La transición energética es hoy una necesidad imprescindible e impostergable. La actividad humana está modificando el clima. Esta afirmación, que surge de la investigación de los expertos en estudios climatológicos y que se basa en pruebas que ya son evidentes y que están respaldadas por investigaciones muy concienzudas, tiene que hacernos reflexionar a todos. Los expertos también nos dicen que la tendencia ya es imparable y que lo único que podemos hacer es disminuir sus efectos, prepararnos para mitigarlos. Y esa es una tarea en la que estamos todos implicados, porque todos contribuimos a incrementar la temperatura, todos nos vamos a ver afectados y todos podemos hacer algo para ayudar en esta lucha. Por lo que hagamos y por cómo lo hagamos nos juzgarán las generaciones del futuro.
El incremento de población en este siglo y medio, el desarrollo industrial y el uso de combustibles fósiles ha provocado que vertamos a la atmósfera la mayor cantidad de gases —los conocidos gases de efecto invernadero, GEI— de la historia. Ese gas, todo el dióxido de carbono (CO2) que se había almacenado lentamente y a lo largo de millones de años en, por ejemplo, la formación de las bolsas de petróleo o en las minas de carbón, ha sido liberado a la atmósfera sin que haya habido tiempo para su digestión. Eso ha hecho que la concentración de CO2 en la atmósfera ―medida en partes por millón, ppm― haya pasado de 280 ppm estable entre los años 1000 y 1850, hasta las 419,7 ppm, registradas en el 2021, el valor más alto de los últimos tres millones de años, según los últimos datos del Observatorio Atmosférico de Izaña (IZO), perteneciente a la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
El efecto invernadero es un fenómeno imprescindible para la vida en la Tierra, porque mantiene la temperatura entre los máximos y mínimos que la hacen posible. De hecho, en planetas sin atmósfera, sin efecto invernadero, no se ha encontrado vida. En la Tierra, tomando en cuenta todos los hábitats, tenemos una temperatura media de unos 15 grados, que, sin efecto invernadero, sería de unos 18 grados bajo cero. En Venus la media es de 450 grados, frente a los 55 bajo cero de Marte. Pero mantenerla estabilizada es muy importante, y el aumento esperado de la media, de unos dos grados, significa que en algunos lugares las subidas serán enormes.
Y eso ocurrirá, y no hay duda de ello, porque en estos últimos años hemos alterado el mecanismo de funcionamiento del “termostato terrestre”, y por eso las temperaturas medias están subiendo demasiado. En realidad, al haber más calor en la atmósfera lo que hay es más energía, lo que explica que se produzcan cada vez más fenómenos extremos, violentos y desacompasados, como grandes olas de calor, inundaciones por lluvias torrenciales, vientos mucho más veloces de los habituales e incluso olas de frío.
Los datos nos están dejando muy claro que nunca se habían producido, tan seguidos, tantos fenómenos extremos, y lo que dicen los expertos es que uno solo de estos fenómenos extremos no se puede explicar con el cambio climático, pero la sucesión de tantos solo es explicable desde la óptica de la alteración climática de origen humano. El aumento de las temperaturas medias en los últimos 140 años es un buen indicador de este fenómeno.
La parte final de este gráfico se explica porque desde 1990 hasta nuestros días, en apenas 30 años, hemos vertido a la atmósfera tantos gases de efecto invernadero como desde el principio de la revolución industrial, hacia 1760 ―cuando empezamos a mover las máquinas con carbón―, hasta 1990, unos 230 años. Como dice la Organización Meteorológica Mundial, “Los 20 años más cálidos de los que se tienen datos se han registrado en los últimos 22 años. El ritmo del calentamiento en los últimos cuatro años ha sido excepcional, tanto en la superficie terrestre como en los océanos”.
Ya en el informe del año 2013 del IPCC, el conjunto de los expertos mundiales sobre cambio climático, reunido en el Intergovernmental Panel onClimate Change (IPCC), dejaba claro que “el calentamiento del sistema climático es inequívoco, y desde los años 50 se han observado cambios sin precedentes. La atmósfera y el océano se han calentado, las cantidades de hielo y nieve han disminuido, el nivel del mar se ha elevado y las concentraciones de gases de efecto invernadero se han incrementado”. En los últimos 10 años se han ido cumpliendo todas las previsiones de los expertos.
Aunque se habla mucho de estas cuestiones, y se hace desde hace ya al menos tres décadas, no parece que seamos conscientes de ello. Tal y como escribe el periodista científico David Wallace-Wells en su libro Planeta inhóspito, “Ya hemos causado tanta devastación a sabiendas como en nuestra ignorancia”. Desde 1992, el año que Al Gore publicó su libro alertando del problema del cambio climático, y que recibió atención mundial, hemos vertido tantos gases de efecto invernadero, debido a la quema de combustibles fósiles, como desde el principio de la revolución industrial. El 85 % del total lo hemos producido desde el final de la II Guerra Mundial.
Electrificar la sociedad
Casi todas las actividades de nuestra vida necesitan de fuentes de energía para ser posibles. De hecho, la historia de la humanidad es la historia del cambio de uso de sus fuentes de energía. Desde la revolución industrial, hacia mediados del siglo XVIII, el incremento en el uso de fuentes provenientes de combustibles fósiles ha hecho posible un cambio brutal en nuestra manera de vivir, de los transportes a la agricultura, de la construcción a la vivienda. Tal y como escribe Leslie White, citada por VaclavSmil en su estupendo libro Energía y civilización, “En igualdad de circunstancias, el grado de desarrollo cultural es una función de la cantidad de energía aprovechada por persona y año.” Está claro que no hay actividad económica actual que no implique un elevado consumo de energía y por eso es necesario cambiar nuestro patrón de consumo.
Electrificar la economía, y la sociedad en su conjunto, es a lo que llamamos el proceso de descarbonización, es decir, dejar de utilizar fuentes contaminantes y movernos con energía renovable. Porque, hoy en día, según datos de la Unión Europea, del total de emisiones de gases de efecto invernadero producidos por las actividades humanas, la generación y el uso de energía es responsable del 78 % —incluido el combustible de los vehículos—, la agricultura contribuye con un 10,1 %, los procesos industriales y el uso de productos con un 8,7 % y la gestión de residuos con un 3,7 %.
Todo el mundo está de acuerdo en que la electrificación contribuye simultáneamente al cumplimiento de los objetivos de reducción de emisiones, de introducción de renovables y de eficiencia energética, además de mejorar la calidad del aire y favorecer la disminución de las importaciones de energía.
El nuevo paradigma hacia el que se dirige el sector eléctrico implica cambios que afectan tanto a la forma en la que se produce la energía como en la que se consume; cambios que se verán favorecidos por las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías facilitando la transformación digital del sector.
Deberemos evolucionar hacia una cesta energética compuesta, mayoritariamente, por energías renovables, que deberán aportar el 70 % de la producción eléctrica anual entre todas ellas, teniendo en cuenta que una gran parte (un 50 % de la capacidad instalada en 2030) serán no gestionables —hace viento y hace sol dependiendo de las condiciones meteorológicas, no podemos “subir” o “bajar” el viento a voluntad—, lo que implicará un mayor esfuerzo en su integración en el sistema.
Además, en contraposición al modelo predominante actual, basado en una generación concentrada en grandes instalaciones de producción conectadas a la red de transporte, vamos a avanzar hacia un modelo de generación renovable en el que coexistirán estas grandes instalaciones con una multitud de otras más pequeñas ubicadas en las redes de distribución.
En este escenario, los consumidores finales ocuparán una posición central, tanto en su papel activo en la gestión de la demanda como en su figura mixta de consumidores y generadores de electricidad. Se trata de un nuevo modelo de redes con flujos de energía bidireccionales que rompe con el tradicional esquema en el que la energía fluye siempre desde pocos puntos centralizados de producción a través de las redes hasta muchos lugares de consumo. En este nuevo escenario, los clientes deberán desempeñar un papel más activo para ajustarse a la disponibilidad del recurso renovable y mantener el imprescindible equilibrio entre la oferta y la demanda eléctrica.
En este contexto, la figura de empresas especializadas en servicios energéticos será clave para favorecer el papel central que deben jugar los consumidores. Les permitirán optimizar sus decisiones ofreciendo servicios basados en las nuevas tecnologías de Big Data, inteligencia artificial, internet de las cosas y telecomunicaciones.
Esta necesaria transformación del sector eléctrico durante la transición energética traerá consigo nuevos desafíos en la gestión de la red de transporte y en la operación del sistema, en los que la posición central de Redeia será clave para impulsar la descarbonización.
Redeia, impulsor de la descarbonización de la economía
Redeia, el grupo de empresas al que pertenece Red Eléctrica de España ―el transportista y operador del sistema eléctrico español―, tiene el mandato legal de asegurar el correcto funcionamiento del sistema eléctrico y garantizar en todo momento la continuidad y seguridad del suministro eléctrico supervisando y coordinando el sistema de generación y de transporte, y gestionando el desarrollo y el mantenimiento de la red de transporte.
Esta posición central en el sistema eléctrico convierte a Red Eléctrica en un elemento clave para asegurar el éxito de las políticas de transición energética y garantizar que los cambios en el sistema de producción y demanda se realicen sin poner en riesgo la seguridad y continuidad del suministro. Por lo que respecta a la operación del sistema, por ejemplo, se pasará de una potencia renovable instalada en el 2021 del 56,7 % al 70 % en el 2030. En el último año con datos, 2021, las renovables han producido el 46,7 % del total de la energía consumida en España.
Por tanto, el desarrollo de la actividad de Red Eléctrica en los próximos años va a estar condicionada por la evolución, o incluso revolución, del sector eléctrico ―que dejará de atender a una demanda aleatoria con una generación obediente, térmica y emisora de GEI― para convertirse en un sistema en el que la demanda puede pasar a ser oferta y la oferta estará cimentada en energías renovables.
Estamos encaminados hacia un sistema basado en unaaleaciónrenovable no gestionable, con generación distribuida y en la que el consumidor adopta un papel activo. Además, esa trasformación se va a producir en un escenario de una mayor electrificación y eficiencia en el consumo energético y en un marco de desarrollo tecnológico y digitalización que favorecerá la implantación de nuevas herramientas de gestión del sistema. En este sentido, aún hay mucho camino que recorrer en almacenamiento de energía, en redes inteligentes, en gestión activa de la demanda, etc.
Mantener en ese nuevo escenario la estabilidad, la continuidad del suministro y la garantía de la calidad supone un gran reto para Red Eléctrica. El sistema ha de ser igual de seguro que hasta ahora, porque nadie admitirá un empeoramiento en la calidad de suministro, pero mucho más flexible.
Para ello será necesario desarrollar, operar y mantener una red robusta, inteligente, flexible y fiable que permita conectar la nueva generación renovable que se está instalando y que ofrezca la posibilidad de diversificar el origen de la electricidad que se consume transportándola desde donde el recurso está disponible en cada momento hasta el cliente final.
Será necesario también contar con nueva capacidad de interconexión con los países vecinos, especialmente con Francia, lo que permitirá aumentar la integración de renovables, además de contribuir a la seguridad de suministro y a disponer de unos precios más competitivos. El conjunto del sistema ibérico, para no derrochar energía renovable cuando abunde y para no ser operado en precario en determinadas circunstancias, exige que la red de seguridad con el resto del sistema europeo interconectado, a través de Francia, sea más robusto que en la actualidad. La Unión Europea ha previsto, en el escenario de la economía descarbonizada, que los países han de tener al menos una capacidad de interconexión del 15 % sobre la potencia instalada en 2030, muy lejos del 3 % con el que opera España en 2019.
Además, se han de poner a disposición de la operación del sistema aquellas herramientas de flexibilidad que permitan la integración de las energías renovables necesarias para cumplir con los objetivos marcados en la transición energética. En este sentido, es especialmente importante lo que se refiere al desarrollo y despliegue del almacenamiento en las distintas partes de la cadena de suministro, ofreciendo distintos servicios en cada una de ellas.
También será necesario adecuar la operación del sistema y de los mercados para integrar la participación creciente de los consumidores, debido a los avances tecnológicos que se prevén, ligados fundamentalmente al autoconsumo y al vehículo eléctrico.
Todo ello solo se podrá hacer si se dota de inteligencia a la red permitiendo la plena coordinación entre los diferentes agentes del sistema. Las redes eléctricas deberán ser bidireccionales, flexibles e inteligentes para monitorizar en tiempo real su estado y optimizar su operación en condiciones de seguridad, lo que exigirá inversiones en nuevas tecnologías y en inteligencia artificial.
Red Eléctrica, con las herramientas tecnológicas adecuadas, estará en condiciones de garantizar que la altísima calidad de suministro habitual se mantenga intacta, pero con la máxima integración de energías renovables en cada momento.
Las renovables son las únicas fuentes de energía que cumplen el doble objetivo de contribuir a mitigar los efectos del cambio climático y de ser autóctonas, es decir, las únicas materias primas energéticas con las que España cuenta en abundancia de manera natural. Si a eso le unimos la acreditada experiencia de nuestro país en la integración segura de renovables, quizá estemos ante la primera gran revolución tecnológica mundial para la que España cuenta, desde el primer momento, con la capacidad tecnológica y el recurso adecuado en el momento preciso, por lo que representa una oportunidad única que debemos aprovechar.
Por todo ello, el conjunto de agentes del sector, y también la población en su totalidad, han de tener un cometido determinante en este reto. Tal y como escribe el experto VaclavSmil, “el conocimiento, por impresionante que sea, no será suficiente. Lo que necesitamos es un compromiso concreto de cambio”.
La descarbonización de la economía, y de la sociedad en su conjunto, es imprescindible si queremos combatir de manera eficaz los impactos del cambio climático. Tal y como ha dicho António Guterres, secretario general de la Organización de Naciones Unidas, “el cambio climático va más rápido que nosotros, estamos perdiendo la carrera y podría ser una tragedia para el planeta”.
Según los expertos, las consecuencias de un incremento de 1,5 °C supondrían para España un mayor calentamiento que la media global y europea, lo que implicaría veranos muy calurosos, menor precipitación y disminución de recursos hídricos, aumento de fenómenos extremos ―como incendios, inundaciones y olas de calor― y crecimiento del nivel del mar, con la consiguiente desaparición de playas y de deltas. Todo ello tendría muy graves consecuencias para la agricultura, la silvicultura, el turismo y la sanidad, por citar solo los efectos más evidentes.
En general, los países industrializados, que son los que históricamente han contribuido con la emisión de más gases de efecto invernadero, sufrirían menos sus consecuencias, mientras que los países menos desarrollados, situados en latitudes próximas a los trópicos, serían los más afectados por las consecuencias, pese a su menor contribución histórica a las emisiones. Y, puesto que están más industrializados, cuentan con más y mejores medios y recursos para adaptarse a los cambios.
Evitar esa tragedia es tarea de todos. Y una parte importante de ese papel la tienen los ciudadanos al exigir a sus gobernantes, a sus empresas y a todos los actores sociales compromisos firmes y pasos concretos para evitar los incrementos de temperatura que se producirán si seguimos vertiendo sin control gases de efecto invernadero a la atmósfera. Porque lo que sabemos, lo que nos dice el consenso científico, es que los efectos del incremento de la temperatura sobre la sociedad humana serán notables y nos llegarán a todos. La subida del nivel de los mares, las sequías y los sucesos climáticos extremos, los efectos sobre la biodiversidad y el aceleramiento de la extinción de especies animales y vegetales serán padecidas por todos.
Con seguridad, la Tierra en su conjunto, vista con perspectiva histórica y geológica, se recuperaría del cambio climático con independencia de lo que hagamos, como se ha recuperado de las cinco grandes catástrofes y consiguientes extinciones que han tenido lugar hasta le fecha. Pero no podemos olvidar que esas cinco extinciones han ocasionado catástrofes biológicas con muchos perdedores y ganadores. Al final, la vida siempre se abre camino y a los dinosaurios, que vivieron en la Tierra durante 170 millones de años, los sustituyeron los mamíferos. ¿Duraremos tanto los Homo sapiens, que apenas llevamos 200 000 años en el planeta? Porque no parece compatible el escenario de la inacción con la vida de la sociedad humana tal y como la conocemos. Todavía está en nuestro mano, aunque probablemente no por mucho tiempo, y es que, como dice el antes citado experto VaclavSmil, “En medio de todos estos procesos de cambio —nuevas fuentes de energía, mejoras del rendimiento y la eficacia, etc.— hay algo que no ha cambiado: la humanidad no utiliza la energía de un modo más racional”.