas públicas, con el fin de que la población tenga las necesidades básicas cubiertas para que no existan carencias en las múltiples dimensiones y puedan cubrirse sus expectativas vitales.
Los retos a los que se enfrentan las políticas públicas en relación con la exclusión social hacen referencia a una reconstrucción y reformulación de ellas para poder abordar las diversas problemáticas de la manera más adecuada y en sintonía la contextualización actual.
Estas políticas deben orientarse hacia una combinación de diferentes aspectos que articulan las bases de nuestra sociedad y debilitar aquellos factores que perpetúan esa precariedad o marginación. Serán acciones tales como la universalización de los servicios sociales y rentas básicas, el acceso a una vivienda social, mejoras en el ámbito sociosanitario, políticas educativas que se adapten a la era digital, iniciativas enfocadas a los derechos de la ciudadanía y la interculturalidad, políticas dirigidas a la igualdad de género, a la infancia, a la adolescencia y a las personas mayores y las destinadas a la creación de capital social.
La inclusión vendrá precedida de la construcción de un tejido social en donde interactúen diferentes agentes comunitarios y asociativos en aras de erigir personas autónomas con capacidad de reconstruir relaciones y reconducir sus destinos vitales para que tengan el control de sus vidas, además de abrir las puertas a la diversidad como oportunidad para el enriquecimiento de la sociedad.
Desde el ámbito de actuación de la Universidad Popular como institución que favorece espacios para la inclusión de personas a través de procesos educativos enmarcados dentro de la educación no formal, resaltamos la oportunidad de ampliar conocimientos y habilidades para esta sociedad cambiante a través de un catálogo de propuestas que se adaptan a las necesidades que contempla esta época de transformaciones. Las actividades que se llevan a cabo son de carácter educativo y cultural y vienen enmarcadas dentro del ámbito de la intervención social. Presentan una metodología activa que se caracteriza por la intención de que los y las participantes decidan sobre su proceso al fomentar el trabajo en equipo, y por la flexibilidad de responder a las diferentes necesidades que presenten las personas implicadas. Estas metodologías presentan un carácter lúdico y están orientadas al desarrollo de las personas teniendo en cuenta, especialmente, a los colectivos más desfavorecidos como herramienta principal contra la exclusión social.
La inclusión viene dada mediante proyectos innovadores de participación social, los cuales difieren del ámbito de la educación formal en la distancia de los patrones pedagógicos que se han venido siguiendo a fin de promover otro tipo de aprendizaje en el que los y las participantes adquieren una función más activa durante el proceso, además de una capacitación que pueden extrapolar a diferentes áreas de desarrollo de su vida cotidiana.
La Universidad Popular como institución pretende romper con los ejes que conforman las desigualdades que actualmente generan contextos de exclusión social. Por ello, las actividades propuestas están orientadas a promover escenarios de igualdad, cooperación, creatividad, solidaridad, respeto por el medioambiente y desarrollo sostenible. Se pretende, de este modo, mejorar la calidad de vida de la población participante, que engloba todas las edades y acoge a todos los colectivos.
Destacamos, pues, la importancia que tiene la Universidad Popular como elemento fundamental integrador en una sociedad donde, como hemos visto, los cambios van redefiniendo y constituyendo nuevas formas de aprendizaje. Podemos decir que la reinvención e innovación son factores constantes a la hora de responder a las necesidades que van surgiendo. Así, también se pretende que no quede nadie exento de poder participar como agentes activos dentro de su comunidad local.
Tomamos entonces a la Universidad Popular como una entidad educativa que presenta como objetivo transversal la inclusión de la población al combatir situaciones de exclusión que afectan a la calidad de vida de las personas dotando de herramientas que permitan que el alumnado se convierta en un colectivo empoderado capaz de hacer frente a situaciones de su día a día, adquiriendo un papel activo en su vida.
Estrategias de intervención
En su tercera acepción del diccionario, la RAE define “estrategia” como: “En un proceso regulable, conjunto de las reglas que buscan una decisión óptima en cada momento”.
Si nos vamos a una definición más acorde con la temática sobre la que estamos trabajando, y que no es otra que la de la intervención social en ámbitos educativos no formales, se define “estrategia” como: “Un conjunto de medios y técnicas procedimentales que buscan o pretenden producir una serie de cambios en la realidad observada”.
Venimos de situar al lector en el contexto de trabajo sobre el que nos vamos a mover, que es el de la volatilidad, el del cambio permanente, aquel que nos pone en primera línea las palabras de Darwin cuando, en su libro El origen de las especies, expresaba que no sobrevivirían las especies más fuertes, sino aquellas que se adaptasen mejor al medio, es decir, al cambio.
Partiendo de esta premisa, el ser humano ha conseguido llegar hasta nuestros días siguiendo esa máxima al pie de la letra. Imaginemos a aquellos primeros humanos que tuvieron contacto con el fuego. Pongámonos en su piel, sintamos su expectación ante lo desconocido. Allí estarían los más intrépidos y curiosos que, emocionados, descubrirían en sus propias carnes que ese nuevo elemento podía ser peligroso y dañino, pero que albergaba un potencial inmenso para mejorar sus vidas. Los habría cautos que, a la expectativa y en segundo plano, observarían el fenómeno con cierto escepticismo. Algunos serían los miedosos que, o bien huirían, o bien argüirían mil y una razones para renegar de aquel fenómeno, que no habría de ser bueno bajo ningún concepto y traería consigo el retroceso o la extinción. Volvamos ahora a este nuestro momento actual y pensemos en qué posición queremos tomar frente a nuestro “fuego”, que no es otro que el cambio social que nos ha tocado vivir.
Las Universidades Populares debemos dar un paso al frente y ser adalides del cambio. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo enfrentarnos a este gran reto? No es en absoluto una experiencia nueva, como ya hemos apuntado a lo largo de los capítulos que preceden a este. Mucha y muy sólida es la trayectoria que nos precede, pero no por ello debemos acomodarnos.
Es ahora cuando establecer nuevas estrategias de intervención adaptadas a los cambios que nos toca vivir se convierte en un elemento crucial para el éxito de un proyecto que va más allá de todas y cada una de las personas que lo conformamos: un proyecto que trascenderá y en el que tenemos una responsabilidad para con la sociedad actual y futura.
Centrándonos en la cuestión que nos ocupa, el establecimiento de estrategias requiere una serie de pasos previos sobre los que estas se sustentarán:
- Identificar el contexto o entorno en el cual surge el problema.
- Analizar el problema, es decir, cuáles son sus causas y consecuencias.
- Determinar los objetivos de la estrategia de intervención.
- Definir el público objetivo de esa intervención.
- Establecer los medios, técnicas y recursos que se van a necesitar.
- Determinar los indicadores de logro.
- Establecer los criterios de evaluación.
El contexto se ha definido en los párrafos iniciales de este capítulo a modo de introducción. Asimismo, se hace referencia a él en capítulos anteriores y posteriores de este mismo libro, con la conclusión de que, primordialmente, viene determinado por el cambio y la incertidumbre.
En cuanto al problema, básicamente se concreta en cómo ayudar a las personas a hacer frente a esa incertidumbre con vistas a su supervivencia social.
Los objetivos consisten en diseñar intervenciones para el desarrollo de las nuevas competencias clave (o genéricas) del siglo XXI.
Nuestro público diana es la sociedad en su conjunto, pero, más concretamente, aquellos colectivos que, por su edad, sexo y características socioeconómicas o personales, se ven excluidos del nuevo paradigma sociotecnológico, lo que los aboca a nuevas situaciones de pobreza vital.
Al referirnos a los medios, técnicas y recursos, hablamos de la gran fuerza que supone la red de Universidades Populares, sobre todo en lo que concierne a su capital humano. Dicho capital, a través de la interacción y el intercambio de experiencias, construye cada día nuevas realidades que facilitan enormemente la labor de concretar los aspectos que a priori podrían resultar más farragosos. Asimismo, contamos con instalaciones y medios técnicos a lo largo y ancho del país que nos permiten acercar las propuestas, proyectos o actividades a la ciudadanía, sin limitarnos a las grandes ciudades.
Cuando se habla de los indicadores de logro, es evidente que los números pesan, sobre todo a la hora de cuantificar qué se consigue o cómo de bien lo estamos haciendo. No es menos cierto, sin embargo, que el éxito de nuestras intervenciones va mucho más allá de los meros cálculos matemáticos. ¿Cómo medir, pues, el éxito vital? ¿Quién determina este concepto? Quizás sea el momento de replantearnos este punto y ver más allá de la estadística pura y dura. Si las nuevas competencias clave se enfocan en aspectos como la funcionalidad social (las relaciones inter e intrapersonales), la gestión emocional, el emprendimiento o la alfabetización funcional, es imprescindible cambiar la forma de medir el éxito, porque para una persona de 75 años este éxito puede consistir simplemente en ser capaz de hacer una videollamada a sus familiares o aprender a establecer prioridades en su vida, y esto no es cuantificable. Será, por tanto, necesario establecer indicadores más cualitativos que cuantitativos.
En consonancia con el punto anterior, establecer qué vamos a evaluar (los criterios de evaluación) determinará cómo se hará. Quizás deberíamos centrarnos más en el impacto de nuestras intervenciones: cómo repercuten en las vidas de las personas con las que trabajamos y cómo afectan al entorno próximo y lejano. Por ejemplo, creando espacios de encuentro entre profesionales y usuarios que nutran a todas y cada una de las partes implicadas y permitan comprobar de primera mano si las intervenciones están siendo eficaces; o si, por el contrario, necesitan un reenfoque. La evaluación sumaria no es la respuesta, ya que deja poco o ningún margen para las acciones correctivas; vayamos más allá de lo establecido e incorporemos la flexibilidad que promulgamos para adaptarnos al cambio.
Las Universidades Populares como agente de cambio
Agente de cambio: ¡qué bonito concepto para definirnos!
Las Universidades Populares nacen hace más de un siglo como una respuesta a la necesidad de contribuir de forma activa a la transformación social. Y lo hacen acercando la educación y la cultura a aquellas personas que carecen de oportunidades, medios y recursos para disfrutar de sus innegables beneficios.
Este elemento transformador convierte a la institución en un ser vivo que, más allá de surtir a la sociedad de cursos, talleres, exposiciones, conciertos o jornadas de las más variadas y variopintas temáticas, es un generador de experiencias vitales que trascienden las vidas de las personas que las experimentan y reciben. Es, por lo tanto, este aspecto diferenciador lo que debemos convertir en nuestra razón de ser. Tenemos la oportunidad de marcar la diferencia, una vez más:
- Orientando nuestras nuevas estrategias de intervención hacia una perspectiva holística que nos lleve a trabajar con una visión más amplia.
- Abriendo nuestras mentes y aprovechando a fondo el conocimiento y experiencia de todas y cada una de las personas que conformamos esta extensa red, como ya apuntamos anteriormente.
- Acercándonos a la ciudadanía desde otros espacios sin atrincherarnos en nuestros edificios, oficinas o despachos. Es necesario salir al exterior y contar con la sociedad para que nos ayude a completar el puzle. Es innegable que el espacio tecnológico, como nuevo tablero de juego, requiere de nuestra presencia. Sin embargo, esto hace que muchas de las personas que cursan el tránsito del mundo analógico al digital se sientan como si se encontraran en la piel de los primeros exploradores. Por ello es necesario tener en cuenta que, antes de sumergirnos en este tablero, somos responsables de explicar y estar seguros de que las reglas del juego están claras y son comprendidas y manejadas adecuadamente por todas las personas participantes.
- Atrayendo al público más joven y organizando encuentros intergeneracionales para poner en valor la sabiduría de unos y otros, dejar a un lado el problema del edadismo y aprovecharlos como la gran oportunidad que suponen.
El objetivo de acompañamiento propuesto anteriormente no es poca cosa. La seguridad que nos aporta sentirnos sostenidos y arropados es motivación más que suficiente para empezar a caminar hacia nuestro destino.
¡Y qué bonito es poder ser esa mano!
Las competencias genéricas o clave para el siglo XXI son la esencia de las Universidades Populares. Por ello, el trabajo que tenemos por delante no es más que la evolución natural de nuestro día a día: facilitar a las personas espacios de crecimiento personal y profesional.
Al igual que las relaciones sociales han cambiado y las relaciones laborales también están sufriendo este proceso, ya no sirven los currículos estáticos ni las competencias duras. Por fortuna, la rigidez del mercado laboral se está resquebrajando. Y decimos por fortuna, porque el ser humano no es una máquina, aunque llevemos años pretendiendo serlo, con resultados totalmente nefastos en el ámbito de la salud mental y que han dado lugar a que hoy España sea el país que más antidepresivos y ansiolíticos consume de toda Europa. Es el momento de conceder su valor a la versatilidad, las competencias blandas, la cooperación y colaboración por encima de la competitividad.
Es hora de aprender a desaprender.
A modo de reflexión
La velocidad a la que la sociedad se va transformando influye en nuestro modo de vida. Es innegable que los cambios de los últimos años han abierto paso a un modelo de aprendizaje que ya no responde a unos parámetros concretos, deja a un lado la rigidez y es mucho más flexible y diverso. La tecnología ha introducido en la sociedad un flujo de conocimiento constante que hace imprescindible adoptar un proceso de aprendizaje permanente.
La sociedad pretende ser inclusiva, pero todas las innovaciones que están surgiendo pueden tener implicaciones negativas si no estamos preparados para que toda la ciudadanía pueda disfrutar de ellas por igual. Por consiguiente, si queremos que en la práctica no se produzcan situaciones de exclusión, se ha de aplicar un enfoque integrador para que nadie se quede al margen de estos cambios.
La Universidad Popular ejerce una función decisiva como agente activo e impulsor con el fin de que las personas puedan participar en un proceso de formación continua que comprende diversas esferas vitales.
Las Universidades Populares tenemos la suerte de encontrarnos en posición de guiar y acompañar a la sociedad tomándola de la mano, es decir, desde la horizontalidad. Aprovechar esta oportunidad es crucial es este momento histórico.
Desaprendamos para reinventarnos y reinventar la sociedad. Es momento de esbozar nuestro presente y nuestro futuro con las nuevas paletas de colores que nos han entregado.