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Una estrategia y un plan de acción para el trabajo en red de las Universidades Populares en torno al desarrollo de las competencias clave para el siglo XXI, la empleabilidad y el emprendimiento
Diego Peñarrubia Blasco

Diego Peñarrubia Blasco

Doctor en Economía y profesor de la Universidad de Murcia.

En este capítulo nos proponemos plantear una reflexión externa acerca de cómo las Universidades Populares (UU. PP.) pueden abordar estrategias cooperativas en el ámbito de la formación en competencias. La calificación de “externa” pretende ser una disculpa anticipada y un reconocimiento de mi falta de experiencia previa en el ámbito de las UU. PP. Puestos a aceptar el encargo, espero que el riesgo de hablar sobre lo que no se conoce bien pueda ser compensado por la visión panorámica que la lejanía ofrece.

El concepto de “red” ―en el título de este capítulo― se refiere al trabajo cooperativo de las diferentes UU. PP. existentes en España, en lo que podríamos visibilizar como una red territorial en la que cada una de las entidades se beneficia, no solo del trabajo de las otras en, por ejemplo, el diseño de materiales, sino también de los resultados de las experiencias, en el sentido de que pueda acceder de forma sencilla a las evaluaciones sobre el trabajo con dichos materiales y aprender de las mejores prácticas. Esta red tejida por todas se beneficiaría de lo que es una de las características fundacionales de la propia idea de “universidad popular”, la flexibilidad, horizontalidad y diferenciación del concepto, aplicado de forma diferente a cada una de ellas, adaptadas a sus propios territorios y con formas diferentes de tejer complicidades con las personas, agrupaciones e instituciones de cada zona.

El reto de una red de esta naturaleza es, precisamente, el de encontrar las formas de colaboración necesarias para que cada unidad aprenda y aproveche las experiencias ajenas, sin caer en el error de meramente copiar lo que ha sido diseñado por una organización diferente y para una sociedad diferente. En España existen UU. PP. integradas en concejalías de cultura, en organismos relacionados con diputaciones o, incluso, con comunidades autónomas, y otras de gestión independiente; existen grandes y pequeñas y, por supuesto, insertadas en realidades socioeconómicas muy diferentes, con posibilidades y frente a necesidades formativas también diferentes.

Por si el reto no fuese suficientemente complicado, creo que es importante destacar desde el principio que cada Universidad Popular se encuentra por sí misma “enredada” en otro tejido independiente del que conforma con el resto de UU. PP., el conformado por los diversos agentes e instituciones con los que interacciona en su territorio. En mi opinión, esta red local debe ser el punto de partida desde el que planteemos cualquier estrategia de la Universidad Popular en el ámbito de la formación: sin un análisis sosegado de cómo es la sociedad en la que se pretende actuar, quién más intenta hacer cosas parecidas y cómo podemos trabajar juntos, creo que no tiene sentido plantearse la colaboración con otras UU. PP. Dicho de otra forma: solo desde la percepción fundamentada acerca de qué podemos aportar a nuestra sociedad tiene sentido buscar fuera la ayuda de la experiencia de otras UU. PP. Por eso propongo comenzar con un breve repaso a las redes locales para la formación y el empleo y el papel que en ellas pueden jugar las UU. PP. para, después, pensar en cómo la propia red de UU. PP. puede ayudar a cada una de ellas a desarrollar mejor ese papel.

Redes locales para la formación y el empleo

El nombre propuesto no pretende ser una etiqueta formal, sino una herramienta para pensar en el entorno en el que se ubica cada UP. Como ya hemos señalado, la mayoría se corresponde con ámbitos municipales, aunque el término local puede hacer referencia a algo supramunicipal, como una comarca, pero también a realidades submunicipales, como pedanías, que, como en el caso de Murcia, pueden ser mayores que la mayoría de los municipios de España. Si utilizamos el marco municipal, la propia estructura del ayuntamiento nos va a remitir a la concejalía de Cultura, a bibliotecas y a otros servicios, pero también a la de Empleo, Economía o similares, porque de ellas dependen con frecuencia otros servicios ligados a la formación, como agencias de desarrollo local o casas taller. Conviene incorporar también la hipotética red a los servicios sociales, porque tienen conocimiento directo de la realidad que una parte de la formación aspira a cambiar. Sin salir del ámbito administrativo, y dependiendo del caso concreto, existirán dependencias comarcales, provinciales, autonómicas e incluso nacionales con presencia física en la zona y una actividad relacionada con nuestro objetivo. Fuera del ámbito de las Administraciones públicas, asociaciones empresariales, cámaras de comercio, sindicatos y asociaciones de vecinos o colectivos concretos, de amas de casa a jubilados, realizan actividades similares o complementarias. Y el mapa se puede seguir extendiendo con empresas y academias o extensiones de las universidades “convencionales”.

Por si la longitud de la lista no fuese por sí misma desincentivadora del intento, la realidad es que en diferentes territorios existen diferentes culturas de la competencia y la colaboración. Se ha escrito mucho sobre las ventajas de los ecosistemas que favorecen estrategias mixtas de competencia en los que las entidades, por un lado, compiten entre ellas (en este caso, por los alumnos, los fondos, las acciones y el mero protagonismo) y, por otro, tienen incentivos a la hora de cooperar al transmitirse información y colaborar en el diseño y la ejecución conjunta de actividades; un ecosistema puramente competitivo contempla las relaciones entre sus miembros como un juego de suma cero en el que lo que beneficia al otro siempre es a costa de perjudicar a alguien, y esa visión impide colaboraciones mutuamente beneficiosas. Pero un ecosistema de exclusiva colaboración implica la compartimentación cerrada y la creación de monopolios perjudiciales para la innovación y la flexibilidad del sistema, y estos factores son necesarios para el éxito. Dentro de nuestro país tenemos ejemplos de sociedades en las que la cooperación entre empresas no frena los incentivos a la hora de competir y permiten ambos construir procesos complejos, inherentes al desarrollo económico, y otras en las que quizás la falta de ese capital social es el principal freno a un crecimiento que no se base en precariedad y salarios bajos.

Algo parecido a esto que hemos llamado “red local” ya se ha formalizado en muchas zonas, con nombres como “pactos locales por el empleo” o similares. Si existen donde existen UU. PP., estas deben integrarse en ellos; si no existen, seguramente la Universidad Popular no es quien debe liderar su desarrollo, pero sí puede sugerirlo e impulsarlo proactivamente.

El mapa anterior puede leerse como un diagnóstico de la oferta, pero ese mismo nombre ilustra la necesidad de complementarlo con un análisis de la demanda: la demanda revelada a través de inscripciones y seguimiento de las actividades, pero también la demanda latente, derivada tanto de las necesidades y oportunidades que el tejido productivo local muestra como de las carencias de la población a la que la oferta actual no llega por cualquier motivo.

La cuestión es que, una vez planteados los mimbres de la red, esta debe ser capaz de reflexionar sobre cómo es el tejido social sobre el que se implanta, qué oportunidades de crecimiento personal y social se le plantean y qué necesidades debe cubrir para que esas oportunidades se transformen en realidades sanas y sostenibles. Es casi un ejercicio médico, en el sentido de que es necesario realizar un diagnóstico, a partir de los datos que definen la realidad para, desde ahí, poder esbozar una prescripción, una recomendación de acciones que serían desarrolladas por los diferentes miembros de la red, solos o en compañía de otras partes. Y el ejercicio debe completarse con un compromiso de evaluación, término que en nuestro país tiende a presentar connotaciones negativas de exámenes o, peor, de luchas partidistas, pero que es parte imprescindible del proceso si se quiere mejorar sus resultados y adaptarlo a los permanentes cambios.

La cuestión, llegados a este punto, es qué papel le corresponde a las UU. PP. en estas redes locales. No hay una respuesta sencilla, porque, como ya hemos insistido, la realidad territorial y la propia red serán distintas en cada caso. Si el ejercicio de diagnóstico propuesto es útil, debe permitir a la red y a la propia UP detectar nuevas acciones; no se trata tanto de pelear por lo que ya hacen otros (que también, si se puede hacer mejor) como de pelear por hacer nuevos planteamientos con el propósito de llegar a más personas mediante acciones innovadoras. Como en abstracto puede resultar tan aparente como inútil, vamos a plantear algún caso concreto, a título exclusivamente ilustrativo.

Algunos ejemplos de nuevas oportunidades

Los primeros meses de 2022 han puesto de manifiesto la necesidad de que empresas y Administraciones hagan un esfuerzo para que la digitalización de sus servicios no suponga una nueva barrera para la ciudadanía; el caso de la banca y las personas mayores ha sido el más divulgado, pero creo que el de las Administraciones es más grave, porque la competencia entre bancos los empuja a diseñar procedimientos online más intuitivos (al menos, en teoría, pero me consta que, en parte, es efectivamente así), mientras que para las Administraciones somos clientes cautivos y el incentivo, a fin de desenmarañar algunas tramitaciones realmente kafkianas, es menor. Los cursos sobre competencias digitales son un clásico en la oferta de muchas entidades, entre ellas las UU. PP., pero conviene hacer un esfuerzo crítico constructivo para adaptar esa oferta a las nuevas realidades flexibilizándola para que pueda llegar tanto a la persona que tiene necesidades básicas y se pierde en un lenguaje, a veces, innecesariamente oscuro, como a aquellas otras que necesitan un componente casi profesional. En esa adaptación a la carta, el papel de los móviles y el uso mixto de formación presencial y online son herramientas básicas.

Las actividades de lo que se conoce como educación no formal han venido discurriendo por dos cauces separados: por un lado, la formación ligada al empleo y, por otro, las actividades culturales, vistas como algo recreativo o de enriquecimiento personal. Esa tensión entre empleo y cultura, entre inversión y consumo, subyace en la misma adscripción administrativa de la educación, que a veces se liga al empleo (sobre todo la formación profesional, pero también las universidades) y a veces a departamentos de cultura. Por eso, muchos ayuntamientos tienen actividades formativas en agencias de desarrollo y empleo y otras en casas de cultura o similares. No obstante, esa frontera, digamos, entre ocio y negocio es cada vez más porosa. En el ejemplo del párrafo anterior, la alfabetización digital sirve al ocio y al negocio, y más allá. A veces nos empeñamos en sentar frente a un ordenador a personas a las que esa simple posición les supone un muro psicológico, porque lo asocian con roles con los que no se identifican (trabajadores de cuello blanco cuando ellas lo son o han sido de cuello azul), y, sin embargo, esas mismas personas pasan largos ratos con sus móviles, que son ordenadores pequeñitos, pero más potentes que los de mesa de hace una década y los que, con frecuencia, ocupan nuestras aulas al jugar o seguir procesos no mucho más difíciles que los que le pondrían al alcance de la mano un mundo tan desconocido como atractivo desde las propias preferencias y necesidades de cada uno.

En esta tierra de nadie ―que realmente es de todos―, entre las actividades formativas ligadas al empleo y las culturales, es donde, en mi opinión, debemos profundizar y buscar no solo nuevos campos, sino nuevas metodologías, nuevos públicos y nuevas formas de trabajar con la comunidad. Por ejemplo, la transición energética, los fondos europeos para la recuperación tras la pandemia y la terrible invasión rusa de Ucrania han coincidido en el tiempo y han generado todo un mundo de riesgos nuevos y también de necesidades. La reducción del coste de la producción fotovoltaica hace innecesarias las subvenciones para que sea rentable su instalación, pero seguimos empeñados en instalaciones en grandes superficies en el campo que implican que esos espacios ya no están disponibles para cultivos, además del coste del traslado de la energía a las zonas que la demandan. Se evitarían los dos problemas si aprovechásemos nuestras cubiertas, con la ventaja añadida de una producción controlada por la propia ciudadanía. Sin embargo, esa estrategia se topa en España con la realidad de ser el país de Europa en el que más población vive en edificios comunitarios en los que usar los tejados requiere poner de acuerdo a vecinos con planteamientos muy diferentes. No voy a extenderme sobre ello, pero hay soluciones viables que pasan por las cooperativas y comunidades solares, y la tradición social y participativa de las Universidades Populares podría ser una palanca de cambio en el difícil camino de la transición energética con acciones a medio camino entre la divulgación formativa y las estrategias de empoderamiento social.

Creo necesario retomar la referencia a la dramática situación que se vive en Ucrania desde una perspectiva humanitaria, además de la económica. La crisis de los refugiados está mostrando en España niveles de solidaridad en los que las UU. PP. también pueden sumar acciones relacionadas con su experiencia en acogida y formación en competencias básicas, no solo idiomáticas. No sería la primera vez que se trabaja desde la formación para fortalecer los vínculos comunitarios con actividades en las que las diferentes comunidades locales se comunican y comparten legados, experiencias y expectativas.

Hablar con generalidades del mundo laboral es peligroso, pero me gustaría partir de un dato: en un contexto como este, marcado por la pandemia y otros peligros que no me atrevo a enumerar (porque cuando el texto llegue al lector serán otros, espero que menores), se ha producido un dato sorprendente: en Estados Unidos a finales de 2021 había más puestos de trabajo vacantes que desempleados. En España, por desgracia, la situación está muy lejos de ser parecida, pero hay una amplia variedad de oportunidades y posiciones descubiertas. No me refiero solo a trabajos superespecializados, sino a toda una gama que implica que el desempleo (o el subempleo, o el desajuste entre el empleo y las preferencias y características del empleado) no solo es una tragedia personal para el que lo sufre, sino también para la sociedad que despilfarra así los recursos humanos de los que dispone. Por ejemplo, el sector de la construcción lleva un tiempo quejándose de la falta de ciertos profesionales, lo que puede resultar extraño si tenemos en cuenta que la actividad del sector sigue siendo una pequeña fracción de la que hubo hace tres lustros. Precisamente, es el tiempo transcurrido el que explicaría que los profesionales que la crisis dejó en la calle se han buscado trabajo en otros sectores (o jubilado) y no estén dispuestos a repetir la experiencia, incluso a cambio de mejoras salariales.

Si adoptamos una visión de largo plazo, observaremos que este mismo proceso ya ha ocurrido en España otras veces y forma parte de una fase de urbanización y terciarización del trabajo: fueron campesinos los que hace más de medio siglo usaron la construcción como puente entre dos mundos, y ahora existe un colectivo en condiciones similares dispuesto a hacer el mismo viaje de progreso personal que, además, contribuye a la solución de problemas sociales como el acceso a la vivienda y la tardía emancipación. Es cierto que ahora contamos con el problema añadido de que a los inmigrantes trabajadores agrícolas (que es, evidentemente, el colectivo referido) les resulta más difícil el tránsito, porque se requiere una formación, aparentemente, incompatible con su necesidad de mantener ingresos. Existen herramientas como las becas salario y existen los programas, pero con frecuencia hace falta un esfuerzo para detectar a los mejores candidatos, llegar a ellos y acompañarlos en el camino. Por eso incluía a los servicios sociales y a todo tipo de asociaciones en el boceto inicial de la red local, porque si no llegamos a todo el tejido social, no estaremos llegando a quienes más necesitan el apoyo de la red.

Parémonos un momento para echar un vistazo a algunos de los escasos datos disponibles sobre participación de adultos en actividades de educación no formal. Eurostat ofrece series desagregadas a nivel regional para todo lo que llevamos de siglo y observamos que la tasa de participación ha ido aumentando en España y en el conjunto de la Unión Europea más del doble, desde el entorno del 5 % de la población entre 25 y 65 años hasta más del 10 %. Es interesante observar la desagregación por género, porque muestra, en general, una mayor participación femenina, solo rota por algunas excepciones ligadas al efecto de la crisis[1]. Por último, y directamente relacionado con la reflexión del párrafo anterior, podemos observar las tasas de participación en función del nivel educativo del participante: inferior al 4 % entre los que no han completado la educación obligatoria y alrededor del 20 % entre los que han completado niveles universitarios. El hábito ―incluso la necesidad― de cultura y formación también se educa y ello genera círculos viciosos o trampas de la incultura, de modo que puede resultar muy cómodo dirigir la oferta a la demanda existente, formada e informada, aunque necesitamos romper esas inercias y llegar a donde la demanda es soterrada, pero la acción, por eso mismo, más necesaria.

No voy a decir mucho sobre emprendimiento, no porque considere que no es importante, sino porque me parece que, en general, existe una sobreoferta de acciones ligadas a su promoción. Es inevitable que sea una percepción sesgada por mi propia posición, desde la que observo la realidad. En cualquier caso, me parece más interesante el ejercicio de observar la realidad económica de una zona para, desde su análisis, detectar posibles oportunidades empresariales que el que se suele hacer, en sentido inverso, desde la inscripción en un curso de promoción del emprendimiento y trabajo en competencias anexas en el que cada candidato intenta, a partir de sus preferencias personales, desarrollar un proyecto empresarial rodeado de conceptos ligados al coaching y al mindfulness.

En cualquier caso, lo relevante en este punto no es mi opinión, sino que la red local para la formación y el empleo haya sido capaz de hacer su trabajo, de implantarse en (más bien, de nacer desde) el tejido social y detectar el trabajo que tiene que hacer, y el papel que a las UU. PP. les corresponde en cada caso. Llegados a este punto, la cuestión es cómo pueden las otras UU. PP. y la propia Federación ayudarle en ese reto y, a la vez, beneficiarse de toda esa experiencia.

La red de universidades populares

De forma paralela a lo que señalaba para la red local, me atrevería a insistir en que lo primero que se necesita, antes que una estrategia o un plan de acción, es un diagnóstico. Y para realizar ese diagnóstico, el componente inicial básico es la información. Desde la posición externa que ocupo, y quizás por mi propio demérito, no he sido capaz de encontrar información agregada sobre qué hace cada Universidad Popular, qué actividades concretas desarrolla, con qué medios, para cuántas personas y con qué resultados. Es fácil encontrar para Alemania[2], incluso en español, un resumen que enfatiza no solo que son mil las UU. PP., que llegan a nueve millones de personas con 700 000 iniciativas anuales, sino un texto corto y bien escrito en el que, junto con información adicional sobre su reparto territorial, por actividades o, dentro de idiomas, su vocación multilingüe, reivindican su papel en la integración social y exigen el compromiso del sector público.

La información que las UU. PP. deben recopilar acerca de su propia actividad se convierte así en una poderosa tarjeta de presentación que permite reivindicar el trabajo hecho: conocerlo dentro para que lo reconozcan fuera. Lo ideal sería diseñar una base de datos compartida en la que la unidad fuese la “ficha” individual del alumno-participante: edad, nivel de formación, situación laboral y todo lo que se considere relevante, y, a partir de ella, se agregan por cursos, tipos de actividad, nacionalidad o lo que se considere oportuno en cada caso. Si no es posible, como primera aproximación se debería contemplar que la unidad de información sea la propia actividad: personas participantes ―monitores-tutores-profesores― duración, objetivo, número y características del alumnado. La Federación podría diseñar la ficha de forma que cada UP pudiese reproducirla las veces que fuese necesario y que el proceso de agregación de la información fuese automático, de forma que se le estaría facilitando el trabajo a cada UP para la confección de una especie de informe anual (o trimestral) y, a su vez, la Federación recibiría esa información y podría usarla como base para el suyo propio.

El ejercicio planteado en el párrafo anterior puede contemplarse como una rutina burocrática más o como la piedra angular de un edificio importante. Con la información de lo que cada una hace el resto puede contemplarse; puede utilizar la información de las otras para solicitar a quien corresponda los recursos necesarios para implementar ideas que no son ocurrencias en el vacío, sino que se corresponden con iniciativas que ya se ha desarrollado en otros sitios o que mejoran o adaptan a lo local esas otras iniciativas que están demostrando un éxito palpable; en sentido inverso, la recopilación de información sobre lo desarrollado y su comparación con el resto permiten argumentar un justificado orgullo por lo propio. La combinación de cooperación y competencia que hace eficientes los ecosistemas locales también mejora la eficiencia de redes con implantación territorial dispersa.

A partir de aquí, hay líneas generales extrapolables de lo dicho para las redes locales y otras que no lo son. Por ejemplo, la necesidad de una evaluación autocrítica, pero siempre propositiva, permanece intacta. La conveniencia de utilizar soportes mixtos presenciales-virtuales, también; la información debe estar disponible en red de forma continua (abierta o de acceso restringido a entidades participantes, es otra cuestión), pero esa comunicación de arriba abajo, permanente y online, debe ser complementaria de los mecanismos de comunicación horizontales (entre UU. PP. o entre las propias personas integrantes de la red como profesionales o usuarias), virtuales y puntualmente presenciales en las jornadas y congresos correspondientes.

Si esquematizamos los elementos que nos deben permitir esbozar una estrategia y diseñar un plan de acción en torno al desarrollo de las competencias clave, deberíamos considerar los elementos esenciales de cualquier plan de acción de estas características:

  • Objetivo: no debe ser demasiado ambicioso ni tampoco muy abstracto. No voy a proponer una redacción concreta, porque debe ser la propia red la que, a través de sus órganos, establezca una meta ilusionante y accesible, como las dos ruedas que le hacen moverse, que motivan.
  • Ese objetivo final debe ser descomponible en piezas y tareas intermedias; ahí es donde la estrategia es importante, porque establece el camino que hay que seguir y los hitos intermedios que debemos alcanzar en el camino.
  • Establecer plazos puede parecer arriesgado, pero es necesario, porque todos conocemos el balsámico efecto de las fechas límite para entregar trabajos. También deben ser realistas y contemplar una programación que no necesariamente sea lineal: algunas tareas pueden solaparse, mientras que otras parten del trabajo previo para alcanzar una siguiente fase.
  • Personas y recursos son la parte material del plan de acción, y es necesario partir de una estimación acerca de qué necesitaremos, con quiénes contamos y quiénes se encargarán de las diferentes tareas incluyendo la coordinación, supervisión o liderazgo.
  • Como señalábamos antes, la evaluación es una parte importante del proceso, porque, además, es esperable que surjan cambios, derivados de imprevistos, de alteraciones en el entorno o de la propia experiencia, y conviene tener previstos los mecanismos para el autodiagnóstico y, en su caso, el rediseño de todos los componentes de la estrategia.

Las Universidades Populares deben realizar esta reflexión colectiva partiendo de sus fortalezas, unos orígenes y una historia basada en la búsqueda de la emancipación personal y el fortalecimiento de la comunidad como dos fuerzas inseparables a través de la educación y la cultura. Desde esa base, el primer reto, como he señalado, creo que es conocer bien su presente y construir a partir de él las complicidades internas y externas para proyectarse como una herramienta útil a fin de que nuestra sociedad afronte los retos a los que se enfrenta. Ánimo y suerte.


[1] Por ejemplo, probablemente la devastación en empleos tan masculinizados como los del sector de la construcción elevó la participación de los hombres en actividades formativas por encima de la de las mujeres en 2011 y 2012 en la región de Murcia, pero son excepciones que confirman la regla.

[2] https://www.dvv-international.de/es/educacion-de-adultos-y-desarrollo/ediciones/ead-772011/conferencia-alemana-de-las-universidades-populares-vhs/la-universidad-popular-la-educacion-es-una-responsabilidad-publica